Plata selecta es la lengua del justo

 

 

“Si una persona tuviese una mancha… deberá ser traída a Aharón el Cohén” (13:2).

 

La persona que contraía la enfermedad de tzaráat tenía prohibido entrar en el Santuario. El tzaráat consistía en un padecimiento de tipo espiritual. El término metzorá es una combinación de dos palabras: motzí rá (“que saca cosas malas de su boca”); es decir, manifiesta un comportamiento egoísta o mezquino al rumorar contra su semejante.[i] El tzaráat ayudaba a la persona a reflexionar y corregir su conducta. La enfermedad aparecía primero en las paredes de la casa. Si esto no corregía el error, en la ropa aparecían llagas; si no se arrepentía, entonces la piel del pecador era afligida con lepra.

 

El enfermo debía ser auscultado por un Cohén, quien tenía la autoridad para dictaminar si las manchas eran o no impuras. Y será traído a Aharón HaCohén. Preguntan los Jajamim: “¿Por qué la Torá especifica el nombre de Aharón? ¿Y por qué solamente los Cohanim podían determinar si las manchas eran puras o impuras?”.

 

Aharón era el arquetipo del amor y la paz.[ii] Trabajaba incansablemente para reconciliar a las personas que se habían enemistado. En ocasiones, ocultaba e inclusive alteraba información con el objetivo de renovar la amistad entre las personas. Generalmente el chismoso justifica sus acciones, argumentando que lo hacía debido a su celo por la verdad y que sus palabras estaban motivadas por el amor y la preocupación hacia su compañero, y que cuando la víctima de sus habladurías se percatara de ello, corregiría su conducta. Por eso, el leproso debía ir hacia donde se encontraba Aharón, para que aprendiera de él que el amor no se logra por medio del lashón hará. Hashem prefiere los caminos de Aharón, que traen paz por encima de la “verdad” del chismoso, que destruye la unión entre los integrantes de Am Israel.[iii]

 

Entonces el enfermo era examinado por un Cohén; si las manchas presentaban un síntoma de la enfermedad, la persona era confinada por siete días. Luego se realizaba un examen final. Si las marcas no se habían extendido, la persona era declarada ritualmente pura. Pero si se habían extendido, la persona era declarada metzorá (“enferma de tzaráat”). Era enviada entonces a vivir fuera del campamento de la congregación, con las ropas rasgadas y el cabello desordenado. Se le indicaba que gritara: “¡Impuro, impuro!”, como advertencia para que los demás no lo tocaran. Cuando la enfermedad disminuía, la persona era examinada otra vez por un Cohén, afuera del campamento, a fin de asegurarse de que la recuperación era completa.

 

El Talmud explica que la razón por la cual el afligido era aislado en cuarentena, era porque “separó a amigos y familias con sus palabras, y merece ser separado de su comunidad”.[iv] Las características para diagnosticar el padecimiento están claramente descritas en la Torá; la persona misma podía ser capaz de determinar si se trataba o no de tzaráat.

 

¿Para qué debía ir el Cohén a decidir la suerte de aquella persona?

 

Consultar al Cohén era necesario, ya que después de la revisión cabía la posibilidad de aislar al paciente por siete días para obligarlo a una introspección; debía analizar si había sido afectado por una de las siete cosas que provocaban manchas a la persona: hablar del compañero, matar, jurar en vano, robar, sentir orgullo, etcétera.

 

Cierta vez un hombre se acercó al Jazón Ish para solicitar su consejo acerca de un difícil problema médico. Tenía un tumor en uno de los pulmones, el cual parecía incurable y era potencialmente mortal. Los doctores en Israel habían bajado las manos diciéndole que ellos ya habían ofrecido todo cuanto podían hacer. Le sugirieron que fuera a Europa, donde posiblemente había cierta esperanza de curación. El hombre fue a casa del Jazón Ish para que lo orientara sobre lo que debía hacer. El Gaón le recomendó permanecer en Israel. El hombre siguió su consejo y en poco tiempo se recuperó.

 

Los alumnos preguntaron al Rab el motivo por el cual había indicado al hombre que permaneciera en Israel. El Jazón Ish respondió: “Nuestros Sabios nos enseñan que todo está escrito en la Torá y, por consiguiente, encontré la respuesta a su pregunta en el Shulján Aruj (Código de Ley Judía). Cuando ese hombre me describió su problema en el pulmón, me di cuenta de que era el mismo problema que se presenta en los pulmones de ciertos animales. Sabemos que algunos órganos de los animales son semejantes a los de los humanos. En el Shulján Aruj hay una diferencia de opinión respecto a un animal que ha sufrido una lesión pulmonar, similar a la del paciente en cuestión. El autor del Shulján Aruj, Rabí Yosef Karo, opina que la carne de ese animal es kasher, debido a que él sostiene que esa afección no es mortal. El Ramá, por su parte, opina que el animal es taref, pues él considera que esta enfermedad sí es mortal.

 

“Ahora bien, estos dos sabios de la Torá representan la autoridad Halájica en dos locaciones diferentes: el autor del Shulján Aruj es considerado la autoridad en la Tierra de Israel, mientras que el Ramá es la autoridad máxima en Europa. Si el Shulján Aruj afirma que el animal en cuestión puede vivir a pesar de ese problema, ese animal vivirá. Y si el Ramá sostiene que ese animal morirá debido a ese problema, el animal morirá. Por tanto, en Europa, donde el mundo es configurado de acuerdo con la opinión del Ramá, ese tipo de enfermedad pulmonar es mortal. Si el hombre hubiese viajado allá, habría corrido un grave peligro. ¡Pero aquí en la Tierra de Israel, en la que la realidad es configurada conforme a la opinión del Shulján Aruj, este mismo problema no es peligroso! ¡Por ello le recomendé que se quedara aquí…!”.

 

¿Acaso fue el Jazón Ish quien resolvió el problema?

 

¡No! ¡Fue la Torá del Jazón Ish la que proporcionó la solución!

 

Cuando aparecían las manchas de tzaráat, el hombre que la sufría podría pensar que se trataba de un padecimiento de carácter físico y no relacionarlo con las palabras que pronunció contra su compañero. Y hasta podría decir: “¿Qué tiene de malo? ¡Lo que dije es verdad…!”.

 

¡Precisamente esto es lo que lo convierte en lashón hará!

 

Ahora se contesta la pregunta de por qué una persona enferma de tzaráat debía consultar a un Cohén. La visión de un hombre que pecó se encuentra cegada por el brillo aparente del deleite de hablar mal de su compañero, y ni siquiera se percata de la gravedad de su transgresión. El tzaráat era un favor que le hacían del Cielo, para que entendiera que necesitaba corregir sus actos. Para esto debía acercarse al Cohén (lo que hoy equivaldría a pedir la opinión de un rabino competente), ya que no se encuentra bajo la influencia de la tentación que incitó a ese hombre a pecar.

 

La Torá ilumina su visión, fortalece su mente, abre su corazón por encima de todas las ciencias y así alcanza a ver las cosas desde otra dimensión. Los Jajamim poseen la facultad para percibir y, cuando Hashem lo permite, curar los padecimientos y los problemas del hombre. La visión que tienen los Jajamim, comparada con la nuestra, es como la de un hombre que se encuentra parado detrás de un cristal opaco. ¿Hasta dónde alcanzan a ver sus ojos? La visión de los Jajamim es como la de un hombre ubicado en el mismo lugar, pero parado en el último piso de un gran rascacielos y con un cristal transparente. El alcance de su visión llega mucho más lejos de lo que imaginamos…

  ©Musarito semanal

 

 

 

“Los labios de los Jajamim diseminan el conocimiento.”[v]

 

 

 

 

[i] Arajín 15b.

 

[ii] Pirké Abot 1:12.

 

[iii] Vayakhel Moshé.

 

[iv] Arajín 16b.

 

[v] Mishlé 15:7.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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