Orgullo y egoísmo

 

 

“En la mañana Hashem dará a conocer quién es el Suyo y quién es el consagrado” (16:5)

 

 

Cuando Moshé vio la rebelión de Kóraj y los doscientos cincuenta hombres que lo acompañaban, utilizó varias estrategias para aplacar la ira de los Cielos. La primera táctica fue postergar el conflicto. Moshé pensó: “Cuando una persona está inmersa en un pleito, es como un borracho que está ebrio de coraje y celos”. Por eso les dijo que esperaran un día, hasta la mañana siguiente, en que el Eterno haría saber quién sería el líder, y así pensó que lograría aplacar el sofocante pleito.

 

Moshé indicó cómo se demostraría el deseo del Todopoderoso. Hashem ordenó que el pueblo se alejara de las tiendas de Kóraj, Datán y Abiram. Entonces Moshé dijo al pueblo que si los rebeldes morían de muerte natural, significaría que Moshé no sería el enviado de Hashem, pero si todos ellos junto con sus familias, animales y todas sus pertenencias fueran tragados por la tierra y arrastrados hasta el abismo, Moshé sería confirmado como líder del Pueblo de Israel. No bien Moshé terminó sus palabras, la tierra se abrió y tragó a los rebeldes y todos sus bienes. El resto de la congregación huyó, asustada por lo ocurrido.

 

No obstante, al día siguiente todos comenzaron a murmurar contra Moshé, por considerarlo responsable de la muerte de Kóraj y sus seguidores. Pero por medio de una plaga fueron castigados, muriendo catorce mil setecientas personas. Moshé ordenó a Aharón tomar el incensario y poner en él fuego del altar, y recorrer la congregación a modo de expiación por el pueblo, cesando así la plaga.

 

La persona que se conduce como Kóraj y su congregación se compara a un granjero que iba al establo todos los días para obtener leche, pero regresaba con el cubo vacío. La mujer, al ver a su marido, preguntó: “¿Cómo es posible que nunca traigas leche?”. El granjero intentó explicarle: “Porque la única forma de obtener leche es que yo me incline y ordeñe la vaca. Y prefiero morir antes que perder mi orgullo e inclinarme ante una vaca…”.

 

“Toda controversia con fines honorables enaltece al Santo Nombre y conduce al bien. Toda discusión con fines impropios no conduce a nada. La controversia honorable fue la de Hilel y Shamai. La impropia fue la de Kóraj y sus partidarios, por su afán de perjudicar a Moshé.”[1]

 

La sublevación de Kóraj contra Moshé y Aharón tenía una motivación personal. Kóraj deseaba tener el liderazgo buscando satisfacer solamente su ego; sentía celos de Elitzafán, quien había sido nombrado Nasí de la tribu de Kehat. Esto opacó todo lo que poseía Kóraj, que cometió un grave error e hizo que doscientas cincuenta personas se perdieran con él. ¡¿Acaso Kóraj y sus acompañantes pensaron que lograrían derrocar a Moshé, que había demostrado en varias ocasiones ser el emisario de Hashem?!

 

Rabí Elazar HaKapar dijo: “La envidia, la codicia y la presunción sacan a la persona del mundo.[2] ¡No existen respuestas lógicas para el envidioso! Mientras que es dominado por el sentimiento de los celos, está dispuesto a perder todo con tal de cobrarse de su semejante y dañarlo”.[3] Kóraj estaba cegado por el deseo de poder; esto no le permitió medir las consecuencias y terminó perdiéndose en el abismo junto a todos aquellos que lo apoyaron.

 

Nunca permitas que el orgullo se interponga en el camino de tu progreso. Cuando terminamos de recitar la Amidá (plegaria), damos tres pasos hacia atrás antes de decir: “Osé Shalom” (“El que hace la paz”). Esto nos enseña que, en aras de la paz, tenemos que apartarnos a menudo del camino, incluso si ello significa retroceder a costa de nuestro propio orgullo.[4] Incluso si la paz te elude, ve tras ella y la alcanzarás.[5] Un hombre que no posee autocontrol para demorar su enojo iniciará las disputas. El que es lento en enojarse es aquel que no es rápido en tomar venganza y pelearse. Éste calmará la pelea, ya que ésta se acaba por sí sola, porque su contrincante no tendrá con quién luchar.[6]

 

Para un hombre sabio constituye una muestra de sentido común no enojarse con facilidad para evitar humillar a otra persona. Saber controlar la furia y las ansias de venganza que alberga el corazón, constituye la gloria del hombre moralmente sabio.[7] Quien lo consigue, ejercerá un control absoluto sobre su conducta y podrá utilizarla para acatar y cumplir los dictados de la Torá aun en condiciones difíciles. Un hombre sabio dijo que la ira y la envidia son para la persona lo que la sal es para la comida; si se utiliza la proporción adecuada de sal, la comida tendrá buen gusto, demasiada cantidad la arruinará y la falta total la hará insípida. En forma similar, hay momentos en que la ira resulta adecuada, hay momentos en que la envidia es conveniente, por lo que será necesario aprender a usarlas adecuadamente.

 

Una vez la Rabanit, esposa de Rab Arieh Levin, dijo a su esposo: “Arieh, Debo confesarte que tengo mucha envidia de mi vecina”. El Rab se sorprendió sobremanera: “¿Cómo era posible que su esposa, que no conocía siquiera qué significaba la envidia, en este caso su vecina le hubiera despertado ese sentimiento?”.

 

¿Quién era la vecina? La esposa de un hombre que en un tiempo había sido de los más ricos de Yerushaláim. Sus deudas se acrecentaron tanto que tuvo que vender todo para pagar, y terminó en la miseria. De la casa tan lujosa donde habitaba, se vio obligado a mudarse a un cuarto al lado de donde vivía el Rab Arieh. De situación tan acomodada, pasó a una muy difícil de soportar, puesto que ahora trabajaba de albañil y se dedicaba a reparar las casas de los vecinos, y de eso subsistía y mantenía a toda su familia. Cada vez que acababa el día, llegaba a su humilde hogar, y su esposa lo esperaba en la puerta vestida con las más lujosas ropas (que le habían quedado de épocas mejores), y arreglada como para ir a una fiesta. Los vecinos no entendían esa actitud tan extraña y comenzaron a murmurar y hacer comentarios.

 

Pasó un tiempo, y a raíz de una conversación que sostuvo con la Rabanit, se supo qué había detrás de eso: “Mi esposo termina su jornada muy cansado y deprimido”, contó la señora a la Rabanit: “Él, que antaño tenía tanta riqueza y comodidades, se vio obligado a trabajar de simple obrero. Cuando vi qué tristeza le causaba esa situación tan grave, tomé la decisión de embellecerme lo mejor posible cada vez que regresa a casa. Antes de que llegue, salgo a recibirlo arreglada como a él le gusta, sonriente y feliz, para darle ánimo y ayudarlo a superar este trance, del que seguramente Hashem nos va a sacar muy pronto”.

 

La Rabanit contó todo esto a su esposo, Rab Arieh, y agregó: “Envidio desde el fondo de mi alma a esta gran mujer, porque todavía no he alcanzado esa categoría...”[8].

 

Una persona que posee la cualidad de la modestia es distinguida por Hashem, Quien lo acerca a Él, sus plegarias son aceptadas y le envía su ayuda. Por el contrario, el que se considera importante olvida que el orgulloso resulta a los ojos de Hashem desagradable, vergonzoso e indigno. A veces la persona no se da cuenta de su propio orgullo. Cuando se está sobre una montaña muy alta, apenas al bajar uno se da cuenta de lo alto que estuvo. Entre todas las malas costumbres no hay otra a la cual los Jajamim censuren tanto como el orgullo, que es el origen de todas ellas. ©Musarito semanal

 

 

 

“La ira es cruel y la cólera es destructiva, pero, ¿quién puede estar de pie ante los celos?”[9]

 

 

 

[1] Pirké Abot 5:17.

 

[2] Pirké Abot 4:21.

 

[3] Rabenu Yosef Jaim, el Ben Ish Jai.

 

[4] Lilmod ULelamed, pág. 191, Rab Mordejai Katz.

 

[5] Midrash Shemuel 4:20.

 

[6] Rashí sobre Mishlé 15:18.

 

[7] Malbim.

 

[8] Hor Torá.

 

[9] Mishlé 27:4.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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