Shabat: remedio para el alma

 

 

“Seis días se hará trabajo, y el día séptimo, reposo absoluto, convocación santa, todo trabajo no harán. Shabat es para Hashem” (23:3).

 

Uno de los temas que aborda esta Perashá es el de santificar el día de Shabat. Manifestamos el fundamento de la Fe de que el Universo fue creado por Hashem Itbaraj al honrar y respetar este día, observando las leyes referidas en la Torá. Por otro lado, Hashem nos exige que seamos santos. Am Israel es or lagoim (la luz para las naciones). Esto quiere decir que nuestra moral debe ser íntegra y justa, ya que somos Hijos del Rey. Nuestro proceder debe ser ejemplar para todas las naciones del mundo.

 

Rabenu Yosef Jaim, mejor conocido como el Ben Ish Jai, emprendió un viaje junto con su hermano Rabí Yejezkel y otros cuatro acompañantes. Para no tropezar con el problema del Shabat, eligieron viajar en camellos individuales en lugar de una caravana pública. Antes de abandonar Bagdad, arreglaron con el guía árabe y dueño de los camellos que antes de Shabat el viaje debía interrumpirse, para seguir camino al día siguiente después de recitar la Habdalá.

 

La caravana partió y todo parecía andar bien hasta que llegó el primer día viernes. Luego de que Rabenu Yosef Jaim solicitó al guía detener los camellos, éste se rehusó a cumplir su palabra alegando que el lugar donde se encontraban resultaba peligroso para acampar, pues era sabido que era territorio de una feroz banda de asesinos y malvivientes. “¡Pues entonces nos quedamos aquí a pasar Shabat solos!”, anunció el Ben Ish Jai. “¡¿Aquí, en medio del desierto?!”, exclamó el árabe y advirtió: “¿No se dan cuenta de que están expuestos a morir en manos de los criminales?”. Nadie iba a hacer desistir a Rabenu Yosef Jaim y los suyos de su decisión. Se apearon de los camellos, tomaron sus pertenencias y alzaron su tienda de campaña, dispuestos a recibir al santo día de Shabat. El guía ató a todos sus camellos y se alejó a toda marcha del lugar. Pero así como era irresponsable también era algo cobarde, por lo que regresó sobre sus pasos y se apostó cerca de los yehudim, escondido detrás de una roca, a la expectativa de lo que pudiera suceder.

 

Cayó la noche. Rabenu Yosef Jaim y sus acompañantes habían encendido las velas y recitaron emocionados Kabalat Shabat seguido de Tefilat Arbit. Luego dieron paso al Kidush y saborearon las comidas que traían en sus alforjas. Cantaron e intercambiaron palabras de Torá. Estaban tan inmersos en la espiritualidad que olvidaron que se encontraban en un desolado e inseguro paraje. Más tarde, el sueño venció a todos excepto el Ben Ish Jai, quien seguía sentado con el libro del Zóhar en sus manos. Y no era la tenue luz de las velas lo que iluminaba las letras, sino el resplandor de su semblante, que irradiaba por el profundo regocijo con que leía las sagradas escrituras. El Ben Ish Jai se olvidó de su cansancio; no percibía nada de lo que sucedía a su alrededor; estaba totalmente inmerso en la Torá, tan apegado a Su Creador que podían escucharse claramente las alas de los ángeles que lo protegían desde el Cielo... Así transcurrieron las horas. Pero el fulgor de las velas de Shabat no sólo atrajo a los ángeles, sino también a unos seres terrenales que nada de espirituales tenían. Aquellos tan temidos criminales que merodeaban entre las sombras de la noche, encontraron una fácil presa en esos inofensivos viajantes.

 

El temible grupo se acercó sigilosamente a la tienda, dispuestos a acabar con las vidas de sus víctimas y apoderarse de sus bienes. A la cabeza de la pandilla avanzaba su líder, quien como el resto de sus secuaces iba armado hasta los dientes. Y este mismo hombre sorprendió a todos los que lo escoltaban, ya que a punto de tener a la víctima en sus garras, se detuvo. Se quedó congelado observando la cara de Rabenu Yosef Jaim. Guiado por un extraño impulso, dio media vuelta y mascullando la orden de retirarse, se llevó a toda su horda de delincuentes lejos de allí.

 

El Ben Ish Jai y su séquito se habían salvado. El guía árabe, espectador improvisado de la escena, se quedó maravillado, mudo de asombro. Y luego de unos segundos salió de su escondite y casi de un salto llegó hasta el Ben Ish Jai, para caer a sus pies. “Perdóneme, santo varón. Me equivoqué con usted”, reconoció el guía. “Ahora me doy cuenta de que es un enviado del Cielo. ¡Y estoy dispuesto a cumplir fehacientemente lo que hemos acordado!” Los Jajamim de Bagdad, alumnos de Rabenu Yosef Jaim, pudieron explicar la extraña actitud del jefe de la banda de manera totalmente natural: todo había sucedido a consecuencia de un episodio acaecido tiempo atrás.

 

Lo que pasó fue que un hombre había sido citado a comparecer en un juicio que tenía con un yehudí, quien negaba deber dinero que realmente se le había prestado. El Ben Ish Jai, actuando como juez, descubrió que efectivamente el árabe tenía la razón, por lo que obligó al yehudí a pagarle. El problema ahora residía en que el yehudí no tenía dinero para saldar su deuda. ¿Qué hizo Rabenu Yosef Jaim? Sacó la suma de su propio bolsillo y la entregó al yehudí para que pagara al árabe. Éste, que con el correr de los años se convirtió en un malviviente, mantuvo siempre en su memoria la encomiable actitud del Ben Ish Jai. Y ese recuerdo latente fue lo que le hizo desistir de atentar contra él y los suyos cuando lo tuvo enfrente, en medio del desierto.[i] “Los actos de los justos valen más que la creación del cielo y de la tierra.”[ii]

 

El sagrado día de Shabat fue establecido para que el Pueblo de Israel alcance la santidad. Algunas personas piensan de forma equivocada que es una especie de “vacación” y para experimentar puro placer. Es un día en el que alimentamos nuestro espíritu y, por tanto, debemos observarlo conforme a sus leyes. De no hacerlo, nos tornamos susceptibles al mal de la secularización y la asimilación. Hashem otorgó a su pueblo un remedio para elevarlo espiritualmente. Si se lo toma en las cantidades recomendadas por su “fabricante”, el yehudí se hará inmune a la epidemia que está ahogando al mundo en depresión, ansiedad y otros padecimientos anímicos. Esto es lo que ofrece la vida mundana y secular.

 

Esto puede ilustrarse con lo que ocurrió a un hombre que había sido bendecido con varios hijos que fueron atacados por una enfermedad muy contagiosa. El padre, sumamente preocupado, llamó con urgencia al médico de la familia, quien llegó con presteza. Luego de examinar a cada niño, prescribió una medicina que debían tomar durante varios días. Poco después el médico recibió una frenética llamada del padre.

 

“¿Qué ocurre?”, preguntó el médico. “¿Les dio el medicamento que les receté?” “Ciertamente lo hice”, dijo el hombre; “gracias a ello se recobraron magníficamente, pero ahora han sufrido una recaída y no sé qué hacer.” “¿Por qué no les da, entonces, más medicina?” “¡No quieren tomarla!” “En ese caso”, dijo el médico, “no hay nada que yo pueda hacer. ¡Usted tiene en su mano el remedio para curarlos, y si ellos no quieren utilizarlo el resultado será que continuarán enfermos, y no va a encontrar médico alguno que pueda sacarlos adelante!”

 

El Shabat puede curar y purificar las almas de todos aquellos que hayan sido infectados por este mal. Pero si no se utiliza y es observado como corresponde, como marca la Halajá, no hay nada que hacer. Los que tienen esta medicina en su poder y no la utilizan, están destinados a permanecer espiritualmente enfermos.[iii] ©Musarito semanal

 

 

 

 

“Observar el Shabat como corresponde equivale a observar toda la Torá.”[iv]

 

 

 

 

 

[i] Moréshet Abot 130; Maasé Shehayá, pág. 251.

 

[ii] Ketubot 5a.

 

[iii] Lilmod Ulelamed, pág 156, Rab Mordejai Katz.

 

[iv] Pesiktá.

 

 

 

 

 

 

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