Visitando a los enfermos

 

“Y se apareció Hashem a él, en las llanuras de Mamré” (18:1)

 

 

 

Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda esperando recibir visitantes; convalecía después de haberse practicado la circuncisión. Abraham estaba sufriendo a causa de su operación. Hashem se le apareció para visitarlo. El Todopoderoso quiso mostrarnos, al no mandar a ningún emisario, la suma importancia de esta mitzvá y, dado que estamos obligados a emular sus virtudes, debemos también visitar a los enfermos.[1] Aunque todo depende de la Voluntad Divina, debemos cumplir con nuestra parte en lo que se refiere a ayudar a la persona enferma y a aliviar su padecimiento. Si así lo hacemos, se considerará como si le hubiésemos salvado la vida.[2]

 

El Rabino Shelomó Sofer, bisnieto del Rabino Akibá Eiger, escribió que su bisabuelo se distinguió, entre otras cosas, en la mitzvá de visitar a los enfermos. Toda vez que se enteraba de que alguien había caído enfermo, acostumbraba visitarlo y llevarle comida sabrosa. Con mucha frecuencia permanecía toda la noche con la persona enferma. También procuraba encontrar los mejores médicos y solía rezar pidiendo su pronta recuperación.

 

A pesar del apretado horario de trabajo del Rabino, no había impedimento para cumplir con esa valiosa mitzvá. Cuando Rabí Akibá Eiger llegó a ser Rabino de Pozna, que era una ciudad grande, visitaba diariamente a los enfermos para ver de qué modo podía ayudarlos. Constantemente se asesoraba con médicos y especialistas, y cuando se enteraba de algún procedimiento nuevo que pudiera ser benéfico o adecuado para los hospitales de su propia ciudad, se aseguraba de poder implementarlo en los hospitales de Pozna. Cuando no le era posible visitar personalmente a los enfermos, acostumbraba pagar con su dinero a otras personas para que lo hicieran diariamente, y les decía que informaran a esos pacientes que el Rabino Eiger estaba interesado en su pronta recuperación. Anotaba los nombres de las personas enfermas y designaba varios minutos al día para rezar por ellos.

 

Visitar a los enfermos es una gran mitzvá de la cual la persona se beneficia en este mundo, mientras que el pago principal está reservado para el Mundo Venidero. Es sabido que lo básico de visitar a los enfermos es pedir misericordia Divina por ellos.[3]

 

Cierta vez un hombre fue a solicitar al Rabino Baruj Ber Leibowitz que hiciera tefilá por la recuperación de su esposa. Diez años más tarde, el Rabino se encontró con esa persona y le preguntó acerca de la salud de su mujer. El hombre contestó a su pregunta y descubrió entonces que, en el transcurso de esos diez años, en forma ininterrumpida el Rabino había estado rezando por ella.

 

Lo principal de visitar a un enfermo es asistirlo en todo lo que necesite, independientemente de si es una persona pudiente o pobre. En ocasiones, visitar a un enfermo puede ser para él una cuestión de vida o muerte. Al hacerlo, tenemos la posibilidad de aconsejarle acerca del médico que podría consultar, o conseguirle comida o los medicamentos necesarios.

 

Se cuenta que el tzadik de Yerushaláim, Rab Arieh Levin, acostumbraba visitar cada éreb (víspera) Shabat los hospitales para ver a los enfermos. Lo primero que hacía era dirigirse a las enfermeras y les preguntaba cuáles eran los enfermos que no habían recibido visitas (era la época del mandato inglés sobre Éretz Israel). Anotaba en una lista los nombres y se quedaba con cada uno de ellos todo el tiempo que podía. Los atendía, les hablaba, los alentaba; y muchas veces les dejaba comida y dinero... Durante una de esas visitas le preguntó un soldado herido: “Rabino, ¿de dónde me conoce usted?”. Rab Arieh le respondió: “Nos encontramos justo al pie del Monte Sinaí, cuando nos fue entregada la Torá”.[4]

 

Su hijo, Rabí Jaim Yaacob Levin, cuenta:

 

Papá solía frecuentar mucho también los hospitales donde convalecían los leprosos, así como los hospicios. Una vez iba caminando con él por la calle cuando un hombre que pasaba por ahí le preguntó: “¿Cómo está tu pariente en el hospicio?”. “Bien, Baruj Hashem; mucho mejor”, respondió papá. Cuando seguimos caminando, le pregunté a qué pariente se refería ese hombre, porque yo no tenía conocimiento de que alguno de nuestra familia estuviera internado en un sanatorio de enfermos mentales. Entonces me contó una historia: en una de las visitas que había hecho a uno de esos lugares, vio a uno de los internos que estaba en muy mal estado. No recibía la alimentación adecuada, sus ropas estaban sucias y rotas, y realmente se veía muy enfermo y abandonado. Preguntó a los otros pacientes por qué ese hombre estaba así y le respondieron que ése era el único que no tenía un pariente que lo visitara. “¿Qué tiene que ver eso con su estado?”, quiso saber el Rab. “Los enfermeros que atienden aquí no son yehudim; son ingleses que el gobierno contrató”, le explicaron. “Realmente son muy inhumanos; nos tratan mal y nos hacen sufrir mucho. Por eso, cuando viene alguno de nuestros parientes a visitarnos, por lo menos en esas oportunidades nos atienden y nos alimentan más o menos bien, para que no vean cómo la estamos pasando aquí. Pero este hombre no tiene a nadie, y desde que entró, hace mucho tiempo, ha estado completamente abandonado por los enfermeros y los médicos.” Cuando mi padre escuchó esto, se acercó a las autoridades del hospital y les reclamó duramente acerca del estado del enfermo. “¡Yo soy su pariente!”, les dijo, “¡y exijo que lo atiendan como corresponde!”. Desde aquella vez el interno mejoró notablemente y fue conocido como “el pariente de Rab Arieh Levin”.[5]

 

Un aspecto fundamental de esta mitzvá es el de no molestar demasiado al enfermo; es importante no permanecer mucho tiempo durante la visita, solamente el tiempo que pueda ser útil para el aquejado o sus familiares. También debemos abstenernos de conversar acerca de temas que pudieran ser desagradables para él, tales como la enfermedad o la operación de otras personas. Es mejor hablar de temas alegres procurando exhortar al enfermo a cavilar sobre sus hechos. A veces es necesario que Hashem aflija a la persona y, al estar postrada a causa de su enfermedad, someterá su corazón, adquirirá conciencia del valor de la vida y hará teshubá. El rezo del enfermo sobre sí mismo es muy propicio para agregar méritos y encontrar el perdón de Hashem.[6]©Musarito semanal

 

”Dijo Rabí Ajá bar Janiná: ‘Quien visita a una persona enferma, la alivia de un sesentavo de su mal.”[7]

 

 

 

 

 

 

[1] Sotá 14a.

 

[2] Séfer Hayashar, cap. 13.

 

[3] Shabat 12b.

 

[4] Ish Tzadik Hayá, págs. 87-89.

 

[5] Revista “Or Torah”, Rab Rafael Freue.

 

[6] Kelí Yakar, Bamidbar 16:29.

 

[7] Yoré Deá 335.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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