Las parejas se forman en el Cielo
“y éste dio a Moshé a su hija Tziporá” 2:22..
Los hijos de Israel se fructificaron, se fortificaron, se multiplicaron y se colmó la tierra de ellos. A los egipcios les atemorizaba la tremenda explosión demográfica de los judíos; eran demasiado peligrosos para conservarlos y demasiado valiosos como para deshacerse de ellos. Y fue entonces que el Faraón hábilmente engañó a los judíos. El plan dio resultado y los judíos fueron sometidos y forzados a construir las ciudades de Pitom y Raamses. Los astrólogos advirtieron al monarca que el redentor del Pueblo Judío estaba por nacer, razón por la cual el Faraón decretó arrojar a todo niño varón recién nacido al Río Nilo. En medio de odios, asesinatos, persecuciones y labores forzadas nace Moshé, a quien la Providencia Divina se encargó de que fuera adoptado por la hija del Faraón y éste mismo lo criaría y lo mantendría hasta que creciera… Al llegar Moshé a los tres años de edad, el Faraón lo sostenía en su regazo y, mientras estaba jugueteando con él, el niño estiró su brazo, le quitó la corona y la colocó sobre su cabecita. Los consejeros reales miraron la acción con recelo; Bilám se levantó y vaticinando un mal augurio sugirió matarlo de inmediato. Pero Yitró sugirió que le hicieran pasar una prueba[1] y, gracias a su consejo, Moshé se salvó.
Moshé crece, salió de palacio y observó el sufrimiento de sus hermanos, quienes eran tratados cruelmente por sus capataces. Un día encontró a un egipcio golpeando salvajemente a un Yehudí, con la intención de matarlo. Moshé ajustició a aquél y lo enterró en la arena. El Faraón se enteró y dio órdenes de matarlo. Moshé huyó de Egipto y llegó a Midián. Allí salvó a las hijas de Yitró de los pastores, quienes las habían arrojado dentro de un pozo, y de esta forma retribuyó a Yitró por haberlo salvado del incidente de la corona en Egipto.[2] Yitró le hizo entrega, como muestra de agradecimiento, a su hija Tziporá como esposa.
Vemos aquí que tanto Moshé como Tziporá, su esposa, se salvaron de ahogarse en las aguas y, de alguna forma, el “destino” los llevó a formar juntos un hogar. Encontramos también que, de no ser por Yitró, Moshé no habría existido, y si no hubiera sido por Moshé, Tziporá tampoco estaría en el mundo. Esto nos enseña que en la unión de una pareja a veces la intervención Divina se hace más evidente de lo normal.
Una matrona romana preguntó una vez a Rabí Yosí ben Jalaftá: “¿Qué hace Hashem todos los días desde que creó el mundo?”. Rabí Yosí respondió: “Forma parejas para que puedan casarse”. La matrona romana se burló: “¡Qué tiene eso de dificultad! Tengo mil sirvientes hombres y mil mujeres. ¡Fácilmente podría unirlos a todos en una noche!”. Rabí Yosí le dijo: “Quizá pienses que es así de fácil, pero aprendimos que Hashem lo considera más difícil que partir el Mar Rojo”.[3] La matrona desafió a Rabí Yosí y decidió unir parejas entre sus mil sirvientes.
Al siguiente día todas las parejas se quejaban; unos la insultaban y otros la maldecían. Unos tenían las piernas rotas, otros los brazos rotos, y algunos los ojos hinchados y morados. Evidentemente, no querían a la pareja que la matrona habla elegido para cada uno. Completamente irritada, la matrona fue a buscar a Rabí Yosí: “¿Cómo hace Hashem esto?”. El Rab respondió con naturalidad: “El Todopoderoso usa su infinita sabiduría para formar las parejas y así decide quién es el mejor para cada persona. Y los junta desde distintas partes del mundo para que se combinen a la perfección. Ha estado haciendo esto desde que creó el universo…”. La matrona admitió su equivocación y alabó a Hashem.[4]
Un hombre de Bené Berak alquiló una cabaña para pasar allí unos días de vacaciones junto a su familia. Unos amigos le recomendaron el lugar, le dijeron que se trataba de un terreno hermoso con una espectacular vista a las montañas de Tzfat. De inmediato la reservó para ocuparla durante una semana.
La familia esperaba ansiosa el día del viaje, especialmente después de escuchar del padre todas las bondades que le había descrito el dueño de la cabaña, en la cual gozarían de unas verdaderas vacaciones en las que podrían descansar a gusto, especialmente la mamá, que trabajaba arduamente todo el año. El día esperado llegó, el hombre alquiló una camioneta, cargaron sobre ella todo el equipaje y emprendieron el viaje hacia el norte. Todos viajaban muy entusiasmados hasta que llegaron al lugar… La cabaña había sido ocupada por otra familia, que esa misma mañana había llegado procedente de Yerushalaim. Se dirigieron a la casa del dueño, que vivía a unos metros, quien salió inmediatamente a su encuentro con la cabeza entre sus manos, visiblemente consternado: “¡Oh, no! ¡Qué terrible error cometí!”, dijo.
¿Qué sucedió? Había olvidado la reservación que había pactado con la familia de Bené Berak y alquiló la cabaña a la familia de Yerushalaim. Recién llegaron los primeros, se dio cuenta del error y no sabía cómo solucionarlo. Si los que llegaron en segundo lugar lo demandaban, y estaban en su derecho, seguramente ganarían, ya que fueron los primeros en alquilar la cabaña.
Pero el papá de la familia decidió que, si Hashem hizo que la cabaña fuera alquilada a otra familia, seguramente era para bien y no era conveniente pelear por ello. Se dirigió a sus hijos, en cuyos rostros se dibujaba la desilusión, y les explicó su decisión remarcando que si esa era la decisión del Creador, seguramente era para bien, ya que todo lo que Él manda así es. Subieron nuevamente a su camioneta y partieron de regreso a casa; en un par de horas estarían allí. Durante el trayecto, no dejó de hablar y reforzar a su familia en la fe y la confianza que debe tenerse en Hashem.
Llegaron a Bené Berak justo en el horario de Minjá. El hijo mayor se apuró para llegar al Bet Hakneset a tiempo para la Tefilá. Con el corazón todavía oprimido por los sucesos, su plegaria estuvo cargada de emoción. Entre los asistentes había un hombre que se encontraba de paso en la ciudad y había entrado al Bet Hakneset para el rezo de Minjá. Se dio cuenta de la devoción del muchacho y la elevación espiritual que transmitía. Al terminar la Tefilá, se acercó al hombre que se encontraba a su lado y le preguntó el nombre del joven y el de su padre. Después de investigar, comprendió que esa familia era compatible con la suya: “casualmente” estaba buscando un novio para su hija, que ya se encontraba en edad de casarse.
No pasó mucho tiempo y los dos jóvenes, el hijo mayor de la familia que se vio obligada a volver de las cabañas de Tzfat, y la hija del viajero que justamente ese día pasaba por Bené Berak, se comprometieron y al final contrajeron nupcias.
Reflexionemos: ¿qué hubiera sucedido si la cabaña hubiese estado disponible? Seguramente la familia habría pasado unas increíbles vacaciones en Tzfat, el joven no hubiera estado en el Bet Hakneset y el padre de la novia no lo hubiese visto. Si el hombre que alquiló primero la cabaña se hubiera empecinado en reclamar su derecho, seguramente se habría llevado algún beneficio… pero, ¿los muchachos se habrían conocido?
El único que podría responder a estas preguntas es Aquel que provocó todos estos acontecimientos… Así se hacen las parejas: no entendemos cómo, pero al final cada uno se casa con su “media naranja”. ¿Acaso puede el cerebro humano imaginar siquiera todas las vueltas que da el destino? No nos queda más que creer que sólo Hashem maneja nuestras vidas y que todo lo que ocurre es para nuestro bien. Aun cuando momentáneamente no lo veamos, debemos saber que todo en la vida se maneja así. A pesar de que la bondad no siempre es tan aparente, debemos tener la seguridad de que, tarde o temprano, será descubierto ante nuestros ojos el beneficio que a veces no es el esperado, pero siempre es el óptimo.[5]©Musarito semanal
“La creencia no es el conocimiento de que hay un Creador, sino el reconocimiento de que todo es manejado por Él”[6]
[1] Midrash Shemot Rabá 1:26.
[2] Beer Yosef.
[3] Sotá 2a.
[4] Bereshit Rabá 68:4.
[5] Extraído de Matamim LeShabat.
[6] Rabí Shimson Rafael Hirsch.
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