Actitud positiva

 

“Estos son los viajes de los Hijos de Israel que salieron de la tierra de Mitzraim.  33 :1”.

 

 

La Torá detalla las cuarenta y dos paradas en las que el Pueblo de Israel acampó. Viajaron durante cuarenta años por el desierto, desde su salida de Egipto hasta su entrada a la Tierra Prometida. ¿Por qué razón fue relatado un resumen tan minucioso? Para responder la pregunta, Rashí nos trae un ejemplo en nombre de Rabí Tanjuma: Un rey cuyo hijo estaba enfermo, lo llevó a un lugar lejano con el fin de curarlo. Una vez reestablecido, durante el regreso su padre comenzó a enumerarle todos los trayectos que habían recorrido, diciéndole: “Aquí dormimos; aquí sentimos frío; aquí te dolió la cabeza, etc.”[1] El propósito de mencionar los lugares recorridos era manifestar el amor que Hashem prodiga hacia Israel. En la parábola, los lugares donde durmieron representan las ocasiones donde Israel estuvo en paz y tranquilidad; donde tuvieron frío es porque algo les faltó; y donde el niño tuvo jaqueca representan los sitios donde Israel estuvo en peligro.[2]

 

¿Cuál es la finalidad de mencionar todos estos acontecimientos? Los Jajamim explican que es una representación de la forma en la que el Yehudí “viaja por la vida”. Así como ciertos lugares fueron placenteros y confortables otros fueron duros y dificultosos. En unos hubieron abundancia de alimentos y agua, en otros tuvieron sufrimientos y sed. La Torá nos viene a mostrar que en la vida, no todo es hojuelas con miel; en el camino, encontramos alegrías y satisfacciones así como contratiempos y dificultades, hay que trabajar diligentemente para poder llegar al final del viaje tal y como Hashem espera de nosotros. Los logros o el fracaso dependen solamente de uno mismo: Había un herrero que era un experto en su profesión. Un día hubo una revolución en su país. Fue encarcelado y atado con cadenas, pero esto lo tenía sin cuidado, sabía manejar hábilmente el hierro, en cuestión de segundos podía encontrar el eslabón débil de cualquier tipo de cadena. La rompería y sería libre. Mientras examinaba la cadena que lo apresaba gritó de angustia, pues reconoció su propia marca. Él las hizo, y sabía que era imposible romperlas. No hay quien pueda romper las cadenas con las cuales uno mismo se ha atado. Si nos envolvemos sólo en nosotros mismos, no somos libres de vivir una vida plena. Es sólo cuando sentimos nuestra responsabilidad que podemos funcionar como verdaderos seres humanos.

 

Hoy en día vivimos en un mundo de soluciones inmediatas: la comida, la ropa, los utensilios que utilizamos en la vida diaria, hasta la cura de algunas enfermedades consideramos que deben ser instantáneas… ¡Así estamos acostumbrados! Y desafortunadamente esto también lo aplicamos a nuestro servicio al Creador, queremos que nuestras Tefilot sean respondidas de inmediato, cuando nos sentamos a estudiar, pretendemos entender toda la sabiduría encerrada en las sagradas escrituras y deseamos que penetre y se conserve por siempre, grabada en nuestra mente, con solo leer el texto una vez. Esto lleva a una gran cantidad de gente a la frustración y a la dejadez. En la elevación espiritual, la escalada tiene que ser gradual; ¡No existen resultados inmediatos!

 

Rabí Akiba caminaba a la madrugada hacia su maestro, viajaba con unos compañeros. Pensaba: “es sabido que Hashem ayuda enormemente a todos los que quieren estudiar Torá y cumplir sus preceptos. Pero a mí, con la edad avanzada de cuarenta años, e ignorante casi completamente del tema, ¿me ayudará a llegar a alcanzar la sabiduría del Eterno?” La búsqueda del camino adecuado, le preocupaba hasta la última fibra de su corazón. De pronto, al pasar por un manantial, quedó maravillado frente a una roca perforada. “¿Quién puede traspasar una piedra tan dura?” preguntó. Uno de los discípulos dijo: “Las aguas logran deshacer las piedras”.[3] La respuesta conquistó su pensamiento y la conclusión a la que llegó cambió extremadamente su vida. “Las aguas”, se dijo, “aun siendo tan suaves, al gotear constantemente, logran perforar la más dura piedra; la Torá, que contiene el fuego celestial ardiente, con más razón que va a penetrar en mi corazón, que es de carne blanda. Y desde ahí, se dedicó exclusivamente al estudio de la Torá, con la plena seguridad que ésta desarrollaría todo su ser.[4]

 

La mayoría de los comentaristas aprenden de esta leyenda, la supremacía que tiene el ser constante en algo, y esta es una gran lección. Preguntan los Jajamim ¿acaso una persona de la estatura intelectual de Rabí Akiba, necesitaba encontrar una piedra agujereada para poder llegar a ser la máxima autoridad rabínica de su época? ¿En los 40 años de vida que llevaba nunca vio algún otro ejemplo para entender que la constancia es la madre del éxito? Entonces, ¿Cuál fue el pensamiento que lo impulsó hasta que consiguió ser uno de los Tanaim más grandes que existieron dentro del pueblo de Israel? Él percibió de este hecho que, a pesar de que el agua golpeaba a la roca una y otra vez, seguía manteniendo su misma naturaleza. A simple vista el agua no mostraba cambio alguno. Lo mismo pasaba con la piedra, por más que era golpeada una y otra vez, seguía manteniendo su forma original. Entonces ¿Por qué estaba perforada?

 

La respuesta fue lo que cambió su concepción sobre qué ruta tomar para su ascenso espiritual y llegar a ser uno de los esenciales contribuyentes de la Mishná y por ende de la Halajá. El percibió que, aunque no era notorio, cada gota de agua horadaba la roca y que solamente después de mucho tiempo, el cambio lograba percibirse Rabí Akiba llegó entonces a la siguiente conclusión: En el judaísmo no se pueden esperar cambios inmediatos. No por asistir un día el Bet Hakneset, ya te convertiste en un hombre devoto. No por estudiar un día o inclusive varios años Torá, te convertiste en un erudito… Es como cuando uno siembra un árbol y lo contempla cada día, el observador pensará que el árbol no crece, pero si deja de mirarlo por algún tiempo se dará cuenta lo mucho que creció… Lo mismo sucede con lo que respecta al servicio hacia el Creador, conlleva varios años de esfuerzo, mucho trabajo y dedicación; los frutos son muy dulces y la paz espiritual es sumamente placentera, pero se requiere de una gran inversión de voluntad y entrega.

 

La grandeza de Rabí Akiba no se sustentó en el hecho de haberse sometido al suplicio para santificar el Nombre de Hashem sino por el hecho que aún en el momento en que lo estaban ejecutando, no dejo pasar una Mitzvá, sin cumplirla. El deber de cada judío es el de observar la Tora durante toda su vida, aún en los momentos en que es sometido a muy difíciles pruebas, y más aún en sus últimos instantes, por lo tanto mientras tenga un hálito de vida debe cumplir las mitzvot. Por lo anteriormente expuesto, no podemos decir que Rabí Akiba murió por devoción, sino que toda su vida la vivió en devoción, cumplió las mitzvot con fervor, tal como lo ordena la Tora. La Tora le asigna un gran valor a la vida. Exige que el hombre viva practicando las mitzvot en cualquier circunstancia, aún en las más difíciles, pero no que entregue la vida por practicarlas. Si podemos observar cuántas personas están dispuestas al límite de morir en una guerra, pero no son capaces de resistir al mínimo deseo. Por el contrario, la Tora exige: que el hombre viva su vida plenamente, pero con devoción hacia las mitzvot.[5]©Musarito semanal

 

 

“Las actitudes determinan las altitudes que alcanzaremos.”.

 

 

 

 

 

[1] Tanjumá 3

 

[2] Gur Aryé

 

[3] Iyob 14:19

 

[4] Abot de Rabí Natán 6:2

 

[5] Rab Shaj, Bezot Ani Boteaj

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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