La envidía

 

 

“pero a Biniamín le dio trescientas piezas de plata y cinco mudas de ropa”. 45:22

 

 

El hijo favorito de Yaacob era Yosef. Le había confeccionado una túnica de lana de muchos colores como signo de distinción y autoridad. Esto despertó los celos de sus hermanos, al punto que llegaron a odiarlo. Cuando Yosef les relató sus “sueños de grandeza”, fue la gota que derramó el vaso y decidieron matarlo. Gracias a la intervención de Reubén, logró convencerlos de que no lo mataran y fue arrojado a un pozo. Posteriormente Yehudá, al ver una caravana de ishmaelitas, se le ocurrió venderlo como esclavo en lugar de causar directamente su muerte. Los demás aceptaron y vendieron a su joven hermano a los viajeros por veinte piezas de plata, y a su padre le hicieron entender que había sido devorado por un animal feroz.[1] Así llega Yosef a Egipto y después de varios sucesos ocupa el puesto de virrey de esa nación.

 

Tal y como lo había vaticinado Yosef, llegaron los años de hambre y la escasez de alimentos obligó a Yaacob a enviar a sus hijos a Egipto a comprar provisiones. Recién llegaron, Yosef los reconoció de inmediato, no les reveló su identidad y los acusó de espías. Después de varios engaños obligó a traer a Biniamín y lo acusa de robar su copa de plata. Cuando Yosef observa la entrega que muestran sus hermanos para liberar a Biniamín, se percata que habían entendido la lección y que la hermandad ya reinaba entre ellos, y entonces se descubre ante ellos.

 

Cuando el Faraón se entera que los hermanos de Yosef habían llegado, temió que quisiera partir de Egipto para encontrarse con su padre y decidió que era mejor invitar a Yaacob a Egipto. Le ordena a Yosef entregar regalos para su familia e invitarlos a vivir en la tierra de Goshen. Yosef les entregó provisiones para el camino y  a cada uno le entregó una muda ropa para que se vistieran con la elegancia que correspondía a los hermanos del virrey,[2] y para reemplazar las vestimentas que habían rasgado en señal de duelo.[3] Sin embargo a Biniamín le entregó cinco, además le dio solamente a él trescientas piezas de plata.

 

Preguntan los Jajamim: ¿Acaso no es extraño que Yosef haya diferenciado a un hermano sobre los demás? ¿Acaso no había sufrido ya en carne propia los celos de sus hermanos?[4] Responden los Jajamim que los regalos eran para demostrarles que no tenía ningún rencor contra ellos y a Biniamín le dio más porque él no había participado en la venta. Además a él le correspondía recibir una porción extra debido a que él era su hermano de padre y madre.

 

También, explica el Talmud que los regalos de Yosef eran para aludir el futuro éxito de Mordejay, descendiente de Biniamín, quien aparecería ante el rey Ajashverosh con cinco vestiduras reales.[5] Luego de esta explicación, el Gaón de Vilna formula una pregunta: Después de todo, ellos estaban viviendo el presente, y al fin de cuentas Biniamín estaba siendo beneficiado más que el resto de sus hermanos, dando lugar a que igual podría resurgir el sentimiento de envidia sobre ellos. ¿Cómo, entonces, se disipa finalmente esa envidia? El Gaón responde, que no temió de provocarles este sentimiento debido a que cada una de las vestimentas entregadas a Biniamín, valía solo una quinta parte de la valía de las prendas obsequiadas a los demás hermanos.

 

Dice la Mishná: La envidia, la ambición, y el honor, apartan al hombre del mundo.[6] En al Tanaj encontramos varios casos donde se señala lo severo y peligroso que pueden ser los celos y la envidia: Al principio encontramos a la serpiente, quien perdió sus extremidades por haber celado a Adam y a Javá; Kain, quien envidió a su hermano Hevel fue condenado a errar por el mundo; Koraj, quien fuera un gran erudito de la Torá, además de poseer una gran fortuna, perdió todo por haber envidiado a Elitzafán ben Uziel; El gran sabio Ajitofel, murió prematuramente por envidiar el reino de David; Hamán el malvado, fue colgado por odiar y celar a Mordejay.[7]

 

Todo aquel que envidia, no solo que no se beneficia en absoluto sino que pierde aun lo que ya poseía.[8] La lección que nosotros debemos de aprender de todo esto, es que cuando la persona siente envidia por lo que su compañero posee, demuestra su falta de fe en Hashem.

 

¿Cómo puede ser que la Torá prohíba algo tan común como la envidia y el deseo de poseer los bienes de otra persona? ¡Esto es parte de la naturaleza de todo ser humano! Es normal que un campesino pobre e ignorante desee casarse con la hija de su vecino, pero nunca se le ocurriría sentir algo semejante por la reina. Esta se encuentra tan inaccesible para él, que ese pensamiento ni siquiera se le cruza por la cabeza. El mensaje de esta metáfora es que la persona que posee un poco de inteligencia aspira a poseer solo aquello que se encuentra dentro de su marco de referencia, y no lo que para él es considerado como “imposible”. Del mismo modo, si nosotros tuviéramos fe completa en que nadie puede tocar de lo que está preparado para otros, aun en lo más mínimo,[9] reconoceríamos que todo lo que posee nuestro prójimo es tan inaccesible para nosotros como lo es la reina para el campesino. De esta forma no se nos ocurriría siquiera pensar en desear algo que no nos pertenece….[10] Así como los anteojos fueron hechos para alguien y no te sirven a ti, de la misma manera las herramientas materiales son confeccionadas para ser usadas por la persona a quien le fueron dadas. Todo aquél que asimile debidamente esta perspectiva no habrá de envidiar lo que posean los otros.[11]

 

Una persona que caminaba por la calle encontró al Rab Zilbershtein, después de saludarlo le comentó que era una persona muy adinerada, que vivía en una de las mejores casas del mundo: “En realidad no me falta nada, sin embargo tengo un intenso dolor dentro de mí; ayer mi vecino llegó con un automóvil nuevo último modelo y a todo lujo, recién lo vi, mi corazón se llenó de envidia. ¿Quizás usted me puede ayudar a quitar la terrible agonía que siento dentro…? Sé que la Torá prohíbe codiciar, pero no consigo contener este sentimiento. ¿Qué hago?”.

 

El Rab levantó los ojos al Cielo y pidió a Hashem para que pusiera en su boca la respuesta. El Rab le preguntó: “¿Es cierto que tu vecino que compró el coche nuevo sufre de úlcera?”. El hombre abrió los ojos sorprendido: “¿Y usted cómo lo sabe?”. En realidad no lo sabía, pero siguió insistiendo: “¿Te gustaría además de envidiar el automóvil nuevo de tu vecino, envidiar también la úlcera que él tiene?”. Por supuesto que la respuesta del hombre fue negativa. El Rab ahora le dio una explicación sobre el versículo: “No codicies la casa de tu compañero, su campo, sirviente, sirvienta, su toro y su  burro y todo lo que tenga tu compañero.[12]

 

Aparentemente, el final “Todo lo que tenga tu compañero” está de más.  Aquí hay una gran enseñanza que nos da la Torá. Si llegaste a tener envidia de algo que tu compañero tiene, el mejor consejo para liberarte de esa envidia es codiciar “todo lo que tenga tu compañero”, o sea no solamente lo bueno, sino también lo malo que él tiene. En otras palabras, no solo envidies su automóvil sino también su úlcera. Así te liberarás de la envidia.[13] Valora lo que tienes en la vida. Recuerda que las cosas que tú das por hechas, mucha gente reza por ella todos los días. Dominando el hábito de apreciar lo que Hashem te ha concedido, te liberará de envidiar lo que posean los demás.©Musarito semanal

 

“Tal vez puedas adornarte con las plumas de otro, pero no podrás volar con ellas”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 37:3-36

 

[2] Rabí Abraham, el hijo del Rambam

 

[3] Bereshit 44:13, Rabenu Tam

 

[4] Meguilá 16b

 

[5] Ester 8:15

 

[6] Pirké Abot 4:21

 

[7] Anaf Etz Abot; Rab Ovadía Yosef

 

[8] Sotá 9a

 

[9] Yomá 38b

 

[10] Ibn Ezra

 

[11] Mijtav Mi Eliahu, Vol. 1, pág. 136

 

[12] Shemot 20:14

 

[13] Alenu Leshabeaj

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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