Sembrando Nuestro Futuro

 

"Congrega a todo el pueblo, a los hombres, a las mujeres y a los niños". 31:12

 

 

En esta Perashá, Moshé continúa preparando al pueblo para que pudieran enfrentar su partida. Después de entregar el mando a su discípulo Yehoshúa, aseguró que la Torá fuera transmitida en forma fiel y precisa a las futuras generaciones. Escribió toda la Torá[1] y entregó el pergamino a los Leviim y a los ancianos, ellos serían los mentores de la nación y garantizarían que la Torá nunca fuera olvidada. Y entonces ordenó: Al cabo de siete años, en la estación del año sabático, durante la festividad de Sucot.[2] En el primer día de Jol HaMoed (días intermedios de la festividad), se convocaba a todos los integrantes del Am Israel, una vez cada siete años, se reunían todos en un recinto del del Bet HaMikdash para escuchar al rey quien leía la Torá delante de los grandes Jajamim, los ciudadanos simples, las mujeres y los niños, todos ellos presenciaban como se le rendían honores a la Torá, como si se estuviese recibiendo nuevamente del Ar Sinai.

 

La razón de este precepto denominado Hakhél (convocatoria), era para fortalecer al pueblo judío en el cumplimiento de todo lo que está escrito en la Torá con amor y voluntad. La Torá representa el pilar fundamental de la vida judía, siendo el medio por el cual Israel se distingue de las demás naciones y al estudiarla y cumplirla se goza del más grande placer espiritual. Es por esto que se le requería que “todos” estuvieran presentes para escuchar la lectura, con esto se reafirma que la Torá es nuestra base, nuestra corona y nuestro esplendor.[3]

 

El Talmud[4] relata que Rabí Yojanán ben Beroka y Rabí Elazar ben Jismá fueron a visitar a Rabí Yehoshúa en Pekiim. Él les preguntó: “¿Quién impartió la clase?”. Ellos respondieron: “Rabí Elazar ben Azariá”. “¿Y cuál fue el tema que trató?”. “El precepto de Hakhél”, respondieron. “¿Y qué fue lo que dijo?”. “El planteó la siguiente pregunta: ´Los hombres se reunían para estudiar, las mujeres para escuchar, pero, ¿para qué traían a los niños pequeños?´. Y así respondió: ´Para darle recompensa a aquellos que los traen´”. Cuando Rabí Yehoshúa escucho esto exclamó: “Ustedes encontraron una hermosa joya, y estaban por privarme de ella…”.

 

Preguntan los Jajamim: ¿Por qué estaba tan intrigado Rabí Yehoshúa por esta enseñanza? La respuesta es la siguiente: Está escrito en la Mishná: Dichosa la madre que lo trajo al mundo. La madre de Rabí Yehoshúa Ben Jananiá, cuando estaba embarazada, iba al Bet HaMidrash para oír palabras de Torá y pedía a los Jajamim: ‘Pidan a Hashem que el bebé que estoy cargando sea un Talmid Jajam’. Y cuando nació, llevaba al bebé en su cuna al Bet HaMidrash para que escuchara únicamente palabras de Torá.[5] Ahora se comprende mejor la explicación que impartió Rabí Elazar ben Azariá sobre la razón de traer a los niños pequeños a escuchar las palabras de Torá que pronunciaba el rey; era “Para otorgar recompensa a aquellos que los traen”, esto tenía un significado especial para él, puesto que recordaba los esfuerzos de su madre para conectarlo con la Torá. Por lo tanto les dijo: “Ustedes tienen una hermosa joya en su mano”,  refiriéndose a los hechos de su madre y ustedes querían guardarla solo para ustedes…”.[6]

 

Así cuentan sobre la madre del Jafetz Jaim, ella solía tener en sus manos el libro de Tejinot (súplicas), el Sidur y el Tehilim. Principalmente acostumbraba a pedir e implorar que su hijo creciera como un Yehudí temeroso de Hashem. Después de su muerte, encontraron en su casa un Tehilim viejo y gastado. Cuando llegó el libro a manos del Jafetz Jaim, comenzó a besarlo, y con lágrimas en sus ojos se dirigió a los presentes: “¿Acaso saben ustedes cuántas lágrimas derramó mi madre sobre este Tehilim? Cada día al comenzar la mañana, solía hacer Tefilá con él y lloraba para que su hijo lograra ser un buen Yehudí….

 

Querido lector, en estas dos historias las protagonistas son personas tan comunes como tú y como yo, las madres de estos grandes personajes supieron encontrar la llave de la inmortalidad. Después de los 120 años, no acompañarán a la persona, ni la plata ni el oro ni las piedras preciosas ni los diamantes, sino la Torá y las buenas acciones….

 

Estamos entre los días de Rosh HaShaná y Yom Kipur, los diez días de arrepentimiento, todos anhelamos ser perdonados. Los libros están abiertos y Hashem pone el bolígrafo en nuestras manos. ¿Qué tipo de vida le vamos a pedir? Una en la cual, tanto nosotros y nuestros hijos tengamos la misma fe que nuestros padres, la misma conducta, el mismo sentimiento de querer ser mejores judíos día a día. Si es así, vamos por buen camino. ¿Cómo se consigue? Trataremos de responder por medio de una alegoría: Un libro tiene dos tapas y hojas, si al libro le faltan las tapas, tal vez no tenga buena apariencia, pero finalmente sigue siendo un libro. Pero si solo hay tapas y las hojas no están, ya no queda más libro, solo hay tapas que no dicen nada. Las dos tapas representan al padre y a la madre y las hojas a los hijos. Si por alguna razón los padres no están presentes, pero las hojas todavía están, sigue siendo una familia. Pero si los padres están y los hijos no porque se los llevó la asimilación, los juegos, las ambiciones, el ambiente, ya ni se reconocen como hijos ¡Ya no se considera una familia….! Pero, si los hijos estudian Torá y cumplen los preceptos, aun si los padres ya no están en este mundo, ellos le agregan méritos a quienes lo educaron y le enseñaron los caminos de Hashem, y a través de sus padres, también a los padres de sus padres, y siguiendo así hasta llegar a los patriarcas, a los Abot HaKedoshim. Ya dijeron nuestros sabios: Los hijos son como las piernas del padre.[7] También encontramos: El hijo le genera méritos a su padre.[8]

 

Y aunque la persona ya no se encuentre en este mundo, igual es juzgada, como lo dicta el Talmud: En Rosh HaShaná se abren los libros de los vivos y de los muertos.[9] El significado, según cierta interpretación es que en Rosh HaShaná también se abren los libros de los fallecidos y se toman en consideración, no sólo sus hechos, sino también los de sus hijos y de sus alumnos, que todavía están en este mundo; todo eso aumentará sus méritos, y por ende los dividendos de sus ancestros… Esta es la lección de la Perashá: Los niños debían estar presentes, pues ellos son la continuidad de nuestro pueblo. Es por esto que si tu aspiración es que tu  familia, y a su vez toda tu descendencia hasta los días mesiánicos sean judíos, tengan conducta judía, la clave es que cumplan con la Torá. El cumplimiento de los preceptos marca la diferencia, entre quien se asegura que su familia tenga continuidad judía y quien pone en peligro el que su descendencia deje de serlo. Tus hijos te observan y aprenden de ti… La causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente…

 

La Torá une generaciones en una misma mesa del Séder de Pésaj, de Shabuot, de todas las fiestas. Une la mesa de Shabat, une las casas de toda la familia, todos comen de la misma mesa, todos están juntos y unidos. ¿Quieres tener descendencia judía? ¡Edúcala y vive con Torá! Ella es tu seguridad y tú eternidad. ©Musarito semanal

 

 “¿Tienes ansias por saber qué mundo te va a tocar cuando acabes esta vida?

 

Observa a tu hijo crecer y cómo los has de educar, si está en la senda debida”.[10]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Rambán

 

[2] Debarim 31:10

 

[3] Rambam, Hiljot Jaguigá 3:3; Jinuj 612

 

[4] Jaguigá 3a

 

[5] Pirké Abot 2:8; ver Talmud Yerushalmi, Yebamot 1:6

 

[6] Meshej Jojmá

 

[7] Eruvin 70b

 

[8] Sanhedrín 104b

 

[9] Rosh Hashaná 32b

 

[10] Rabenu David Zaed

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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