Odio sin motivo, el peor enemigo de Israel
Perashat Balak
“Y Moab tuvo mucho miedo a causa del pueblo…” (22:3).
El Pueblo de Israel se acercaba al territorio de Moab. Hashem había ordenado que no combatieran contra ellos. Sin embargo, Balak, el rey de Moab, veía en la presencia de Israel una amenaza. Sabía de la derrota de Sijón, el rey emorí, y la de Og, rey de Bashán. Intuyó que era militarmente menos poderoso que ellos y, por ende, no tendría posibilidades de vencer a Israel, por lo que buscó atacarlos mediante la hechicería. Contrató a Bilam, quien era erudito en este tema; además, poseía el espíritu de profecía. En esos tiempos, Midián y Moab eran acérrimos enemigos, pero en los días de Bilam hicieron las paces sólo para tratar de aniquilar a Israel.
Bilam hizo varios intentos para maldecirlos, pero Hashem cambiaba sus palabras; cuando se dio cuenta de que no lo lograría, dio a Balak un consejo infalible: “Si quieres afectar a Israel, hazlo pecar”. Y fue precisamente lo que hizo. Les tendió una vil trampa: enviaron a sus mujeres a seducirlos, y cuando cayeron en sus redes incitaron a los hombres a cometer idolatría. Se suscitó una plaga, la cual llegó a su fin con un acto de Pinejás, hijo de Eleazar, hijo de Aharón el Cohén.
Hashem no declaró la guerra contra Moab. A pesar de que ellos eran también culpables, los eximió debido a que temieron de Israel y quisieron salvaguardar su territorio. Además, los indultó por consideración a Rut, quien descendería de ellos.
Los midianitas no tenían razón para dañar a los judíos. Su territorio se encontraba lejos del paso de los yehudim. ¿Quién les llamó? Este comportamiento despertó la Ira Celestial. Fueron a la guerra simplemente por su infundado odio antisemita y por esto fue más severo con ellos. La enseñanza que podemos aprender de este hecho es no meternos en lo que no nos incumbe. Veamos un ejemplo:
Imaginemos que nos encontramos en el año 1914, en la ciudad de Yerushaláim. Son tiempos difíciles. Estamos en plena guerra mundial. Los víveres y las cosas más esenciales escasean. Un día el barrio amanece al rojo vivo. Uno de los habitantes, que poseía una moneda cuyo valor alcanzaba para alimentar a una familia durante un año, comienza a gritar acusando al dueño de la makólet (miscelánea) de haberle robado el ahorro de toda su vida. El dueño de la moneda argumenta que la tenía resguardada en un armario. Dice que hoy en la mañana abre el armario y no ve su moneda. En la búsqueda encuentra a su hijo con algunos caramelos en su mano; un par de preguntas fueron suficientes para darse cuenta de lo que había sucedido (el niño tomó la moneda para ir a comprar un caramelo a la makólet).
Corrió junto con su esposa a la tienda a reclamar su tesoro. El comerciante les dijo que el niño había pagado con el importe exacto y que no sabía de qué le estaba hablando. Rogaron al comerciante que reconociera y devolviera la moneda, pero al ver que sus esfuerzos no sirven de nada comienzan las ofensas: “¡Mentiroso! ¡Ladrón!”. El hombre continúa negando con firmeza que él es inocente. Los vecinos escuchan el alboroto y se acercan a mirar. Pasan pocos minutos y el comerciante se encuentra recibiendo toda clase de insultos y desprecios de los vecinos. Acuden al Bet Din y los rabinos deliberan que el comerciante debe jurar para demostrar su inocencia. El hombre acepta jurar delante de los Jajamim. En ese momento, el dueño de la moneda dice: “¡No permitiré que nadie jure en falso por mi culpa! ¡Prefiero perder toda mi riqueza, y no que este hombre mienta porque no quiere regresar lo que tomó indebidamente...!”. Se cierra el caso y el comerciante comienza a vivir las consecuencias de la vergüenza y el desprecio.
Pasan unos meses y el dueño de la moneda recibe una carta que contiene una moneda de la misma denominación que la que causó el amargo incidente. También contiene una carta en donde un hombre confiesa haber encontrado al niño y después de distraerlo un poco, le cambió la valiosa moneda por otra de poca valía, argumentando que el hambre y la desesperación lo orillaron a hacerlo…[1]
Ahora que la verdad salió a la luz, vamos a analizar la actitud de cada uno de los personajes. Comencemos con el dueño de la moneda. Definitivamente su actuación no fue de lo mejor, pues provocó un fuerte daño al comerciante. Sin embargo, dado que los datos en su poder le indicaban que este último estaba mintiendo, ¿cómo iba a imaginarse lo que realmente sucedió? Además, hasta el propio Bet Din lo declaró culpable…
El comerciante, ni hace falta mencionarlo. El hombre que engañó al niño y tomó la moneda, hay que tener en cuenta que lo hizo porque su familia padecía hambre; igual podríamos acusarlo de ladrón si no fuera porque al final regresó la moneda.
Entonces, ¿quién es realmente el culpable? ¿Quién tendrá que rendir cuentas frente al Juez Supremo? Ni el dueño de la moneda ni el comerciante ni el joven, sino... todos aquellos que, desde la calle, sin tener nada que ver en el asunto, gritaron al comerciante: “¡Ladrón! ¡Ladrón!”. ¡Todos ellos, que sin que nadie les pidiera opinión alguna, se arrastraron tras sus peores instintos y acusaron injustamente a un inocente! ¡Éstos sí merecerían figurar como los únicos culpables de la historia! Porque no aplicaron uno de los fundamentos más importantes de nuestra Sagrada Torá: “Juzga a tu prójimo para bien”.[2] Y esto hizo que el odio contra Midián se convirtiera en algo permanente; ellos, sin deberla ni temerla, fueron a guerrear contra Israel. Esto se llama sinat jinam, “odio gratuito”. Esto provoca mucho enojo en el Cielo, tanto que es el motivo por el cual no tenemos Bet HaMikdash. El primero se destruyó por tres pecados, que son adulterio, idolatría y asesinato. El Segundo, ¿por qué se destruyó? Porque había (en la mayoría de los integrantes de Am Israel) odio gratuito.[3] Cada uno de nosotros debemos tomar las medidas necesarias para corregir esta cualidad negativa y así veremos la construcción de Yerushaláim en nuestros días. Amén. ©Musarito semanal
“El que siembra odio, cosechará arrepentimiento.”[4]
[1] Historia verídica relatada por el Rab Shalom Shwadron.
[2] Sheal Abija Veyaguedja, Hamaor.
[3] Yomá 9b.
[4] Rabí Yehudá HaJasid.
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