Valorando las Mitzvot

 

 “Dijo Yaacob a los pastores: ‘He aquí que el día aún es largo. No es momento de reunir el ganado; hagan beber al rebaño y vayan a pastorear” (29:7).

 

 

Yaacob llegó a un pozo de agua en un campo situado a las puertas de Jarán. Observó que tres rebaños de ovejas y sus pastores se habían concentrado alrededor del pozo y estaban sentados, ociosos. Yaacob se acercó a ellos y les preguntó: “¿De dónde son ustedes?”. “Somos de Jarán”, respondieron. “¿Conocen a Labán, el hijo de Najor?”, continuó Yaacob. “Lo conocemos. Y allí esta Rajel, su hija; viene con las ovejas”, señaló uno de los pastores. Yaacob preguntó: “El día es largo aún. No es momento de reunir a las ovejas. ¿Por qué no les dan agua y las llevan a pastorear al campo?”. “No podemos”, respondieron los pastores; “lo haremos hasta que se reúnan los rebaños y todos los pastores juntos hagamos rodar la piedra de encima del pozo. Recién entonces podremos dar agua a las ovejas.”

 

Un yehudí había ido a comerciar a una feria alejada de su hogar. Todo el día trabajaba sin parar para ganar el máximo dinero posible. De repente, escuchó que golpeaban a su puerta. Cuando abrió, se quedó sorprendido al ver a su Rab parado frente a él. “¡Bienvenido! Por favor, pase…”.

 

Una vez dentro, el Rab le dice: “¡Cómo puede ser! Un yehudí que cumple Torá y mitzvot corre detrás del dinero y se olvida de todo. ¿Para qué fuiste creado? ¡¿Para juntar dinero o para cumplir Torá y mitzvot?!”.

 

Mientras el Rab lo amonestaba, el yehudí se estremecía. Reconoció su error, sacó el dinero de su billetera y comenzó a tirarlo al suelo para demostrar que aceptaba las palabras de su Rab. El Rab volvió a gritarle: “¿Qué haces? ¡Junta el dinero y guárdalo en la billetera!”. Ahora el yehudí estaba confundido; no sabía qué hacer. “¿Me desentiendo del dinero o no?”, pensó. El Rab se percató de su desconcierto y le dijo: “Sé lo que estás pensando. Ven. Siéntate y te contaré una pequeña historia, y así me entenderás”.

 

“En un pequeño pueblo, se reunían los campesinos todas las noches en una pequeña taberna para compartir lo acontecido durante el día. Uno dijo a su compañero: ‘Veo tu cara triste. ¿Qué te sucede?’. El amigo permaneció en silencio. En realidad no quería contarle, pero luego de insistirle dijo: ‘Está bien. Te contaré. Hace muchas noches que tengo el mismo sueño, pero me avergüenzo de contarlo’. El compañero le dijo: ‘¿Eso es lo que te preocupa? Ahora que lo mencionas, confieso que también he soñado cosas extrañas. Vamos a hacer un trato. Cuéntame tu sueño y yo te contaré el mío’.

 

“El primero de ellos comenzó: ‘Soñé que la cosecha enloquecería a quienes comieran de ella. Estoy muy preocupado y no sé qué hacer. Si como, enloquezco; si no como, estaré cuerdo en un mundo de locos y eso tampoco me gustaría’. El otro se quedó boquiabierto. ‘¿Qué crees? Yo soñé lo mismo. ¡Qué extraño!’. Decidieron ir a aconsejarse con un anciano sabio. Cuando los vio venir, sonrió y les dijo: ‘Yo también tuve ese sueño. El consejo que les doy es que cada uno de ustedes se ate una soga en la cintura y, luego que siembre, coseche y coma del cereal, se enloquecerá como todos; pero al ver la soga recordará que está loco. Esa será la diferencia con el resto. Ellos no sabrán que están locos, pero ustedes sí’.”

 

Así explicó el Rab al yehudí: “Seguro que debes trabajar para mantener a tu familia. Pero debes recordar que ese no es el único motivo de tu vida. Es sólo el medio. Tu objetivo es llegar al Olam Habá, y para eso debes cumplir Torá y mitzvot. El trabajo es necesario, pero forma parte de la ‘locura’. Así te separarás del resto de la gente. Ellos enloquecerán y no sabrán que están locos; en cambio, tú lo tendrás presente en todo momento”.

 

¿Cuántos de nosotros tenemos en verdad presente cuál es el objetivo de la vida?

 

En ocasiones nos dejamos llevar por cosas banales que aparentan ser de gran valor, cuando en realidad son sólo guijarros, y a cambio despreciamos las mitzvot, que son como piedras preciosas, de gran valor, tanto en este mundo como en el Mundo Eterno. ¡Abramos bien los ojos!

 

Cuando la Mishná en Pirké Abot destaca las cualidades de los cinco alumnos de Rabán Yojanán ben Zakai, el nombre de Rabí Elazar ben Araj sobresale entre los otros cuatro alumnos equivaliendo, él sólo, a los restantes. Sobre Rabí Elazar ben Araj dijo su Rab: “Dichosos ustedes, Abraham, Itzjak y Yaacob, que tienen un descendiente como Rabí Elazar ben Araj”. Pero a pesar de todo, su nombre no aparece en todo el Shas, salvo en tres ocasiones. ¿Por qué? ¿Qué fue de él?

 

Cuando su Rab tuvo que mudarse de la ciudad por ciertos motivos, en lugar de vivir en Yabne, que era el centro de Torá, sus alumnos fueron con él. La ciudad donde vivían era maravillosa y las condiciones de vida en ella eran cómodas y agradables. Al fallecer Rabí Yojanán ben Zakai, sus alumnos se trasladaron nuevamente a Yabne, excepto Rabí Elazar ben Araj, quien se quedó en su lugar, ya que su esposa no quería reducir su nivel de vida y, sacrificando la Torá de su marido a cambio de comodidades y lujos pasajeros. A partir de este suceso, Rabí Elazar ben Araj olvidó todo lo que había estudiado…

 

No podemos permitir que los asuntos mundanos detengan o atrasen el servicio a nuestro Creador. Cumplamos mitzvot, estudiemos Torá, digamos tefilá con minián, consagremos nuestro tiempo y nuestras vidas, tratemos de ser cada día mejores yehudim, corrigiendo nuestras midot y recordando siempre qué es lo que Hashem quiere de nosotros.[1]

 

Después de que Hashem reveló a Abraham Abinu que sus hijos sufrirían mucho como esclavos en Egipto, Él les prometió que partirían con gran abundancia, como hombres libres. Los Jajamim nos cuentan que esta gran abundancia se refiere a la Torá que recibieron en el Monte Sinaí. Pero si así fuese, ¿por qué se ordenó a los yehudim que pidieran a los egipcios dinero y un botín antes de salir de Egipto?

 

El Maguid de Dubna respondió con el siguiente ejemplo:

 

Un joven obtuvo empleo con un adinerado comerciante durante seis años. Al finalizar sus servicios, recibiría una bolsa con monedas de plata. Cuando finalizaron los seis años, al patrón se le ocurrió que una bolsa de plata era una recompensa muy pequeña para los espléndidos servicios prestados por el joven. En consecuencia, apartó la plata y, en cambio, escribió un cheque por una cantidad muchas veces superior al valor total de las monedas de plata. Pero en lugar de agradecer a su patrón por su generosidad, el sirviente metió el papel en su bolsa y, resentido, se retiró a su casa.

 

Al día siguiente, su padre pasó por la casa del comerciante y dijo al empleador: “Usted ha sido muy generoso con mi hijo y deseo agradecerle. Mi hijo es aún un niño y no entiende el valor de un cheque. Él esperaba recibir una bolsa de resplandecientes y nuevas monedas, pero en cambio recibió una simple hoja de papel. Por consiguiente, él le estaría muy agradecido si usted permitiera a mi hijo tener, al menos, una parte de su sueldo en monedas de plata”.

 

De la misma forma que Abraham se acercó a Hashem diciendo: “Ciertamente, Tú has sido generoso conmigo al prometerme que entregarías la Torá a mi descendencia. Pero el pueblo será joven y no estará lo suficientemente maduro como para entender el valor de la Torá, y si salen de la esclavitud con las manos vacías dirán: ‘Efectivamente, Hashem ha cumplido parte de Su promesa. Fuimos esclavos. Pero, ¿qué hay respecto a la gran abundancia que debíamos recibir a la hora de nuestra liberación?’”.

 

Es por esta razón que les fue ordenado tomar oro y plata de los egipcios. Esto sería una riqueza tangible que ellos podrían apreciar en ese momento. Sólo cuando Israel creció en sabiduría llegó a entender que su verdadera riqueza yacía no en las monedas y baratijas que acumularon en Egipto, sino en el regalo de Hashem, la Torá, la que mantuvo vivo al Pueblo Judío a lo largo de los años.[2]©Musarito semanal

 

”Cuando salga a trabajar, la persona debe ser presta en sus actividades y aceptar lo que sea para regresar a su real responsabilidad, que es Servir a Hashem. Esa pertenencia es mejor que cualquier mercancía monetaria.”[3]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Extraído del Lekaj Tob.

 

[2] Descanso y alegría, pág. 195, Rab Mordejai Katz.

 

[3] Pele Yoetz, Yeshibá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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