LA TORÁ DA VIDA A QUIEN SE “MATA” PARA OBTENERLA
“Esta es la instrucción acerca de una persona que muere en una tienda” (19:14).
La Perashá comienza diciendo: Esta es la instrucción (refiriéndose a la Torá) acerca de un ser humano que muere en una tienda. Todo lo que entre en la tienda y todo lo que esté en la tienda se contaminará durante un periodo de siete días. Este versículo habla literalmente de la impureza espiritual causada por un cadáver humano que se encuentre bajo el mismo techo.
Preguntan los Jajamim en el Talmud:[1] “¿Qué quiere enseñarnos Hashem cuando menciona en un mismo versículo a la Torá, que es lo más puro que existe en el mundo, y a un cadáver, que es lo más impuro?”.
La respuesta es: una persona que fallece, deja un vacío causado por la ausencia de la santidad que posee como resultado de asemejarse a Hashem. Este vacío es conocido como tumá. Cualquier persona que se ubica bajo el mismo techo donde se encuentra un cuerpo sin vida se contamina con esa tumá; de la misma forma, una persona que entra a un lugar donde se está estudiando Torá se impregna de santidad (kedushá). La Torá es llamada Torat Jaim (“instrucciones para la vida”). Pues el que me encuentra encontró la vida, y ha obtenido el favor de Hashem.[2] Sin la Torá, la vida no se puede considerar como tal, sino que es como una existencia sin significado verdadero. La Torá es la única forma en que podemos mantener encendida esa santidad. La única manera de alcanzarla y saborear su dulzura, es matándose por ella, en la tienda (de estudio).
Había una vez un pajarito que volaba alegremente por los aires. En un momento de distracción fue atrapado por una persona, que lo encerró en una jaula. El hombre lo colocó cerca de una ventana. El ave se encontraba sola y triste. Dos pajarillos que volaban por allí se acercaron y le preguntaron: “¿Por qué estás tan triste?”. El ave les respondió: “Porque quiero salir de aquí y no sé cómo hacerlo”, fue la respuesta. Entonces le preguntaron: “¿Acaso no estás bien aquí?”. El pájaro reconoció: “En realidad me tratan como a un rey, pero yo quiero ser libre y vivir con mi hermano”. Las aves inquirieron: “¿Y dónde está tu hermano?”. “En tal y tal árbol. Vayan y avísenle que estoy prisionero, y que me diga qué puedo hacer para salir de aquí.”
Los dos pájaros fueron a aquel árbol y contaron al que allí estaba que su hermano se encontraba muy triste porque lo habían atrapado, y quería salir de la jaula. Cuando el pájaro escuchó esto, cayó muerto al suelo. Ahora los dos pájaros no sabían qué hacer. ¡Cómo iban a decir al pajarito de la jaula que su hermano se había muerto de angustia al conocer su situación! Pero tampoco podían ocultarle lo sucedido. Y por otro lado, ¡quién sabe lo que podía pasar si agregaban más aflicción de la que ya tenía!
Al final decidieron que, con mucho cuidado, iban a decirle la verdad. Fueron a la jaula y cuando el pajarito escuchó lo que pasó a su hermano, cerró los ojos y cayó muerto. Los otros dos pájaros se quedaron estupefactos. ¡No se imaginaron que una tragedia iba a derivar en otra peor! En ese instante, llegó el dueño de casa. Al ver que su nueva mascota había muerto, abrió la jaula, la tomó en sus manos y la arrojó por la ventana. El pajarito comenzó a caer lentamente y, antes de llegar al suelo, ¡abrió sus alas y comenzó a volar! Los otros dos pájaros, que miraban eso, se pusieron a volar con el “resucitado” y en el aire le preguntaron: “Pero... ¿qué te pasó?”. El ave les respondió con júbilo: “Cuando ustedes fueron a decir a mi hermano que yo estaba triste, él cayó al suelo, pero no estaba muerto, sino que hizo lo que yo tenía que hacer para obtener mi libertad. Cuando ustedes me contaron lo que él hizo, yo entendí el mensaje e hice lo mismo. Y aquí estoy...”.
Moraleja: las palabras de la Torá no se mantienen sino en quien “muere” por ella. A los ojos de mucha gente, los Talmidé Jajamim que se dedican a estudiar Torá permanentemente están “muertos”, pues dejan de lado muchos de los placeres mundanos; renuncian a ganancias materiales; se sacrifican y están todo el día entregados a una sola misión: la de estudiar y difundir la Torá. Para los que no conocen lo que es, piensan que eso no es vida. Pero los que tienen el mérito de adentrarse en la profundidad de su sabiduría, vuelan libres como pajarillos en el infinito universo de la Torá. Y eso, al fin y al cabo, es la verdadera vida...[3] El sentido auténtico de la existencia solamente puede darlo la verdad absoluta de la Torá y no las caprichosas y cambiantes modas de la sociedad. La naturaleza del alma es espiritual y sólo puede llenarse con algo semejante, que es la Torá. Hay gente que dice: “Yo me siento a estudiar y no me llena; ¡no siento la dulzura de la Torá…!”.
Vamos a responder con una parábola:
Un hombre tenía una hija muy especial. Buscó a quien consideró que era el hombre ideal para que formara un hogar con su amada hija. Cuando lo encontró, le prometió servirle alimentos deliciosos. Empero, después del casamiento notó que el hombre no era lo esperado. Perdía todo el día en banalidades. Una noche llegó a la casa y le dieron de comer lo que sobró del mediodía, pero el sabor y el aroma se habían perdido. El hombre fue a quejarse con su suegro, reclamando: “¡Usted me prometió comidas sabrosas! ¡Esto está frio e insípido!”. Le dijo su suegro: “Tú mismo provocaste esto. Si hubieses llegado a la hora de la comida, hubieras sentido el sabor que emana de ella”.
Hay personas que pierden todo el día y sólo se sientan a estudiar cuando tienen un tiempo libre. Difícilmente van a encontrar la dulzura de la Torá. Pero para que la Torá sea agradable, tendrá la persona que esforzarse para adquirirla. Si la buscas como la plata, si la excavas como buscando tesoros perdidos, entonces entenderás el temor de Hashem, y hallarás la sabiduría.[4]
Rab Zalman, el hermano del famoso Rab Jaim de Volozhin, era conocido por su extraordinaria diligencia. Nunca perdía un minuto; estudiaba Torá todo el tiempo. Cierta vez, Rab Zalman tuvo que viajar a un pueblo vecino en pleno invierno. Como los caminos estaban intransitables, alquiló un trineo. El frío era glacial. Por estar muy abrigado, Rab Zalman no podía tener un libro entre sus manos. Pero esto no iba a ser un pretexto para no estudiar Torá. Empezó a revisar lo que sabía de memoria y en poco tiempo estaba enfrascado en su estudio. El conductor azotó a los caballos, ya que ansiaba llegar a su destino y calentarse ante un buen fuego. De repente, notó que el trineo parecía mucho más ligero y que los caballos volaban. Al voltear, vio que su pasajero había desaparecido. ¿Qué había ocurrido a Rab Zalman? El conductor paró el trineo y bajó de un salto. Volvió sobre sus pasos para encontrar al Rab, sentado en un montón de nieve, moviendo los labios. Había estado tan concentrado en su estudio que ni siquiera sintió cuando fue arrojado del trineo. Incluso ahora no se daba cuenta de que estaba sentado sobre un montón de nieve.[5]
Las palabras de la Torá sólo acompañan a aquel que se sacrifica por ella.[6]
David HaMélej dijo: “Alabado es el hombre cuyo deseo está en la Torá de Hashem, y en su Torá él medita día y noche”.[7] Preguntan los Jajamim en la Guemará:[8] “¿Por qué David conceptúa en el versículo ‘Torá de Hashem’ y luego dice: Torató, que quiere decir ‘la Torá del ser humano’?”. Aquí hay una aparente contradicción. Los sabios del Talmud responden que no hay tal: antes de que la persona se esfuerce para entenderla, es la Torá de Hashem, pero después de que el yehudí estudia diligente y asiduamente, y se esfuerza para entenderla, la Torá es considerada como su posesión.[9] ©Musarito semanal
“Muchos quisieran adquirirla, pero sólo algunos están dispuestos a pagar el precio por obtenerla.”
[1] Berajot 63b.
[2] Mishlé 8:35.
[3] Extraído de Hameir LeDavid, Rab David Zaed.
[4] Mishlé 2:4-5.
[5] Relatos de Tzadikim, Perashat Jukat, pág. 125.
[6] Berajot 63b.
[7] Tehilim 1:2.
[8] Abodá Zará 19a.
[9] Midrash Shemuel.
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