¡Vive con Alegría!

 

 

“Y dijo el Faraón a Yaacob: ‘¿Cuántos son los días de los años de tu vida?’. Respondió Yaacob: ‘Yo viví 130 años. Los días de los años de mi vida fueron pocos y malos, y no han alcanzado a los años de la vida de mis antepasados” (47:8).

 

 

Después de que Yaacob se repuso de la noticia de que Yosef estaba vivo y que gobernaba sobre Egipto, Hashem se le apareció en una visión y le dijo que no temiera viajar a Egipto, pues sus descendientes construirían allí una gran nación. También le prometió que lo acompañaría a Egipto y que luego lo llevaría de regreso a Éretz Israel. Así, Yaacob fue a Egipto con todos sus hijos y nietos. Yosef preparó personalmente su carroza y fue al encuentro con su padre. Después fueron con el Faraón para que les diera la bienvenida. El diálogo entre nuestro Patriarca y el monarca de Egipto es lo que aparece en el versículo de referencia. Dice el Midrash[1] que Yaacob Abinu fue amonestado por decir que sus días fueron pocos y malos. Hashem consideró sus palabras, tomando en cuenta la talla del personaje, como una falta de valoración de la vida.

 

Yaacob vivió 33 años menos que su padre Itzjak, correspondiendo a las 33 palabras de los versículos 8 y 9. ¿Por qué le quitaron estos años de vida? ¿Qué tiene que ver la respuesta de Yaacob con lo que le preguntó el Faraón?

 

Rab Jaim Shmuelevitz, anterior director de la Yeshibat Mir, explicó que Yaacob aparentaba ser muy viejo y eso fue lo que llevó al Faraón a preguntarle cuántos años tenía. Es decir, por faltarle alegría en la vida, el sufrimiento hizo que su ancianidad se acelerara. Por tanto, Yaacob fue responsabilizado por dejar que las dificultades de la vida le causaran tanta presión que envejeció prematuramente.

 

La cantidad de estrés que cada persona experimenta en una situación determinada depende de la actitud que toma en relación con ella. Cuanta mayor alegría denote en su vida, menos estrés experimentará durante ella.

 

En el libro de Ejá vemos que el solo hecho de estar vivo ya es motivo más que suficiente para estar satisfecho y agradecido con Quien lo otorga. No debemos tener reclamos en este mundo. Si alguien ganase la lotería, enseguida se olvidaría de las muchas irritaciones y pérdidas que tuvo en la vida. Si miramos cada momento de la vida como si hubiésemos ganado la lotería, tendremos mucha alegría de vivir.[2]

 

En una aldea vivían un pobre campesino y su esposa. Cierta vez se presentó un hábil vendedor de billetes de lotería y, antes de que se percataran, ya tenían en sus manos “el billete ganador”. Se realizó el sorteo y realmente, ¡fue el billete ganador! ¡El campesino había ganado el primer premio! ¡Qué alegría! ¡En un instante se había hecho millonario! Ahora, todo lo que debían hacer era presentarse en la agencia de lotería, entregar el billete ganador y a cambio recibirían el cheque, con el que se convertirían en la familia más dichosa de este mundo (quizás).

 

Todo esto ocurrió un viernes. El lunes, a primera hora, el campesino se encamina en dirección a la agencia. Sus amigos y prácticamente todo el pueblo iban detrás de él. Lo siguen con danzas, cantos, bombos y trompetas, festejando felices la fortuna de éste que camina delante de ellos, con una sonrisa resplandeciente y alegría en el corazón. ¡De un minuto al otro ha dejado de ser pobre! Una vez en la agencia, el empleado le pregunta: “¿Usted es Moshé Levi?”. “Sí.” “Usted ha ganado el primer premio. Por favor, entrégueme el billete para que pueda canjeárselo por el cheque.” “No hay problema”, responde Moshé, y comienza a meter la mano en uno de sus bolsillos, primero del pantalón, luego de la camisa… Nuevamente el pantalón… de un costado… el otro… atrás… Y cae desmayado.

 

Cuando lo reaniman, mira a su alrededor… y vuelve a desmayarse. Así una y otra vez. “Es comprensible”, comentan los vecinos; “ha sido una impresión muy fuerte. ¡Déjenlo en paz hasta que se reponga!” Pasan varios minutos y, cuando puede incorporarse, estalla en amargo llanto: “Este fin de semana, mi esposa y yo realmente ya no teníamos que preocuparnos de nada. De hecho, cada uno de nosotros abandonó su trabajo. La única preocupación que teníamos en esos momentos era cómo íbamos a gastar nuestra fortuna, y en un momento dijo mi mujer: ‘Querido Moshé, mañana tú y yo seremos millonarios. Comenzaremos una nueva vida. Dejemos atrás nuestro pasado. Arrojemos toda nuestra ropa vieja y raída a la basura. ¡Será una señal de que nos desprendimos de nuestra mala fortuna!’.

 

“Y bien”, continuó relatando el triste hombre; “estuve de acuerdo con mi esposa. Así que quemamos toda la ropa vieja, pero olvidamos un pequeño detalle… No revisamos los bolsillos… Quizás hubiera algo de valor allí…” Moshé dirige la mirada implorante hacia el cajero y le dice: “¡Yo lo tenía! ¡Le aseguro que yo lo tenía! Varios de mis vecinos lo vieron”. El funcionario le responde: “Señor Moshé, lamentablemente, si usted no tiene el billete, no podemos entregarle el cheque…”.

 

La vida y la salud son los bienes más preciados de la persona. ¡Cuántos días pierde el hombre quejándose de que no tiene lo suficiente para vivir! ¡Cuánta tristeza! El tiempo corre y cuando despierta y decide que esas cosas no son lo importante en su vida, cuando encuentra que el valor de la vida está en la paz en el hogar, la alegría de cumplir un Shabat como corresponde, la felicidad de terminar un tratado del Talmud, comienza a buscar su “billete” y se pregunta: “¿Dónde quedaron mi juventud, mi fuerza, mi paciencia?” La respuesta es: “Las quemaste mientras buscabas lo que nunca da la verdadera felicidad”. Estamos a tiempo. Mientras haya vida siempre podemos aprovecharla. ¡Hay que actuar ahora…!

 

Un hombre transitaba montado en su caballo por un largo y polvoriento camino y encontró a un anciano que caminaba dificultosamente cargando un pesado bulto. “¿Quieres que te lleve?”, preguntó el hombre que montaba el caballo. “Si me haces el favor”, contestó agradecido el anciano mientras montaba.

 

Cuando se acomodó el anciano, dijo el hombre: “¿Por qué no sueltas tu paquete y lo pones en la parte trasera del caballo?”. Responde el anciano: “Tú fuiste bastante amable conmigo al ofrecerte a llevarme. ¿Cómo puedo tener el descaro de dificultar más tu viaje colocando también mi carga sobre el caballo?”. “No te preocupes”, contestó el jinete. “El caballo soportará la carga tanto si la colocas en tu espalda como si la depositas sobre su lomo. Puedes hacer las cosas más fáciles para ti si la colocas directamente sobre el caballo.”

 

Hashem es Quien provee todas las necesidades de todas las criaturas. Las personas se engañan pensando que ellas son las que ganan dinero; en realidad, lo único que están haciendo es reunir lo que estaba previamente decretado, desde Rosh HaShaná, cuando el ingreso de todas las personas es fijado.

 

Debemos considerar nuestra porción en este mundo como similar a la situación que vivieron nuestros padres en el desierto, cuando recolectaban el man. Ellos estaban totalmente conscientes de que su porción había sido suministrada desde el Cielo. Así, debemos comprender que nuestro ingreso ha sido apartado para nosotros por Hashem. Y así como cada uno recolectaba su porción para sólo ese día, nadie se esforzaba por acumular en exceso, porque se agusanaba; juntaban lo necesario para ese día y el resto del tiempo lo empleaban en el estudio de la Torá.

 

Rabí Nejuniá ben Hakaná dijo: “Quien quiera tomar sobre sí el yugo de la Torá se quitará el yugo de las preocupaciones mundanas. Sin embargo, aquel que se quita el yugo de la Torá, colocará sobre sí el yugo del reinado y el yugo de las preocupaciones mundanas.[3] Grandiosa es la Torá, pues da vida a aquellos que la practican en este mundo y en el Mundo Venidero. El esplendor de los hombres es su Torá”.[4]

 

Aun si corriese la persona como un venado cansándose para enriquecerse y esforzándose mucho, no tendrá más de lo que le fue decretado en el Cielo.[5] No tiene sentido que el ser humano, que es el solo propósito de la Creación, emplee la mejor parte de su vida ganándose el sustento con gran pena y esfuerzo. Dijeron los Jajamim: “¿Alguna vez viste a un león que tuviera que convertirse en portero para ganarse la vida, a un ciervo convertirse en granjero o a un zorro en bodeguero?”.[6] A pesar de que ellos no pueden dominar ningún oficio, Hashem provee para ellos todas sus necesidades. ¿Por qué entonces debería el ser humano, que es superior a todas las criaturas, emplear su vida en la persecución del sustento? Es sólo a causa de sus pecados que el hombre ha perdido su especial posición en la Creación y está forzado a esforzarse a sí mismo para conseguir su sustento.[7] ¿Quieres vivir contento? Confía en que Quien concede la vida también proveerá tu sustento.©Musarito semanal

 

 

 

“La tristeza no es pecado, pero es la madre de todos los pecados que existen. La alegría no es mitzvá, pero es la madre y la raíz de todas las mitzvot de la Torá.”[8]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Daat Zekenim.

 

[2] Grow through Torá; Rab Zelig Pliskin.

 

[3] Pirké Abot 3:5.

 

[4] Taná d’bé Eliyahu Zutá 5.

 

[5] Pele Yoetz, “Sustento”.

 

[6] Kidushín 82a.

 

[7] Elshij.

 

[8] Rab Aharón Hagadol.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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