purifica Tu alma
Perashat Matot
“Esta es la ley de la Torá que ordenó Hashem a Moshé: El oro y la plata, el cobre y el hierro, el estaño y el plomo, todo utensilio que se usa en el fuego, habréis de pasar por fuego y quedará puro”
Moshé movilizó al ejército para la batalla contra Midián. Seleccionó un grupo de doce mil hombres justos que no habían pecado con las mujeres moabitas. Otros doce mil custodiaban las posesiones del ejército y otro tanto hacía tefilá cerca del campo de batalla.[1] Designó a Pinejás como uno de los líderes en la guerra. A pesar de que el ejército midianita superaba en número a las fuerzas judías, los yehudim consiguieron vencerlos milagrosamente y los mataron a todos.
Los hijos de Israel habían capturado en esta guerra vasijas que habían sido utilizadas para alimentos no kasher. Elazar, el hijo de Aharón, les explicó las leyes para hacerlos kasher.
¿Qué lección para nuestras vidas podemos extraer del proceso de hacer apto un recipiente que fue utilizado para consumir comida no kasher?
Antes de utilizar un utensilio para cocinar, es necesario limpiarlo muy bien y remover cualquier óxido o costra que se encuentre adherida. Después hay que hacerlo kasher de la misma manera como fue previamente utilizado. Es decir, si fue utilizado directamente al fuego, tiene que entrar de nuevamente en contacto directo con el fuego a fin de volverlo adecuado para su uso.
El Jafetz Jaim explicó que el mismo proceso se aplica para la purificación de los defectos de la persona. Primero tiene que limpiar, por medio del arrepentimiento, las “costras” de sus transgresiones, confesando sus faltas delante de Hashem y decidiendo no volver a cometerlas. Después debe tener cuidado de que los actos positivos que realiza sustituyan a los anteriores en el mismo nivel. Si cometía las faltas con entusiasmo y alegría, necesita actuar de la misma forma para las cosas positivas. Debe utilizar los mismos instrumentos con los cuales erró para corregir sus equivocaciones.[2]
Es conocido que en Bené Berak habita la mayoría de la población ortodoxa del país. Ahí vivía un yehudí que, a pesar de vivir en una colonia tan religiosa se resistía, se mantenía alejado del camino de la Torá y de las mitzvot. Las vacaciones se acercaban y el hombre se dirigió a una agencia de viajes para buscar un destino que más se adaptara a su tiempo y presupuesto. Mientras el agente buscaba las mejores opciones para el viaje, el hombre tomó un folleto que decía: “Visite Polonia”. Comenzó a hojearlo y, mientras veía las fotografías, recordó que su madre, ya fallecida, había nacido allí y siempre le contaba las historias de su ciudad.
Se dirigió al agente que se encontraba tecleando y mirando su monitor: “¿Podría darme informes sobre este destino?”. El agente respondió: “Con mucho gusto”, mientras regresaba a su computadora. El hombre interrumpió su concentración y le dijo: “Necesito que investigue que el operador no sea de aquellos que incitan a la gente a que haga teshubá. Vivo en una ciudad en donde soy acosado con ese tema y, en realidad, no me interesa en absoluto”. El agente lo miro extrañado y le dijo: “¡Ahora mismo le investigo!”. Tomó el teléfono, llamó a un operador que los conocía de cerca y le confirmó que su cliente podría viajar tranquilo. Entonces se realizó la reservación.
Llegó el día. El hombre se encontró con el grupo y juntos partieron hacia el “viejo mundo”. Visitaron varios puntos de interés, entre ellos una antigua sinagoga, que estaba edificada cerca de donde residieron sus parientes, y se animó a entrar. Encontró una escalera que lo llevaba al lugar de las mujeres y subió por ella. A lo lejos se veía una pila de libros antiguos llenos de tierra. Empezó a curiosear y se quedó con uno de ellos en la mano. Empezó a hojearlo y, de repente, se escuchó un grito de su boca. ¿Qué había pasado? En la contraportada del libro encontró escrito el nombre de su abuelo materno. Empezó a recordar todas las historias que su mamá le contaba de él. Siguió revisando el libro, hoja por hoja, hasta que en una de ellas encontró un pétalo de hadás (rama de mirto que usamos en Sucot). Estaba milagrosamente verde, como si recién hubiera caído dentro del libro. Se puso a pensar y se dio cuenta de que su estrecha relación con las generaciones anteriores era plena y exclusivamente por intermedio de las mitzvot que lo unían a todo el pueblo. Todas las palabras que hablaron anteriormente para que hiciera teshubá llegaron a su memoria en ese instante. Comenzó a llorar y de esta forma se unió con Hashem y decidió volver al camino de la Torá.
Lo que nadie en Bené Berak pudo conseguir, lo encontró en un pueblo abandonado en Polonia. Se puso a pensar y llegó a la conclusión. ¿Cómo decidió viajar a Polonia? ¿Cómo entró a ese Bet HaKenéset abandonado? ¿Por qué subió al lugar de las mujeres? ¿Por qué se le ocurrió investigar entre todos esos libros viejos? ¿Quién hizo que justo el libro de su abuelo fuera a parar a sus manos? ¿Para qué siguió hojeando el libro hasta encontrar la hoja de mirto? ¿Quién hizo que esa hoja cayera en el libro hacía tantos años atrás? ¿Por qué su abuelo no la sacó del libro cuando cayó en él?
La respuesta a todas estas preguntas fue una sola. Hashem calculó todo desde el principio, hace setenta u ochenta años atrás, para que él abriera los ojos e hiciera teshubá. Es el cariño de Hashem por cada yehudí para que no desaproveche la oportunidad de retornar a la senda verdadera. ¡Qué no hace Hashem para que cada yehudí retorne a Sus caminos! [3]©Musarito semanal
“No seques la lágrima que brotó de tu alma arrepentida. Con ella borrarás la culpa de tu actitud fallida.”[4]
[1] Bamidbar Rabá 22:3.
[2] Adaptado del libro Meor Shabat, Rab Kalman Packous, págs. 167-168.
[3] Extraído del libro Alenu Leshabeaj.
[4] Hameir Le David.
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