Cualidades que debe poseer el dirigente de Israel

 

Perashat Pinejás

 

 

 “Que Hashem, Amo de todos los espíritus, nombre a un hombre sobre la asamblea” (27:16).

 

 

 

Am Israel estaba por entrar a la Tierra Prometida; después de que Moshé concluyó la repartición de los territorios a cada familia, Hashem le ordenó que subiera al Monte Abarim para que observara la tierra. Una luz de esperanza cruzó por la mente de Moshé; pensó que el decreto de que moriría en el desierto había sido revocado y que su sueño de entrar a la Tierra se había hecho realidad. Hashem le confirmó que la sentencia seguía vigente y que no entraría a la Tierra de Israel. Entonces Moshé rezó ante Hashem, solicitando que designara un sucesor para que continuara la conducción del pueblo.

 

Moshé pidió un líder que estuviera preparado para guerrear en caso de ser necesario, que pudiera satisfacer las necesidades del pueblo con resolución y eficacia, un líder que condujera a la congregación, que pudiera tratar a cada uno según su forma de pensar, que saliera y que viniera con ellos, y que no quedara la congregación de Hashem como un rebaño que no tenga para ellos un pastor.[1]

 

Llama la atención la expresión: un rebaño que no tenga para ellos un pastor, siendo más correcto decir: un rebaño sin pastor. La explicación es que Moshé Rabenu estaba seguro de que Am Israel iba a tener un pastor, como lo tiene cualquier pueblo. Es muy difícil que una comunidad no encuentre quien quiera cargar sobre sus hombros la responsabilidad de conducirlos. Sin embargo, lo que Moshé temía era que ese líder, además de conducir al pueblo, se condujera a él mismo, es decir, que todo lo que haga fuera también para alimentar su ego y su poder. En un caso como éste, Am Israel se quedaría como un rebaño que para ellos no habría pastor, porque a la larga ese líder se preocuparía sólo de sí mismo, y no de sus dirigidos. Por eso, si Hashem designaba al líder, éste sería virtuoso y humilde, y para ellos habría un pastor fiel.[2]

 

Cuando un pastor lleva a sus ovejas a pastar, los animales corren adelante y él camina detrás con su vara. Hace esto para mantener unido al rebaño; si son atacados, será fácil para él huir y salvar su propia vida. Por tanto, un rebaño de ovejas pastando podría parecer que sí carece de pastor. Moshé rogó a Hashem que designara un líder para el Pueblo Judío, uno que no caminara detrás de ellos y mantuviera un perfil bajo, sino que tomara la iniciativa y diera dirección al pueblo como lo ordena la Halajá.[3]

 

Es sabido que todo lo que sucedió en el desierto fue para dejarnos una muestra de cómo deben hacerse las cosas hoy. La forma en que escogemos a los conductores espirituales de nuestro pueblo dista mucho de la forma en que se eligen los conductores de otras naciones. En nuestro país acabamos de pasar por un proceso electoral; observamos que, para subir al poder, los candidatos deben “convencer” a la gente por medio de costosas campañas.

 

Cuando hablamos de los grandes de la Torá (guardando las distancias), la cosa parece ser distinta. Nunca encontramos a un dirigente espiritual, como Rab Elyashib, o Rab Shteinman, o Rab Kanievsky, por ejemplo, haciendo una campaña para promocionar sus aptitudes. Desde Moshé y hasta nuestros días, el Rab de la generación fue elegido por un pueblo que conoce su grandeza, y que necesita absorber su sabiduría. Y cuando el Rab llega al lugar que le corresponde, es la generación la que sale ganando, ya que ahora tiene un gigante espiritual que corona al pueblo con su entendimiento, con sus cualidades. La garantía que tiene este sistema de elección es que la conducción del pueblo se conserva tal como lo fue desde que recibimos la Torá, ya que cada Rab se preocupa solamente por el bien de cada integrante del pueblo, en general y en particular, dejando de lado todo deseo personal. Ahora podemos entender lo que quiso decir Moshé en su plegaria: Amo de todos los espíritus… que el líder de Israel sea como Tú, Hashem…, comprensivo con todos… y aceptado por todos los espíritus de la gente.[4]

 

Cuando Rabí Shmelke ejerció como rabino de Nikolsburg, colgó dos objetos sobre un clavo en su despacho: un bastón y un portafolio. Estaban colgados para que todos pudieran verlos. Cuando la gente le preguntaba acerca de estos objetos, respondía: “Quiero que todos sepan, en especial los dirigentes de la comunidad que me contrataron, que cuando ejerzo como juez no muestro favoritismo hacia ninguno, y que la ley es imparcial. No importa quién se presente ante mí, actuaré según la estricta Halajá. No honraré indebidamente a ninguno”. “Y si cualquiera de ustedes”, añadía, mirando directamente a los líderes de la congregación, “se opone y piensa despedirme, también estoy dispuesto a ello. Tengo mi bastón y mi cartera preparados colgando en la pared. Si no están ustedes satisfechos conmigo, los tomaré y me marcharé, aun si eso signifique que deba pedir limosna. ¡Pero no favoreceré a nadie!”[5]

 

Hashem otorga de Su sabiduría a nuestros líderes espirituales para que nos ilustren con su ley y la hagan valer. Es nuestra obligación acatar sus ordenanzas y conducirnos según sus enseñanzas. La mayoría de los problemas que sucedieron a lo largo de la historia de Am Israel fueron por no haber considerado las palabras de los Jajamim. Y todas las salvaciones y aciertos de Am Israel se obtuvieron gracias a que supimos escuchar sus sabios consejos... “Dichoso es el lugar donde reina el Rab. Él impartirá conocimientos, salvará a la ciudad con su sabiduría, su mérito los protegerá de todo mal y traerá bendición a todos sus hechos.”[6]

 

Efraim Levovitz, uno de los estudiantes de la Yeshibá del Jafetz Jaim en la ciudad de Radín, fue acusado de ser espía alemán y lo llevaron a juicio en Rusia. Su abogado no judío pidió al Jafetz Jaim que atestiguara en favor de su cliente en la corte. El Jafetz Jaim aceptó y viajó a la ciudad de Whitbask, donde el juicio tuvo lugar. Después de la declaración del Jafetz Jaim, el abogado quiso demostrar la gran piedad de su testigo al juez, y relató la siguiente historia: “Una vez, cuando el Jafetz Jaim estaba en Varsovia, un hombre se acercó a él con un billete de cinco rublos en su mano, y clamaba que él debía al Jafetz Jaim un rublo por un libro que una vez le había comprado. El Jafetz Jaim rechazó el dinero, diciendo que él no recordaba esa deuda, y era mejor que se acercara a su contador, quien podía tener anotada la deuda”.

 

“Después de recibir la contestación, el hombre cambió su tono, diciendo esta vez que quería dar el rublo como donación. El Jafetz Jaim dijo que él no aceptaba regalos, pero si él deseaba, podía donar el dinero a la Yeshibá de Radín. La persona estuvo de acuerdo con eso, pero cuando el Jafetz Jaim sacó su billetera para darle el cambio, el hombre le arrebató la billetera y salió corriendo. El Jafetz Jaim comenzó a correr detrás de él, gritándole mientras lo perseguía que podía quedarse con el dinero y que lo perdonaba completamente. Más aún, no permitió que nadie persiguiera al hombre.” El juez interrumpió al abogado diciendo: “Mi querido abogado, ¿realmente cree esa historia?”. “No, yo no la creo. Yo creo que es una fábula”, respondió el abogado. El juez preguntó: “Si ese es el caso, ¿por qué trae esta historia como prueba?”. El abogado contestó: “Perdóneme, su señoría, pero, ¿puede usted explicarme por qué historias semejantes no se cuentan sobre usted o sobre mí? ¿No cree usted que la creación de estas historias sobre una persona atestigüen su grandeza?”.[7]

 

Rab Akibá Eiger fue una vez a Nikolsburg y visitó a Rab Mordejai Benet, que era el rabino de la ciudad. En Shabat, Rab Benet solicitó a Rab Eiger que pronunciara un discurso para la congregación. El público se encontraba maravillado por la profundidad de las palabras. Disertó sobre un tema, pasó a otro y así construía una cosa sobre otra. En medio de la disertación, Rab Benet interrumpió con una pregunta que aparentó derrumbar algunos de los argumentos de Rab Eiger. Luego de una breve pausa, el Rab Eiger descendió del estrado derrotado. Cuando terminó la tefilá, Rab Benet se acercó para pedirle perdón. Con una sonrisa, Rab Eiger reveló que él conocía la respuesta a la pregunta que había formulado. Le presentó varios argumentos que no solamente lo demostraban, sino que de paso le enseñó algunos temas relacionados. Entonces preguntó Rab Benet: “Pero, ¿por qué no me dijo eso en el momento?”. El Rab le respondió: “Yo no quise menospreciarlo frente a los ojos de su congregación. Después de todo, usted es su líder. Ellos lo respetan a usted. Yo sólo estoy de paso y mi reputación no tiene importancia”.[8].©Musarito semanal

 

 

“Escojan hombres que sean sabios y conocedores, y reconocidos entre sus tribus, y Yo los haré dirigentes entre ustedes.”[9]

 

 

 

 

[1] Bamidbar 27:17.

 

[2] Hameir LeDavid.

 

[3] Kitav Sofer.

 

[4] Jumash Mor Deror, pág 273, Rab Mordejai Babor.

 

[5] Relatos  de Tzadikim, G. Ma Tov, vol. 5, pág. 5.

 

[6] Pele Yoetz, Juicio y veredicto.

 

[7] Ama a tu prójimo, pág. 5, Rab Zelig Pliskin.

 

[8] Ama a tu prójimo, pág. 445; Rab Zelig Pliskin.

 

[9] Debarim 1:13.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.