Un favor se paga con otro favor.

 

 

 

“y se estableció el Pueblo en Kadesh; y murió allí Miriam”. 20:1.

 

 

Habían transcurrido treinta y ocho años del decreto de que toda la generación de los espías perecería en el desierto. En este capítulo se narran los sucesos del último año. El diez de Nisan,[1] arribaron al desierto de Tzin, y allí ocurrió la gran tragedia nacional: Miriam, la hermana de Moshé y Aharón había fallecido.[2] Ella había enseñado a las mujeres, al igual que sus hermanos habían enseñado a los hombres. Ella fue una de las siete Profetisas conocidas.[3] Tan pronto como ella falleció, se interrumpió el manantial de agua que milagrosamente seguía al Pueblo en su travesía por el árido desierto, proveyéndolos con abundante suministro de agua fresca, súbitamente desapareció.[4] ¿Por qué?

 

El mundo está basado sobre tres pilares: La Torá, el servicio a Hashem, y los actos de beneficencia.[5] El Man bajaba del Cielo gracias al mérito de Moshé, él personificaba a la Torá que había bajado del Cielo. Las Nubes de Gloria que protegían a los hijos de Israel, se mantenían gracias a Aharón, quien encarnaba el Servicio a Hashem. Miriam sobresalió en el tercero de los tres fundamentos, la bondad. A causa de su atributo, Hashem abasteció a los judíos de agua durante toda su estadía en el desierto. Dedicó su vida para el bienestar del Klal Israel. Aun siendo una niña pequeña, asistía a su madre como partera, además cuidaba y le cantaba a los recién nacidos.[6] Ella recibió el derecho del proveer agua a toda una nación, porque emuló la principal característica de Abraham Abinu quien, en su momento, ofreció a los ángeles agua para lavar sus pies; por un acto de Guemilut Jasidim aparentemente tan pequeño, toda una nación se salvó de morir de sed en el desierto….[7]

 

El mundo se construye con Jésed (favor).[8] Los actos de Jésed conforman una de las Mitzvot que la persona come de sus frutos en este mundo, manteniendo a su vez el capital para el Mundo Venidero.[9]

 

La persona que se apiada de las criaturas, Hashem adopta la misma conducta y se apiada de él. Por lo tanto quien tiene misericordia y hace actos de bien con las personas, también cuando del Cielo lo juzguen a él, serán compasivos en su juicio y le perdonarán sus pecados con benevolencia. Todo el que hace Jésed recibirá Jesed y cuanto más aumenten sus actos de bien, proporcionalmente en la misma medida, él recibirá bondades.[10]

 

En 1991, cerca de catorce mil yehudím etíopes se encontraban exiliados acampando en una especie de gueto a las afueras de, Adís Abeba, la capital etíope. En aquel momento, el régimen comunista, dirigido por su líder: Mengistu Hale Mariam, quien era conocido por ser un dictador despiadado, amenazaba con eliminar al grupo de judíos. En la capital se libraban luchas encarnizadas entre los simpatizantes al dictador y los grupos liberales, quienes buscaban derrocar al tirano.

 

La parte gubernamental israelí encargada de la seguridad, se enteró del asunto y envió de inmediato a un representante para analizar la situación. Los funcionarios se preocuparon mucho al recibir el reporte; la marginación y el inminente riesgo que corrían sus correligionarios era apremiante, y de inmediato comenzaron los trámites para procurar su liberación. Recurrieron por medios diplomáticos, solicitando al gobierno de Etiopía el permiso de aterrizar aviones a fin de recoger a sus correligionarios para transportarlos a Éretz Israel.

 

La respuesta gubernamental etíope fue rotunda: “Antes de considerar la autorización, requerimos que la solicitud provenga del presidente de los Estados Unidos, George H. Bush”. Era conocido que los americanos proporcionaban apoyo “secreto” a los liberales, además habían advertido al líder etíope que cortarían las relaciones diplomáticas, si continuaban negando a la ciudadanía el derecho a elegir el tipo de gobierno que deseaba la mayoría. Al escuchar la respuesta, el gobierno de Israel se puso en contacto sus homólogos estadounidenses solicitando el salvoconducto. El presidente Bush expresó: “Lo que me piden compromete a toda la nación americana; expedir el documento que solicitan muestra cierta debilidad ante el gobierno etíope. Entiendo que la vida de catorce mil personas pende de nuestra decisión, y solo por este motivo lo someteré a votación en el congreso”.

 

Y así se hizo. Se obtuvieron el mismo número de votos para ambas posturas y hubo una sola abstención; la vida de las catorce mil almas se encontraban en manos de este hombre. De inmediato, el gobierno Israelí envió una comitiva para persuadir al senador que cambiase su postura. Él les respondió así: “Caballeros, los estaba esperando. Antes de darles mi decisión, les voy a relatar una historia que sucedió hace muchos años: En un edificio enclavado en el corazón de la zona el barrio de Harlem, una pareja decide salir a cenar a un restaurante cercano. Acostaron a sus dos pequeños hijos y se dirigieron hacia el establecimiento, mientras charlaban sucedió lo inesperado: el viento soplaba fuertemente y provocó que unos cables viejos del edificio se juntaran provocando así un corto circuito, en pocos minutos el edificio entero se encontraba cubierto en llamas.

 

Los vecinos desalojaron de inmediato el inmueble y nadie se percató que los dos pequeños se habían quedado solos en la casa. Los niños quisieron salir del departamento, sin embargo las llamas lo envolvían todo, entonces se acercaron aterrados a la ventana, y fue que un transeúnte los vio. Sin pensarlo, tomó una cobija, la empapó con agua, se envolvió en ella y entró al ardiente edificio, con dificultad subió las escaleras, derribó la puerta y tomó a cada uno de los pequeños en sus brazos. Bajó a toda velocidad la escalera y casi a punto de desmayarse por la aspiración de los gases tóxicos, depositó ilesos a los dos niños. En ese momento llegaron los desesperados padres y al ver a sus hijos a salvo, no encontraban palabras para agradecer al hombre de color que estaba frente a ellos con quemaduras en la cara y en las manos.

 

Al padre de los niños se le ocurrió preguntar: “¿Qué lo llevó a exponer su vida para salvar a un par de niños desconocidos…?”. El hombre le respondió: “Soy un judío etíope, y para la religión que yo profeso, este acto es considerado una Mitzvá (acto meritorio)”. Entonces añadió el senador, con mi abstención yo provoqué que ustedes vinieran hacia mí, ¿Quieren saber por qué? Quise que supieran que yo era uno de esos niños a los que salvó aquel etíope judío. Y aunque yo no soy correligionario de ustedes, ahora me corresponde a mí cumplir con la Mitzvá, así que voto por que se envíe la carta”. Y así fueron rescatados y trasladados en aviones de la armada israelí, todos aquellos prisioneros y fueron puestos a salvo en nuestra Tierra.[11]-[12] © Musarito semanal

 

 

 

 

 

 

 

“La vida del hombre tiene sentido si realiza una buena acción hacia su prójimo aunque sea una sola vez durante su existencia en el mundo.[13]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Taanit 13b.

 

[2] A la edad de ciento veinticinco años.

 

[3] Sará, Miriam, Deborá, Janá, Abigail, Juldá y Ester. Meguilá 14a.

 

[4] Taanit 9a.

 

[5] Pirké Abot 1:2.

 

[6] Sotá 11b.

 

[7] Babá Metziá 86b.

 

[8] Tehilim 89:2.

 

[9] Ver Peá 1:1

 

[10] Ver Mesilat Yesharim, cáp. 19.

 

[11] Relatado por Rab Yojanán Grilack.

 

[12] Extraído de: Una historia judía; Simón Halkon.

 

[13] Rabí Israel Báal Shem Tob.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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