La tzedaká anula decretos adversos

 

 

 

“Utilizarás el dinero en todo lo que desee tu alma, en bueyes y ovejas y en vino… mas no abandonarás al Leví que está dentro de tus puertas” (14:26).

 

 

En la porción de esta semana encontramos la ordenanza del maaser, el diezmo que debía separar el campesino en Éretz Israel, durante el tiempo del Bet HaMikdash. Cada terrateniente debía separar de sus frutos y cereales, terumá, Maaser Rishón, Maaser Shení y Maaser Aní, además de los primeros frutos que se llevaban al Bet HaMikdash (bikurim, las primicias).

 

Esta Perashá trata esencialmente del Maaser Shení. Cada yehudí debía separar el primero, segundo, cuarto y quinto años, de cada ciclo de siete (Shemitá) una décima parte de la producción anual del suelo, que incluía granos, vino y aceite. Una vez separado debía llevarlo al Santuario, a fin de ser consumido por él mismo en ese lugar. Quien viviera demasiado lejos del Santuario para llevar el Maaser Shení, podía llevar su equivalente en dinero y disfrutar una comida festiva con su familia y los Leviím. Al final del tercero y sexto años de cada ciclo de siete, ese diezmo debía ser entregado a los pobres (Maaser Aní) en casa antes de ser llevado al Santuario.

 

Había un hombre que era muy escrupuloso al apartar sus maaserot (diezmos). Poseía un campo, del cual usaba la mitad para siembras y en la otra mitad había un estanque con agua. Cierto año hubo una sequía terrible; todo el país sufría de hambre. La comida era escasa y el agua aún más. El trigo se vendía por una selá (moneda de la época) por saá (una medida), que era un precio altísimo. Y se vendía la misma cantidad de agua por tres selaim. Todo ese año el buen hombre ofreció vender a la gente agua de su cisterna. “¡Vengan a comprar un saá de agua!”, proclamaba. “¡Rieguen sus campos con esa agua, y producirán tres saá de trigo!” Este hombre fue bendecido con suficiente agua para sus propios menesteres en un año de sequía, y también le sobró para vender a los demás, por ser muy cuidadoso con el maaser.

 

Dice el Talmud: “Da el diezmo (maaser) para que te enriquezcas (titasher)”.[1] Mientras más des, más va a proveer el Dueño de las riquezas…

 

Había un abrej que vivía en Yerushaláim junto con su esposa y sus catorce hijos. Una vez golpearon a la puerta de su pobre casa. Se trataba de una mujer muy pobre que le pidió un pollo como comida para su humilde familia. El abrej intentó explicar a la mujer que su situación económica no era nada buena. La comida diaria estaba limitada a pan con alguna otra pequeña cosa. Realmente tenía dos pollos que estaban guardados en el congelador para la fiesta que estaba próxima.

 

Se encontró en un dilema; si daba uno a ella, no le quedaría lo suficiente para sus propios hijos. Sin embargo, la mujer no se movía de la puerta y le imploraba que le diera uno de los dos pollos. Pasaron unos segundos y el abrej se puso a pensar: “Si esta pobre mujer no se avergüenza de seguir pidiéndome un pollo, significa que realmente está desesperada. Por otra parte, si mis hijos no comen carne en el jag, ¿qué sucedería?”. De una u otra forma, el Pueblo de Israel es piadoso, hijos de piadosos. La decisión estaba tomada. Fue rápidamente a sacar el pollo. El congelador que poseía el abrej era un modelo gigante antiguo, que era imposible abrir por dentro. Abrió la pesada puerta y gritó desesperado.

 

¿Qué había pasado?

 

Su pequeño hijo de tres años, mientras jugaba con sus hermanos, había quedado atrapado dentro del congelador y no podía salir. La piel del niño ya estaba azul y tenía muchas dificultades para respirar. En forma milagrosa, los paramédicos que lo atendieron pudieron hacerlo reaccionar; dijeron que, de haber tardado unos minutos más en abrir el congelador, ya no hubiera podido hacerse nada por él…

 

Sólo el deseo del padre por hacer jésed salvó a su hijo de una muerte segura. La tzedaká salva de la muerte.[2] Por hacer una mitzvá nunca se perjudica la persona. Porque la mitzvá (ordenanza) es una vela.[3] Rabí Yosef ben Nejemiá explica que la mitzvá citada en este versículo hace alusión a la tzedaká. La persona suele pensar: “Si doy eso que tengo ahora, ¡mañana me faltará! Por eso es que se comparó a la vela: así como pueden encenderse varias velas con una sola, y a ésta no le faltará luz, lo que el hombre da como caridad no le hará falta. El Shulján Aruj asegura que la persona nunca será pobre por dar tzedaká, no le pasará nada malo ni sufrirá daño alguno por causa de esta acción.[4] La historia que presentamos arriba es vivo testimonio de ello. El padre pudo haber pensado en algún momento que perdería la alegría de la comida festiva de Yom Tob, y finalmente recibió un hijo de regalo.[5]

 

(Cada) Hombre, como lo que da de su mano, como la bendición de Hashem tu Dios, que dio a ti.[6]

 

Cierta vez, un grupo de rabinos estaban recolectando fondos para su Yeshibá. En el camino platicaban acerca de visitar a un hombre llamado Barbujim. Cuando llegaron a su casa, lograron oír que éste decía a su hijo: “Compra algunas verduras baratas y marchitas para la sopa”. Los rabinos tuvieron la sospechade que esta persona no habría de dar una donación, y decidieron ir a verlo sólo después de haber terminado de visitar a todos los otros donantes potenciales.

 

Cuando finalmente se encontraron con Barbujim, les dijo: “Vayan y digan a mi esposa que les entregue una medida de piezas de oro”. Los rabinos se dirigieron a la casa. La mujer los recibió y preguntó: “¿Mi marido dijo que la medida debe ser al nivel o simplemente amontonada?”. Los Jajamim le respondieron: “Realmente él no especificó”. “Entonces les daré una suma importante, condicionada a que si mi marido no estuviese de acuerdo con el monto que les estoy entregando, él podrá deducir el dinero sobrante de mi contrato matrimonial”.

 

Cuando Barbujim llegó a su casa y se enteró de lo que había hecho su mujer, dijo que había hecho lo que le correspondía; que él había tenido la intención de dar el oro en la forma en que ella la entregó. Cuando los rabinos escucharon esto, le pidieron una disculpa debido a que habían dudado en acercarse a pedirle, dado que habían escuchado lo ahorrativo que era al comprar comida. “Tengo el derecho de economizar en mis necesidades personales, mas no cuando se trata de realizar los mandamientos de mi Creador”.[7]

 

La tzedaká (caridad) es uno de los pilares de la religión Judía. Tres atributos definen a Israel: su modestia, su misericordia y su deseo de realizar actos de bondad.[8] Un yehudí que da preferencia a sus lujos superfluos antes que ayudar a sus hermanos necesitados, está abandonando su auténtica forma de vida. ¿De qué nos sirve vivir con lujos en un mundo pasajero, si podemos invertir nuestros bienes materiales y convertirlos en bienes espirituales, que son eternos?

 

Un extraño en una ciudad pasó cerca de una casa y advirtió que las luces estaban encendidas, y que la gente estaba bailando al son de la música. Su curiosidad lo llevó hacia dentro de la casa y se percató de que la gente celebraba una boda.

 

La noche siguiente pasó de nuevo por el mismo lugar y vio exactamente lo mismo. Entró de nuevo y le dijeron que estaban celebrando una boda. La misma escena se repitió varias noches. Finalmente, a la quinta, el hombre dijo, admirado: “¿Cuántos hijos tendrá el propietario de esta casa? ¡Cada noche tiene una boda!”. Una persona que salía de la casa alcanzó a escuchar su comentario y riendo le dijo: “Esta no es una casa; es un salón de bodas. El propietario lo alquila todas las noches a diferentes personas. ¡La gente que se encuentra haciendo la boda hoy no es la misma que celebró una boda ayer!”.

 

Este mundo es como un salón de banquetes: todos bailan y se regocijan, pero quienes bailaron ayer no son los mismos que bailan hoy, y los que bailan hoy probablemente no serán los mismos que bailarán mañana… ¿Para qué invertimos tanto esfuerzo en amasar lo que no sabemos si lo disfrutaremos mañana? Mejor debemos invertir en el futuro; debemos poner nuestros fondos en el Olam HaBank, porque todo lo que depositemos allí tendrá grandes rendimientos y es a perpetuidad.

 

La persona no debe desperdiciar su tiempo con cosas terrenales. Ellas son, por supuesto, necesarias, pero nadie debe dejar que sean su preocupación principal. Mejor es preocuparse en dar el mejor uso a todos los recursos que Hashem, con su gran favor y misericordia, le otorga día a día. La palabra tzedaká significa “rectitud” o “justicia”. Este término aclara el concepto de caridad de la Torá. No es meramente un acto de dar caridad al pobre; es la obligación de cada yehudí en particular.[9] ©Musarito semanal

 

“Si quieres cumplir bien la mitzvá de tzedaká, no debes usar la razón. Primero cierra los ojos y luego abre tu corazón.”[10]

 

 

 

 

 

 

[1] Taanit 9a.

 

[2] Mishlé 10:2.

 

[3] Idem 6:23.

 

[4] Yoré Deá 247:2.

 

[5] Yejiel Mijal Gotferb.

 

[6] Debarim 16:17.

 

[7] Ama a tu prójimo, pág. 496, Rab Zelig Pliskin.

 

[8] Yebamot 79a.

 

[9] Yad HaKetaná, Hiljot Deot, 8:1.

 

[10] Rab David Zaed.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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