Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

El Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos) es una monumental obra, considerada como el pilar de la ética y moral judías e indispensable guía de conducta para el ser humano en general y, por supuesto, para el pueblo de Israel en particular. Se dice que fue escrita a mediados del siglo XV y se desconoce el nombre el autor. Las hipótesis se basan en que fue escrita por Rabbí Yosef Ibn Migash, quien fuera el maestro de HaRaMBaM, hasta Rabbí Yom Yob HaCohén, autor del Séfer HaNitzajón. Consta de veintiocho capítulos donde el autor toca el corazón del lector y muestra en una forma clara y concisa cómo debe corregir sus atributos y, por ende, cómo lograr la finalidad para la cual el hombre fue creado: el temor al Eterno y el cumplimiento de Sus mandamientos.[1]

 

El hombre es la más selecta entre las criaturas del Todopoderoso en el mundo terrenal, ya que fue hecho a imagen y semejanza del Creador,[2] y es el más sobresaliente de todos los seres, pues posee un alma sabia con la cual se plantea los misterios de los mundos superiores e inferiores, y porque su sabiduría domina a sus deseos.  Este hecho demuestra que él es la esencia de todos los propósitos de este mundo, y que todo lo que se creó en el universo es para su bienestar. Por este motivo le fue entregada al hombre la Torá: para mostrarle el camino recto, ya que el hombre es muy querido ante su Creador.

 

En el corazón del hombre se encuentran muchas cualidades: el orgullo y la humildad, la codicia y la conformidad, la memoria y el olvido, la tristeza y la alegría, la vergüenza y la osadía, y muchas más cualidades que definen al hombre que las posee. Hay atributos que son necesarios mientras que de otros sólo se requiere una pequeña dosis. Así como cuando se prepara un guisado, su éxito dependerá de la medida que agregue de cada uno de los ingredientes. Si resta de lo que necesita en mayor proporción y aumenta de lo que se necesita muy poco, el platillo quedará arruinado. El experto que toma de cada ingrediente la medida adecuada conseguirá una comida agradable y sabrosa para quien la pruebe. Lo mismo aplica en el caso de la personalidad humana. Algunos rasgos de carácter se deberán reforzar en gran medida, como el de la modestia, la vergüenza, etcétera y otros que deberán usarse muy poco, como el del orgullo, el descaro y la rudeza. Por lo tanto, el hombre debe sopesar en forma inteligente la intensidad con que tiene que adoptar cada rasgo, cuidando de no disminuir ninguno de los que necesita más, y de no aumentar de los que necesita poco. Así alcanzará el bien máximo. (La palabra Midá “atributo”, también se traduce como “medida”).

 

Al igual que los dolores y las molestias son padecimientos del cuerpo, existen atributos que no son buenos para el alma. Y así como un enfermo llega a sentir que lo amargo es dulce y viceversa, hay otros que apetecen comer lo que no es bueno para su salud y repudian lo que sí les hace bien. Todo dependerá de la gravedad de su enfermedad; así son las personas cuyas almas están enfermas: desean y gustan de los atributos malos y detestan el buen camino, despreciando ir por él, pues les resulta muy escabroso.[3] ¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; ¡que cambian la oscuridad en luz y la luz en oscuridad, que tornan dulce lo amargo y amargo lo dulce![4]

 

Una persona que quiera transitar por una ciudad que no conoce, requerirá de un mapa que le muestre las sendas y los caminos por los que puede circular, de lo contrario se confundirá en el camino y se perderá sin encontrar su destino: Los esfuerzos del necio le cansan, porque ni siquiera sabe cómo llegar.[5] Este mapa se llama “Temor al Cielo” ya que éste, representa el eslabón del que se sostienen todos los atributos. Esto se compara con el cordón que ha pasado por el orificio de un conjunto de perlas, en cada uno de sus extremos tiene un nudo para sostenerlas; no cabe duda que si uno de estos nudos estuviera desatado, todas las perlas rodarían por el suelo. Lo mismo ocurre con el Temor reverente al Creador: es lo que sostiene todos los atributos, de modo que si se retira, todo se pierde… Y cuando no se poseen buenas cualidades del alma, no se posee ni Torá ni Mitzvot, ya que toda la Torá depende del perfeccionamiento de los atributos espirituales que cultiva una persona. De todos los atributos, tanto los buenos como los malos, aquel que es sabio puede convertir los malos en buenos, mientras que con el torpe, sucede lo contrario.

 

Cuando el hombre nace, su cuerpo y su mente son más débiles que los del resto de las criaturas animales que pueblan el mundo, puesto que todas ellas, a partir del mismo día en que nacen, pueden caminar, comer y ver por sus propias necesidades. Por su parte, el hombre, cuando nace, exige grandes esfuerzos para su crianza. Y así como requiere educar a su cuerpo, también necesita, en mayor grado, educar a su alma, para perfeccionar su inteligencia y comprender cuáles son los caminos rectos. Cuando el hombre nace es como una pizarra lista para escribir sobre ella. Si dicha pizarra cae en manos de un necio, se la pasará dibujando en ella cualquier cosa, hasta arruinarla y dejarla inservible; el corazón del hombre es igual. Los insensatos dibujan en él imágenes frívolas y falsas, y anotan en él planes de acción sin ninguna base ni sentido que llenan su corazón con ideas vanas y huecas.

 

Así como la bondad de los rasgos físicos, es la luz del cuerpo, también la bondad de los atributos es la luz del alma. El que anda por la oscuridad y no medita en corregir sus cualidades, es posible que llegue a perder todos sus méritos, así como una barrica de vino muy selecto que tiene en su fondo un pequeño orificio. No cabe duda de que se perderá todo ese preciado vino por el pequeño orificio si no es sellado a la brevedad. Lo mismo ocurre con la persona que descuida sus aptitudes: aunque se encuentre lleno de Torá va a perderlo todo si no se ocupa en corregir los atributos que no son buenos para él. Y del mismo modo que un hombre sin piernas no puede subir las escaleras, tampoco podrá ascender los escalones de la sabiduría aquel que carece de entendimiento. Y hay quienes poseen la inteligencia para discernir, y albergan el deseo de ir por los caminos buenos y se dirigen hacia los sabios para aprender de ellos la sabiduría verdadera. Estas personas inscriben en la pizarra de su corazón la voluntad del Todopoderoso.[6]

 

Este libro se intituló originalmente como Séfer HaMidot (libro de los atributos) y algún copista decidió llamarlo Orjot Tzadikim (sendas de los justos). Este libro fue escrito y sellado para servir a todos los hombres como instrumento para corregir sus aptitudes, cualidades y también sus hechos. Sabido es que un artesano debe contar con la herramienta adecuada para ejercer su oficio y llevar a cabo su tarea correctamente, pero si no cuenta con la misma, no podrá hacer nada. El estudio de la ética condensada en nuestros libros sagrados (Musar), consiste en la búsqueda de los mejores caminos para conducirse con su Creador y sus semejantes. Por lo tanto, cada persona tiene el deber de tomar conciencia de sus limitaciones y fallas morales a fin de poder mejorarlas. Es nuestro más grande deseo el poder ahondar en las maravillosas enseñanzas que nos ofrece el autor y extraer la sabiduría vital que emana de nuestra sagrada Torá. ©Musarito semanal

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] El Temor al Eterno es el comienzo del conocimiento, Mishlé 1:7; Y ahora, Oh Israel, ¿qué requiere de ti el Eterno, sino que le temas? Debarim 10:12. El principio de la sabiduría es la veneración del Eterno, Tehilim 111:10.

 

[2] Bereshit 1:26.

 

[3] Ver Rambam Shemoná Perakim; Into. al tratado de Abot.

 

[4] Yesha'yá 5:20.

 

[5] Kohélet 10:15

 

[6] Ver Mishlé 3:3 y 7:3.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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