Saber amonestar a los demás
Perashat Jukat
“Toma la vara…. ” (20:7).
Luego de la desaparición de Miriam, la fuente de agua que se había otorgado por su mérito se secó. Y no había agua para la asamblea, y se reunieron contra Moshé y Aharón, y exclamaron diciendo: ¿Por qué nos trajiste al desierto? ¿Para morir nosotros y nuestro ganado?[1]
Hashem escuchó el reclamo y ordenó a Moshé que tomara su vara y hablara a la roca para que fluyera agua. Moshé, enfurecido por la forma en que se dirigían a él, expresó su inconformidad diciéndoles: ¡Escuchen ahora, rebeldes! ¿Acaso de esta roca extraeremos agua para ustedes?[2] Acto seguido golpeó la piedra dos veces. Entonces dijo Hashem a Moshé y a Aharón: Porque ustedes no hicieron que se confiara en Mí, para santificarme a la vista de los hijos de Israel, ustedes no llevarán a esta congregación a la tierra que Yo les he entregado.[3]
¿El castigo que se les dio fue por golpear la roca o por hablar con dureza al pueblo?
En una ocasión, un hombre y su hijo se encontraban haciendo tefilá en el Bet HaKenéset Lederman, lugar que frecuentaba el Jazón Ish. Después de un corto tiempo, el niño se impacientó y comenzó a hablar y a jugar durante la tefilá. El padre reprendió con dureza al niño gritándole: “¡¿Acaso no te das cuenta de que estamos a la mitad de la tefilá?!”. El niño, avergonzado, bajó la cabeza ante la mirada de todos y retornó a su lugar sollozando. Recién terminaron con el servicio, el Jazón Ish se acercó al padre y le dijo: “Dos cosas instruiste en tu hijo. La primera, que no se puede hablar durante la tefilá; la segunda, que una persona enojada puede convertirse en un monstruo y pisotear a quien se ponga frente a él. Recuerda que no es lo mismo “Ta Shemá” (“lo que escuchas”) que “Ta Jazé” (“lo que ves”)”. Es decir: “Lo primero que le enseñaste, probablemente le entró por un oído y le salió por el otro... La persona escucha solamente lo que sus oídos quieren escuchar. Lo segundo que vio, de eso no me queda duda que lo dejó tan impresionado que, sin duda, entró profundamente en su memoria y se quedará en su mente para siempre...”.
Antes de reprender a alguien, debemos tener la habilidad de actuar basándonos en principios y valores, en vez de reaccionar a la emoción o circunstancia. Mientras expresemos al oyente que aquello que estamos tratando de corregir es para su bienestar, será más fácil conseguir resultados positivos por medio de palabras de apoyo, de aliento, de ánimo, etc., en lugar de mostrar enojo y recriminación.
Cierta vez, uno de los hijos de Rab Eliahu Lopian tuvo un mal comportamiento. El Rab no lo reprendió en ese momento. Luego de dos semanas le llamó la atención. Explicó que así cuidaba de no desquitar su enojo gritándole. Le demostró que su único interés era que entendiera por él mismo que se había comportado mal y que no era buena idea repetir esa acción.
En una ocasión, un alumno de una de las más prestigiadas yeshibot de Europa se descarrió del camino y lo encontraron fumando en el santo día de Shabat. El terrible acontecimiento llegó a oídos del director, quien llamó de inmediato a los padres del joven.
Les explicó que, desde hacía un tiempo, el muchacho presentaba una actitud rebelde. Con descaro desafiaba a sus maestros y compañeros. Se le había llamado la atención y explicado de diferentes formas, pero el joven se mantenía en la misma postura. El director les explicó que ya no estaba dispuesto a continuar arriesgando al resto del alumnado, y había decidido expulsarlo de la yeshibá.
Los apenados padres intentaron justificar al muchacho como lo habían hecho en otras ocasiones, pero el director se mantuvo firme en su decisión. Antes de dejar la oficina, el padre rogó que le dieran sólo una semana más… El director aceptó.
El padre llevó a su hijo a visitar y consultar al Jafetz Jaim. El joven se resistió, pero al final aceptó de mala gana acompañar al padre. Él ya había decidido que a su edad de 18 años había llegado el momento de dejar la yeshibá y manejar su vida como quisiera. Ni Shabat, ni todo lo que había aprendido entraban en sus planes a futuro.
Cuando llegaron a la casa del Jafetz Jaim había una larga fila de gente. El padre tuvo que hacer hasta lo imposible para que el Gaón los recibiera antes de que el joven desistiera de entrar. Una vez dentro de la casa, el muchacho observó con desdén la gran figura del Rab y se dijo: “¡Es ridículo que un hombre viejo y antiguo como éste vaya a inculcarme a mí lo que debo hacer de mi vida!”. Sin embargo, como haciéndole un favor a su desesperado padre, ingresó al cuarto y se sentó allí frente al Rab apenas dos minutos.
¡Y ocurrió algo increíble!
Cuando salió, parecía otra persona. Abrazaba con fuerza a su padre; lloraba, estaba conmovido y sensible, y le pidió que le diera una oportunidad, que lo llevara a la yeshibá para pedir perdón a sus maestros y a Hashem; rogó a su sorprendido padre que lo perdonara por todo lo que había hecho y se comprometió a que, desde ese día, todo sería distinto.
¡Y así sucedió! Desde entonces, el joven cambió y llegó a ser un buen estudiante.
Este hecho lo relató un rabino de Nueva York en el aniversario del fallecimiento del Jafetz Jaim; y concluyó sus palabras de esta manera: “Nadie supo qué fue lo que el Jafetz Jaim dijo a ese joven en apenas dos minutos. Nadie se enteró de cómo pudo influir en él en tan poco tiempo y de manera tan eficaz y rotunda. Pero este hecho es verídico y así era el Jafetz Jaim, cuyos méritos nos protejan”, terminó diciendo.
Al acabar el evento, la gente fue retirándose del lugar. Entre ellos había un anciano que se acercó al rabino y, al saludarle, le dijo: “Usted no me conoce. Yo no soy de aquí. Resulta que me enteré de que se haría aquí un acto en conmemoración del aniversario luctuoso del Jafetz Jaim y no podía estar ausente. Lo que usted contó en su discurso, es real, y exacto… Yo fui ese joven…”.
La sorpresa del rabino fue evidente y su íntimo deseo de conocer qué había sucedido dentro de la habitación del Jafetz Jaim estaba a punto de revelarse. El anciano continuó diciendo: “Voy a relatarle qué pasó allí en esos dos minutos que cambiaron mi vida por completo. Yo me acerqué al Gaón, con una sonrisa burlona en los labios. Y con una ternura maravillosa, él me tomó de las manos y las apretó con suavidad. Yo bajé la vista por respeto. Así pasó un minuto. No me decía nada y yo seguía con la cabeza gacha. De pronto, sentí que mis manos se humedecían. Levanté la vista y vi el rostro del Jafetz Jaim anegado en lágrimas. Brotaban de sus ojos profusamente y caían hirvientes sobre mis manos y las suyas. Nunca en mi vida había yo visto a alguien llorar así. Me invadió una tremenda sensación de arrepentimiento y vergüenza; ¡no sabía qué hacer! En eso, el Rab me abrazó suavemente y me susurró al oído: Shabat Kodesh, Shabat Kodesh…”.
“Eso fue todo lo que me dijo. Sólo dos palabras, pero con su actitud me transmitió una calidez indescriptible. Eso fue todo. Pero fue más que suficiente para despertar mi alma dormida.”
Cuando la persona quiera reprender, debe hacerlo de una forma adecuada. Puede herir al otro con dureza o acariciarlo con palabras dulces, emitiendo calidez, comprensión y sentimiento humano, hablando el lenguaje del corazón.[4]
Hilel dijo: “No juzgues a alguien hasta no haber estado en su misma situación”.[5] Antes de juzgar (o condenar) los defectos y malas acciones aparentes del otro, debemos colocarnos en el mismo lugar que él. ¿Acaso podemos estar en dos lugares al mismo tiempo? ¡Seguramente que no! Entonces, ¿a qué se refiere el Taná?
En realidad no podemos estar en el “lugar” del otro; es decir, nunca lograremos comprender los pensamientos de otro y, por ende, los motivos que lo llevaron a actuar de la forma en que lo hizo. Es por eso que no tenemos permiso de juzgarlo. El significado de: “hasta no estar en su lugar”, es que debemos primeramente buscar en nuestro interior. Seguro encontraremos que también poseemos algo de esa falla por la cual estamos intentando reprender a los demás. Una vez que reconocimos nuestros errores y procuramos corregirlos, entonces podemos pasar a la siguiente fase: intentar comprender al prójimo de la mejor manera posible y acercarse a su “lugar” al máximo. Acercarse al otro significa relacionarse con él, tanto intelectual como emocionalmente, con empatía y amor. Cuando nuestro trato con los demás se hace bajo esta perspectiva, sentiremos aprecio hacia el prójimo; comenzaremos a reconocer que los defectos aparentes que observamos en el otro son en realidad el reflejo de defectos similares propios, aunque menos aparentes en uno mismo. Una vez que llegamos a este punto, podremos reprender al otro en forma constructiva. “Primero rectifícate, y después rectifica a los demás.”
¡Qué gran responsabilidad tenemos sobre nosotros! Ya sea como padres, maestros, hermanos, amigos. Que Hashem nos dé la inteligencia para saber cómo amonestar. ©Musarito semanal
“Si las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes.”
[1] Bamidbar 20:3.
[2] Ídem 20:9.
[3] Ídem 20:11.
[4] Recopilado de Esencias de la Torá, tomo 3, pág 94, Rab Mordejai Babor.
[5] Pirké Abot 2:4.
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