Dime cómo vistes y te diré quién eres

 

 

“Harás vestimentas de santidad para tu hermano Aharón, para gloria y esplendor” (28:2).

 

 

Aharón y sus hijos, Nadab, Abihú, Elazar e Itamar, fueron elegidos para actuar como Cohanim en el Mishkán. Mientras oficiaban, debían usar cuatro vestimentas especiales, confeccionadas por hábiles artesanos. Aharón, como Cohén Gadol (Sumo Sacerdote), debía vestir ocho. Una de estas vestimentas era el mitznéfet, una especie de turbante. Está escrito que este turbante se usaba para perdonar el pecado de la soberbia y la vanidad. Por ser la cabeza donde residen los sentimientos de vanidad, se coloca allí para recordar a la persona que sobre ella sólo debe existir la conciencia de la existencia de Hashem, y por medio de esto adquirir la cualidad de la humildad.[1]

 

Moshé recibió la orden de hacer vestimentas “para gloria y esplendor” de los Cohanim. La Torá nos muestra que la ropa, aparte de cubrir a la persona de su vergüenza y de las inclemencias del tiempo, también le sirve como distinción y status. Rabí Yojanán llamaba a su ropa: las que me honran.[2] Si vas caminando por la calle y te encuentras con una persona vestida de verde y botas negras, y portando un rifle; o si ves a una persona con bata blanca y un estetoscopio colgando de su cuello, ¿acaso necesitas preguntar cuál es su oficio? Si ves a una persona vestida de negro, sombrero y kipá, ¿preguntas a qué se dedica?

 

Tú eres un yehudí. ¡Representas el Reinado del Creador! Tienes que vestir acorde con tu misión. La persona está formada de cuerpo y alma. El alma quiere distinción y el cuerpo va detrás de otros deleites y placeres. Al cuerpo no le interesa el honor, debido a que esto implica responsabilidad. Si las personas nos consideran dignos de ser honrados como hijos del Rey, nosotros sentiremos la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. El cuerpo quiere la libertad de gratificarse sin pensar en las consecuencias. Nuestra alma pide arropar al cuerpo a la usanza yehudí.

 

El rey envió proclamas a varias naciones invitándolas a entablar relaciones culturales y comerciales. Comisionó a su único hijo para que se fuera de gira por el mundo para esta importante misión. Los países se apresuraron a aceptar la invitación y enviaron responsas confirmando con agrado la bienvenida del soberbio personaje. El avión del príncipe despegó hacia su primer destino. Arribó al hangar presidencial, donde aguardaba una comitiva formada por los representantes más prominentes de la sociedad. Por la escalinata bajaron primero los secretarios de Estado, seguidos por todo el cuerpo de seguridad. La escolta presentaba las banderas mientras la filarmónica entonaba el himno del reino. Bajaron los pajes y otros miembros del gabinete. Todos aguardaban expectantes. Nadie quería perderse la oportunidad de estar tan cerca de la realeza. ¡Silencio! El vocero anuncia la proximidad de hijo del rey. Todos miran emocionados hacia la puerta del avión, aguardando su salida. De repente, ¡aparece! Los periodistas levantan sus cámaras tratando de captar hasta el último detalle. Comienza a salir; se ve una figura ataviada con unos decolorados y raspados pantalones vaqueros, camisa a cuadros, tenis… ¡en lugar de corona, una cachucha con el emblema de un afamado equipo de futbol! La gente se queda anonadada. “¿Es una broma? ¿Quién es ese impostor? ¿Quién habrá osado presentarse con semejante facha en nombre del rey? ¡Esto es una ofensa al reinado…!”

 

Así es la imagen que refleja un yehudí “vestido a la moda”. La persona que busca llamar la atención de los demás, tanto en su forma de vestir, de caminar, de hablar, de comer, significa que no confía en su propia valía, o tal vez desconoce su linaje. Aquel que se siente orgulloso de su origen y pertenencia buscará identificarse con ellos.

 

En una oportunidad, la reina de Inglaterra paseaba en su carruaje. Miraba distraídamente a los transeúntes por su ventana, hasta que vio a un joven que llamó su atención. Aquellas peot y kipá, las ropas que vestía, mostraban que era un yehudí. La reina se impresionó al ver a este joven tan especial y distinto de los demás y sintió curiosidad de conocerlo mejor. Pidió a sus sirvientes que detuvieran la carroza e invitaran al joven a su palacio, para poder verlo más de cerca. Cuando el joven supo de la invitación, se emocionó tanto que esa noche no pudo dormir. Al día siguiente, al verse en el espejo, pensó: “¿Cómo me voy a presentar ante la reina con esta apariencia? Será mejor aparentar que soy un ciudadano fiel a la corona”. Entonces se quitó las peot y la kipá, y su vestimenta. Se miró de nuevo en el espejo y también se cortó el cabello a la forma de los goyim. Quería encontrarse ante la reina, según él, “lo más presentable posible”.

 

Cuando llegó al palacio y estuvo frente a la reina, la soberana preguntó: “¿Dónde está el muchacho que vi en la calle? ¿Dónde está aquel que usaba peot y una kipá?”. El joven se enderezó y respondió con seguridad: “¡A sus órdenes, Majestad! Yo soy aquel joven. ¿Acaso no me recuerda?”. La reina respondió: “Yo veo frente a mí a un muchacho común, de los que sobran en el país. Yo quería ver a ése que tenía una apariencia tan diferente…”.

 

El Cohén era el transmisor de las órdenes Divinas (por medio de los Urim VeTumim); además generaba la paz entre las personas y también intercedía y buscaba el indulto ante sus hermanos y el Creador (por medio de los sacrificios en el Mizbeaj).

 

Al observar el atuendo majestuoso que portaba, comprendía la responsabilidad que llevaba encima, y esto lo motivaba a cumplir con presteza su sagrada labor. También le ayudaba a mantener su mente concentrada en el servicio Divino.

 

Al comienzo de los años treinta, un judío no observante que viajaba en un tren se enteró de que el Jafetz Jaim estaba sentado en el último vagón. Ansioso por verlo, el caballero se apresuró hacia el lugar, donde encontró al Gaón concentrado en un libro y ni siquiera se percató del hombre que lo observaba de arriba abajo. Cuando levantó la vista notó al espectador y le preguntó si había alguna forma en que pudiera ayudarlo. El caballero, disculpándose, dijo: “Sólo vine a ver qué apariencia tenía usted”. Con una plácida sonrisa, el Jafetz Jaim preguntó: “¿Y qué vio usted?”. El hombre respondió: “Francamente, estoy muy decepcionado. Yo esperaba ver a una persona elegantemente vestida a la moda, y usted está vestido al viejo estilo. Usted no llena mis expectativas de ninguna manera”.

 

El Jafetz Jaim lo miró y replicó: “Ante todo, yo soy quien está de acuerdo con la última moda y usted es quien no está de acuerdo con los tiempos”. El caballero arrogantemente dijo: “Rabí, ¿en qué se basa para hacer esa afirmación? ¡Mi vestuario es a la última moda; el suyo es el anticuado!”. El Jafetz Jaim respondió: “En la Hagadá de Pésaj leemos: ‘En el comienzo nuestros padres sirvieron a ídolos’. Este fue el antiguo estilo. Sin embargo, continúa relatando la Hagadá: ‘Pero ahora Hashem nos aproximó a Su servicio’. Esto quiere decir que el ‘estilo actual’ es aproximarse al Servicio de Hashem. Los judíos ultrarreligiosos que sirven a Hashem con todo su corazón y su alma son los que están de acuerdo con la última moda….”.

 

Es nuestra obligación comprender que somos “Hijos del Rey”. Nuestra conducta y manera de vestir deben ser acordes con nuestra investidura. Vestir como yehudí compromete, pero a la vez debe incentivarnos a tener un comportamiento ético, modesto y educado; debemos dirigirnos hacia las persona y en todo lugar con recato, respeto y buenos modales, y así mostraremos con hechos lo que se espera de nosotros.

 

Cuando el judío se pone kipá, se transforma en embajador de Hashem. Cada uno de sus actos es sometido al riguroso escrutinio de todos los que lo observan. Y si comete una estafa financiera, no van a llamarlo sólo “estafador”, sino “judío estafador”. Pero si es honrado, es Hashem el que se queda con el crédito.

 

El Midrash cuenta de un árabe que vendió un burro a Rabí Shimón ben Shataj. Poco después de la compra, Rabí Shimón descubrió una piedra preciosa oculta bajo la montura del burro. “Yo pagué por el burro, no por la gema”, dijo, y enseguida fue a devolvérsela al árabe, quien exclamó: “Bendito es Hashem, el Dios de Shimón ben Shataj”.

 

Yehudí: tienes una gran responsabilidad con Hashem y con el mundo. ¡Comienza a vestir como un auténtico yehudí, y esto te será de gran ayuda para que tu comportamiento sea acorde con la forma en que estás vestido! También te será de gran ayuda para que no olvides quién eres y Quién está encima de ti. Ante Él rendirás cuentas cuando Él lo decida. Hashem observa y controla todos tus movimientos. La vestimenta te mantendrá siempre consciente de esto y evitará que la vanidad se apodere de tus actos. Porque honro a los que me honran.[3]©Musarito semanal

 

“Habla, viste, come, duerme, compórtate como un yehudí. Finalmente verás que tu apariencia exterior influirá en tu interior.”[4]

 

 

 

 

 

[1] Meam Loez, Tetzavé.

 

[2] Shabat 113b.

 

[3] Shemuel I, 2:30.

 

[4] Abot de Rabí Eliézer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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