Es mejor un buen nombre que el mejor de los aceites

 

“Se encaminó (Abram) en sus traslados desde el Négeb hasta Bet El, hasta el lugar donde había estado su tienda al principio” (13:3).

 

 

Hashem ordenó a Abram que abandonara Jarán y se encaminara hacia la tierra que le indicaría. De inmediato, tomó las pocas pertenecías con las que contaba y partió llevando consigo a su esposa Sarai, su sobrino Lot y algunos seguidores que él y Sarai habían logrado acercar a los caminos de Hashem y de su Torá. Cuando llegaron a la tierra de Kenáan una terrible hambruna se desató, situación que obligó a Abram a ir a Egipto. Debido al temor de que los egipcios se sintieran atraídos por su esposa Sarai y lo asesinaran para apoderarse de ella, le pidió que dijera que era su hermana. Cuando arribaron a este país, la belleza de Sarai despertó gran admiración y fue llevada al palacio del Faraón. De inmediato Abram fue colmado de regalos, de rebaños y de sirvientes. El Faraón fue castigado con enfermedades cada vez que pretendía acercarse a Sarai, hasta que se percató de que el secuestro de la mujer era la causa del castigo. Entonces el Faraón pidió a Abram que abandonara Egipto junto con su esposa y todas sus posesiones, y así lo hicieron.

 

Mientras se dirigían a la tierra de Kenáan, visitaron los mismos albergues donde habían pernoctado anteriormente al viajar a Egipto y se hospedaron de nuevo en ellos. Al indicar esto, la Torá nos enseña que un hombre no debe cambiar su lugar habitual de hospedaje por dos razones: la primera, para que no se piense mal del dueño del lugar y se diga que el viajero no pernoctó allí de nuevo porque se portó inadecuadamente; la segunda, para que no se piense mal del viajero y se diga que el dueño del hospedaje no lo quiere.

 

Hay otra interpretación al versículo: la Torá enfatiza que Abram viajó siguiendo sus trayectos, para enfatizar que al regresar pagó todas las deudas que contrajo al pedir fiado el albergue y el alimento que consumió durante su primer viaje. [1]

 

Preguntan los Jajamim: “¿Cómo es posible que Abram viajara hacia Egipto sin suficiente dinero ni provisiones? ¿Cómo pudo conseguir la confianza de los dueños de los hostales para que le fiaran el hospedaje?”. Recordemos que Abram, cuando comenzó su viaje, era muy pobre.

 

En realidad, la Torá quiere enseñarnos algo diferente: las deudas a las que se refiere el versículo no eran de carácter monetario. Mientras Abram andaba por los caminos, divulgaba y proclamaba públicamente la existencia de un único Dios, Creador del Cielo y la Tierra, a Quien todos debían servir. Varias veces le formulaban la siguiente pregunta: “Si Hashem es tan grande y bueno, ¿por qué no te libera de tu pobreza?”. Abram les ofrecía varios argumentos, pero la gente no quedaba satisfecha. Estas eran las deudas que Abram contrajo en sus viajes.

 

Es por esto que en su camino de regreso, después de que la gente se enteró de que Hashem había enviado plagas sobre el Faraón, y además Abram fue bendecido con riquezas,[2] visitó a la gente que antes le había preguntado acerca de Hashem para “pagarles” la respuesta que les debía.[3]

 

Abram nos da una gran lección: comenzó sus viajes como un hombre pobre. La Torá enfatiza que con su retorno, luego de haber sido bendecido con riqueza y abundancia material, él no cambió su estilo de vida: seguía viviendo de forma modesta y, a pesar de su opulencia, prefirió pernoctar en los lugares más humildes.

 

Cuando Rab Elimélej de Lizensk y su hermano Rab Zusha no eran todavía conocidos, viajaban de pueblo en pueblo, en un exilio que se habían impuesto a ellos mismos. En la aldea de Ludmir, se alojaron en la casa de un hombre pobre llamado Aharón, porque fue la única persona que los había invitado. Unos pocos años más tarde, cuando su fama ya se había difundido, volvieron al pueblo de Ludmir y nuevamente se alojaron en la modesta casa de Aharón. Uno de los hombres adinerados de la aldea los invitó a su lujosa mansión. Rab Elimélej y su hermano enviaron los caballos de su carruaje a la finca del hombre rico, pero continuaron residiendo en la casa de Aharón. Cuando el hombre rico les preguntó por qué lo habían rechazado, ellos respondieron: “Estuvimos aquí hace algunos años y solamente nos invitó Aharón. Somos las mismas personas de antes. La única diferencia es que ahora tenemos caballos. ¡Por eso, se los enviamos!”.

 

Con base en la idea de que la estadía de Abram en los albergues no fue liquidada sino hasta su regreso, aprendemos lo siguiente: es una cualidad de la persona que, cuando tiene deudas, esté tranquilo hasta que las liquide. De esta forma se causa un bien a sí mismo, ya que adquiere un buen nombre. El buen nombre vale más que las grandes riquezas y la buena voluntad es preferible antes que la plata y el oro.[4] Se puede ganar más dinero con la confianza que nos tiene la gente que con nuestro propio dinero. Por tanto, lo primero que debe hacer un buen comerciante es adquirir la confianza de los demás pagando en su momento. Pagar al acreedor es una mitzvá.[5] Al liquidar su deuda, está también de alguna manera favoreciendo a los demás, ya que los prestadores potenciales desearán seguir otorgando créditos a otros que los requieran. Además, quien posee la cualidad de no descansar hasta pagar las deudas que tiene, entenderá con cuánta más razón debe apresurarse a pagar la deuda que tiene con Hashem, llegando así a ser de los más ágiles para realizar las mitzvot.[6] El nombre “Israel” está formado de dos palabras intrínsecas: Yashar El, que significa “caminar recto delante de Hashem”.

 

Se cuenta que una vez cierto yehudí fue llevado a juicio por otro, debido a una deuda entre ellos. Como no había pruebas evidentes de que el primero ya hubiera pagado, le dijeron que si juraba podía salvarse de pagar. El hombre juró y, después de ello, sacó una suma de dinero y pagó al demandante. La gente se quedó asombrada. Fueron y preguntaron al presunto deudor: “Si juraste y te eximiste de pagar, ¿para qué pagaste luego?”. El hombre respondió: “En realidad ya había pagado la deuda a quien me demandó; sólo que no tenía pruebas. Si hubiera pagado sin jurar, la gente hubiese dicho que, por temor a jurar, pagué el dinero que tenía la intención de quedarme. Y si hubiera jurado solamente, habrían dicho que preferí jurar con tal de no pagar. Por eso, para disipar dudas sobre mi integridad, procedí a jurar y a pagar, a fin de limpiar mi nombre”.[7]

 

La Guemará dice que el mundo entero tembló cuando Hashem dijo: “Tú no emplearás el Nombre de Dios, tu Dios en vano”.[8] Cuando una persona menciona el Nombre de Hashem en vano, está demostrando su falta de reconocimiento de la grandeza de Hashem. ¡Es un tremendo Jilul Hashem!

 

Cierta vez, unos hermanos llegaron a América y se asociaron en un negocio. Con el tiempo, comenzaron a prosperar e hicieron los arreglos para que sus padres emigraran y vivieran con ellos en la “tierra prometida”. El padre era un judío piadoso, temeroso de Hashem; tenía la barba crecida y peyot, y vestía como jasid. Un día el padre se afeitó la barba, se cortó sus caireles y cambió su vestimenta jasídica por un atuendo moderno. Los hermanos no podían creerlo; desconocían el porqué del extraño comportamiento de su padre y fueron a consultar a un rabino.

 

Cuando el rabino fue a consultar al padre por el drástico cambio, le dijo lo siguiente: “Mis hijos tienen el mejor puesto del mercado y diariamente venden una gran cantidad de carne. Ellos me hacían sentar en una mesa en el mercado y, cuando la gente me veía, sentían confianza en el kashrut de la carne y compraban. Un día, descubrí que no toda la carne que ellos estaban vendiendo era kasher, y que me estaban utilizando para engañar a los clientes. Por tanto, decidí afeitar enteramente mi barba y peyot, para que no les ayudaran a vender carne taref”.

 

El mandato de No menciones Mi nombre en vano significa, en un sentido, “No explotes mi nombre” (Torá y religión) como medio de justificación para cometer perversidades. Es decir, significa “No intentes cubrirlos completamente con un velo de justicia y virtud”.[9] Kidush Hashem es hacer que por medio de tus actos demuestres que Hashem existe, que Él lo controla todo, y finalmente ser un vivo ejemplo de que es un privilegio vivir cumpliendo con Sus ordenanzas.

 

Hashem nos otorga varias oportunidades en la vida para demostrar cuánto lo queremos. Si bien, por definición, el amor es un sentimiento que se pone en práctica mediante actos de bondad que benefician de algún modo al prójimo, en realidad, para Hashem, no podemos hacer ni beneficiarlo en nada, pues Él es dueño y fuente de todo lo existente. De todas formas, los Jajamim nos enseñaron que dando “buena fama” a Hashem y a su Torá, haciendo Kidush Shem Shamaim (“Santificando el Nombre Divino”), mostrando un comportamiento honesto con toda persona y en toda situación, podemos demostrar y acrecentar el amor hacia nuestro Creador. Asimismo, al conducirnos con respeto, mostrando delante de quienes nos observan un comportamiento decoroso, y mostrándonos orgullosos del cumplimiento de las mitzvot, provocamos que otros deseen también abrazar la Torá y retornar al camino que Hashem espera de cada uno de nosotros, y de esta forma hace (a Hashem) “más amado por Sus hijos”, y demuestra, de esta manera, que Hashem nos ama y, como un Padre afectuoso, busca para nosotros sólo lo bueno…©Musarito semanal

 

“Guarda la integridad y observa la rectitud, porque hay un futuro para

 

el hombre de paz.”[10]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Gur Aryé.

 

[2] Bereshit 13:2.

 

[3] Rab de Kozmir.

 

[4] Mishlé 22:1.

 

[5] Ketubot 86a.

 

[6] Pele Yoetz; Rab Eliézer Papo, sección “Deuda”.

 

[7] Alón Ish Lereehu 202; Hameir LeDavid.

 

[8] Shabuot 39a.

 

[9] Rab Shemuel Pésaj Bogomilsky.

 

[10] Tehilim 37:37.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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