Bitajón

(Confianza en Hashem)

 

 

 

“Levántense, salgan de entre mi pueblo, tanto ustedes como los Hijos de Israel… También llévense sus rebaños y sus ganados, tal como lo pidieron, ¡y váyanse…!” (12:31-32).

 

 

Después de que en Egipto terminaron las plagas, el imperio más poderoso de ese entonces en el mundo se encontró en ruinas. El Midrash cuenta que los asesores del Faraón, luego de la última plaga y el éxodo de Am Israel, le reclamaron: “Después de haber soportado todos los golpes, ¿ahora dejamos ir a nuestros esclavos con sus hijos y su ganado? Y adicionalmente, ¡se van con toda nuestra riqueza! ¿Cómo podemos permitir una cosa así?”. Entonces, el Faraón se arrepintió de haberles permitido partir.

 

Esto se compara a un rey que solicita a uno de sus esclavos que vaya a comprar pescado para ofrecer un banquete. El esclavo va rápidamente al mercado. Sin embargo, los mercaderes ya han vendido todo su pescado. Por lo avanzado de la tarde, logra encontrar sólo algunos pescados no muy frescos.

 

Después de que fueron cocinados, los sirvió delante del rey. En el momento en que el monarca se dispone a probar, siente el hediondo olor y gritando reclama: “¡¿Cómo se atreven a hacerme algo así?!”. Enfurecido, comienza a indagar la causa del percance, y en cuanto descubre al responsable del incidente, de inmediato manda a buscarlo y le dice: “Faltaste al honor del rey. Debería matarte en este instante. No lo haré sólo por consideración a tu familia. Sin embargo, voy a darte a escoger el castigo: comes de inmediato todo el guisado o recibes cien latigazos, o me pagas cien monedas”. El esclavo elige el primero. Comienza a comer un bocado, y luego otro… De repente, grita: “¡Ya no soporto más! Mejor tomaré la segunda opción. ¡Esto es inaguantable!”. Llaman al verdugo y comienza a golpear sin piedad: uno… dos… tres latigazos… Cuando llegan al golpe número cuarenta, el esclavo comienza a gritar: “¡Basta… basta…! ¡Detengan al verdugo! ¡No soporto un golpe más!”. Al final, el resultado fue que comió, recibió los golpes y terminó pagando…

 

Esto fue lo que Hashem hizo al Faraón: al principio, no dejaba salir a nadie; después comenzó a ceder dejando salir sólo a los hombres. Después dijo: “¡Lleven también su ganado!”; y finalmente dijo, desesperado: “¡Llévense todo, tomen lo que quieran! ¡Lo único que les pido es que salgan pronto de aquí!”.

 

Esto mismo sucede a quien, apoyándose en su inteligencia, fuero o riqueza se siente muy seguro y abandona el Servicio Divino. Hashem le reprende diciendo: “¿Te crees muy listo? ¡Entonces arréglatelas solo!”. El hombre comienza a cometer todo tipo de equivocaciones y, cuando se siente perdido, pide auxilio a sus influyentes amigos; estos ven que ya no les es útil y no sólo le dan la espalda, sino que también lo golpean. Entonces el hombre se tranquiliza y piensa: “Bueno. Por lo menos todavía me queda mi dinero”. Finalmente cae en cuenta que acaba perdiendo lo que creía que lo salvaría de toda situación.

 

Si analizamos a fondo la anterior situación, nos daremos cuenta de que ese hombre nunca poseyó la protección que pensó tener. El Creador le otorgó esos bienes para que pudiera servirle dignamente, y él sintió que lo había conseguido gracias a su astucia y para su propio beneficio. No se alabe el sabio en su sabiduría, ni se alabe el valiente en su valentía, ni se alabe el rico en su riqueza.[1]

 

Si no puedes obtener el dinero que necesitas de la manera que esperabas, el Todopoderoso tiene otras formas y medios por los cuales podrás adquirirlo.[2] Rab Najman de Breslov relató lo siguiente:

 

Había una vez un hombre que ganaba su sustento excavando arcilla. Un día, mientras efectuaba su trabajo, sucedió que por casualidad encontró un diamante.

 

Sabiendo que el único lugar donde podía encontrar un mercado adecuado para vender la piedra era la ciudad de Londres, decidió viajar hasta allá. No contaba con dinero y, sin embargo, al subir a bordo de un buque mostró el diamante al capitán, asegurándole que habría de recompensarlo generosamente cuando llegaran a su destino.

 

El capitán quedó impresionado con el ofrecimiento y le asignó el mejor camarote que tenía en primera clase. El hombre tenía el hábito de colocar sobre la mesa la piedra preciosa mientras comía, debido a que con sólo mirarla conservaba su buen humor. Un día, luego de una comida, el hombre se durmió dejando el diamante sobre la mesa. Luego el camarero, al hacer la limpieza, sacudió el mantel y arrojó al mar todo lo que quedaba sobre el mismo… incluyendo el diamante.

 

Al despertarse, el hombre se dio cuenta inmediatamente de lo que había sucedido. Temiendo correr la misma suerte que la piedra si se lo decía al capitán, decidió que continuaría comportándose como si nada hubiera sucedido, y continuó manteniendo un espíritu pleno de optimismo.

 

Mientras tanto, al capitán se le había presentado un problema: traía a bordo una carga de trigo que le pertenecía, con destino a Inglaterra, pero se enteró de que tendría serias dificultades legales si efectuaba la operación a su nombre. Al tener confianza en el hombre con el diamante, el capitán le pidió que firmara un conocimiento de embarque como si él fuera el propietario de toda la partida de trigo, y este último dio su consentimiento.

 

El barco continuó su viaje y, poco antes de llegar a Inglaterra, el capitán falleció repentinamente. El hombre quedó de esta manera como el único dueño de todo el trigo que estaba consignado a su nombre, el cual tenía un valor muy superior al del diamante. Fue así que se convirtió en un hombre rico a consecuencia de su optimismo.

 

El diamante no pertenecía a ese hombre. La prueba está en que no pudo conservarlo. Pero en cambio, el trigo estaba destinado a ser suyo, como lo prueba el hecho de que finalmente pasó a ser de su propiedad. Tuvo buena suerte porque no se dejó abatir por la adversidad.[3]

 

Am Israel no tiene más que una sola opción de en quién confiar: la Divina Providencia. Nada ni nadie puede protegerlo ni ayudarle ni salvarlo; solamente Él, que nos quiere tanto; con su piedad provee todas nuestras necesidades y nos cuida. La ayuda de Hashem puede venir en un segundo, y de donde menos lo esperamos…

 

¡El hombre despertó exaltado! Aún recordaba los cinco números del billete ganador. Los anotó en un papel, se levantó de la cama y comenzó a realizar sus labores de rutina. En la noche, mientras estaba cenando en compañía de su familia, relató a sus hijos que había soñado con el número ganador de la lotería. “¿Ya compraste el billete?”, gritaron al unísono. El padre les dijo: “Si Hashem quiere hacernos llegar dinero, lo hará de la forma que le parezca, pues nada está fuera de Su voluntad”. Su esposa dijo: “Tienes razón, pero en este mundo la persona tiene que invertir aunque sea un poco de su esfuerzo para que la bendición llegue a sus manos. Si no compras el billete, ¿cómo pretendes ganar el premio?”.

 

Al otro día, el hombre se dirigió a varios expendios de lotería, hasta que encontró uno en el que vendían el billete que coincidía con los números que había anotado. Preguntó por el costo del billete y, cuando se disponía a pagarlo, se percató de que no tenía dinero. Había olvidado la cartera en su casa. Vio en esto una señal del Cielo y no quiso ir a su casa, tomar el dinero y regresar a buscar el billete.

 

El sorteo de la lotería se realizó al día siguiente. El hombre pasó por un lugar donde se exhibía la lista de los ganadores y sintió curiosidad de saber qué billete había ganado. Se sorprendió al ver que habían sido los números con que él había soñado. A cualquiera le hubiera costado mucho resignarse frente a esta situación; se hubiera recriminado por no ser el afortunado dueño de ese dinero, a causa de su falta de interés y su holgazanería. Pero este hombre no era una persona común. Ni siquiera se perturbó. Regresó a su casa y platicó a su esposa e hijos lo que había sucedido: “No tengo ni la más mínima duda de que ese dinero no me pertenecía. Por eso Hashem hizo que no lo ganara. Deben ustedes saber que Hashem es el Único que controla todo lo que sucede en la vida. Él es el dueño de todos los mundos y en Su Mano se encuentra todo el dinero y todo el oro. Y si quisiera dárnoslos, lo haría de alguna otra forma. Por tanto, no debemos preocuparnos por no haber ganado la lotería”.

 

Los seres humanos no podemos comprender cómo maneja Hashem el mundo. Nuestro paso por la tierra es como una fracción de segundo cuando lo comparamos con la eternidad. Tampoco podemos juzgar un suceso cuando entramos a la mitad de una película y vemos sólo un minuto de ella. Del mismo modo, no entendemos por qué o cómo suceden las cosas. Todo tiene un propósito y está en nosotros saber utilizar aquello que nos manda Hashem para obtener de él un beneficio para nuestra vida eterna.©Musarito semanal

 

“¿Que harás de tu vida? Dejarás que el tiempo lo decida o lo decidirás con tu propio destino.”

 

 

 

 

 

[1] Irmeyahu 9:22.

 

[2] Jobot Halebabot 4:4.

 

[3] Rab Arieh Kaplan; Las Puertas de la Felicidad, pág. 205, Rab Zelig Pliskin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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