Las oportunidades están escondidas

dentro de las adversidades

 

 

“Esa misma noche comerán la carne asada… con hierbas amargas la comerán” (12:8).

 

 

El día 10 de Nisán Hashem informa a Moshé que la redención está cerca. Cada jefe de familia debe apartar un cordero macho sin defectos, para mantenerlo en sus casas durante cuatro días. Pasado este periodo deben sacrificarlo en la noche. Parte de la sangre será salpicada sobre el marco de la puerta de toda casa judía, como señal de que sus habitantes son yehudim. Esa noche, la carne del sacrificio debe ser comida, asada al fuego, con pan sin leudar y hierbas amargas. No lo comerán crudo ni cocido en agua, sino sólo asado al fuego. Todo lo que quede en la mañana debe ser quemado. Más aún, debe comerse apresuradamente y los comensales tienen que estar preparados para iniciar el viaje.

 

Aquella sería la noche en que Hashem eliminaría a todos los primogénitos en Egipto, con excepción de los que estaban en casas salpicadas con sangre de cordero. Desde entonces esa festividad ha sido observada todos los años como Pésaj y es un permanente recordatorio de la liberación de Egipto. Durante siete días se comería pan ázimo y los días primero y séptimo de la festividad debían ser observados como una asamblea sagrada, con la prohibición de hacer cualquier trabajo.

 

Esto nos enseña que, aun cuando el Pueblo de Israel seguía residiendo en Egipto, en medio de la corrupción y la impureza, ellos ya habían concientizado que no podían continuar con la ideología egipcia; sabían que se convertirían en una nación santa y, por tanto, se purificaron de la contaminación que habían adquirido. Degollar al carnero y rociar su sangre sobre las jambas de la puerta representaba que ya no formaban parte de la sociedad egipcia. Ahora todo el pueblo era una nación de hombres libres; no más esclavos del Faraón, sino siervos del Rey del Universo. El jametz simboliza la inclinación al mal, el engreimiento y la arrogancia; así, la búsqueda y eliminación del jametz representan la lucha del hombre por vencer esta inclinación. El jametz es más sabroso, de apariencia más agradable y de mayor tamaño. Tal es el modo de actuar de la “mala inclinación”: arrastra a la persona hacia los placeres mundanos y los hace más atractivos para que parezcan más importantes de lo que realmente son. Por esto el jametz debía eliminarse por completo.[1]

 

El maror representa los obstáculos que se nos presentan en la vida, pero en realidad son las oportunidades que Hashem nos da para crecer. En nuestra historia podemos encontrar varios ejemplos que lo demuestran. Los mayores legados a nivel de estudio ocurrieron precisamente en los momentos de mayor persecución. Rashí (el principal comentarista de la Torá y del Talmud) vivió en la región del río Rhin en la época de las masacres perpetradas por las cruzadas. Los Tosafot se redactaron a escondidas en la época en que quemaron el Talmud en Francia. Abarbanel escribió su comentario cuando acompañó a los judíos expulsados de España. El Ta’z y el Sha’j, comentaristas del Shulján Aruj, fueron víctimas de los cosacos de Chmelnitzky en Polonia. El líder espiritual de la comunidad judía alemana, el Maharam de Rottenburg, y su yerno, fueron apresados hasta su muerte por el emperador Rodolfo para chantajear a los judíos con dinero por su rescate. Rabenu Asher (el Rosh) debió huir a España para no correr una suerte similar… Ninguno de ellos se dejó amedrentar por el peligro o los obstáculos. La adversidad no les quitó fuerza; por el contrario, demostraron que nada ni nadie puede destruir el espíritu y la voluntad del Pueblo Judío.

 

Un yehudí se acercó al Rebe de Kotzk y le contó sus penas. Luego le manifestó que no veía el momento en que sus sufrimientos se acabaran y se olvidara pronto de esos “tragos amargos”. “¿Cuál es la prisa?”, dijo el Rebe al yehudí. Y agregó: “En Pésaj, cuando comemos el maror (hierba amarga), la Halajá (Ley Judía) nos indica que no podemos hacerlo de un trago, sino que debemos masticarlo lentamente y comerlo poniendo atención en lo que hacemos. Lo mismo sucede con los sufrimientos: en vez de desear que pasen rápido, hay que analizarlos y ver por qué vinieron y qué podemos aprender de ellos”.[2]

 

Todo el alimento de esa noche se enfocaba a una sola idea: nutrir el espíritu del pueblo, que se encontraba debilitado por la esclavitud sufrida durante más de doscientos años. Se requería reforzar el bitajón (la confianza) en Hashem. Esta cualidad trae alegría al cuerpo y tranquilidad al alma. Confiar en Hashem no significa garantizar que cubrirá todas nuestras necesidades de acuerdo con nuestra voluntad. Pensar así puede llevarnos a la desilusión, puesto que las cosas suceden y en ocasiones no las entendemos. Lo principal de la confianza es pensar que todo lo que Hashem hace es para nuestro bien y por eso sucede. Él sabe perfectamente qué es bueno para nuestra alma y para poder servirle adecuadamente. Nada negativo emana del Cielo. No hay que afligirnos por las cosas que no entendemos. Por el contrario, hay que aprovechar esas oportunidades para crecer. No debemos sentirnos frustrados cuando los resultados no son los que esperamos. Hay que seguir adelante… El resultado no es asunto nuestro; dejémoslo en manos del “Patrón”, pues Él tiene un plan diseñado para nuestro bienestar. Con esto siempre en mente, podremos vivir con mayor comprensión, motivación, paz y alegría.[3]©Musarito semanal

 

“Grandes oportunidades están ocultas en las adversidades.”

 

 

 

 

 

[1] Eliyahu Kitov.

 

[2] Meotzarenu Hayashán, Bo; HaMeir LeDavid.

 

[3] Pelé Yoetz, “Confianza en Hashem”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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