Persigue la paz
Perashat Bemidbar
“E inscribirá… el Cohén en el pergamino, y las borrará en las aguas amargas” (5:23).
Si una mujer casada era advertida por su marido respecto a guardar recato hacia cierto individuo, si él sospechaba que su esposa le era infiel, debía presentarse ante el Cohén a fin de que realizara cierto procedimiento para confirmar la veracidad de su sospecha. Si la mujer aceptaba que se le aplicara la prueba para limpiar su nombre, se dirigían al Bet HaMikdash. Allí, el Cohén tomaba agua santificada y la mezclaba con polvo del piso del Santuario. Posteriormente hacía jurar a la mujer; escribía el juramento (donde se incluía el nombre de Hashem) y ella tomaba el agua; si resultaba culpable sufría de forma milagrosa graves daños en su cuerpo y en poco tiempo fallecía. Si era inocente, esa agua se convertía en fuente de bendición: si era estéril, resultaba bendecida con hijos.
Cierta mujer solía asistir a las conferencias de Rabí Meír. Una vez, la conferencia se prolongó durante más tiempo del habitual y la mujer llegó tarde a su casa. Su esposo estaba irritado por su tardanza y le exigió una explicación por lo sucedido. Cuando ella le dijo que había estado escuchando la conferencia de Rabí Meír, él manifestó: “¿Acaso crees que no soy importante para ti? ¡No te permitiré que estés de vuelta en casa hasta que escupas en la cara al Rabino!”.
El Rabino se enteró de la difícil situación en la que se encontraba la mujer y sabía que ella se mostraba muy renuente a cumplir la orden de su esposo. Por eso simuló que algo le había entrado en un ojo y pidió a la mujer que escupiera allí siete veces para curarlo. Después de que la mujer escupió en su ojo, el Rabino le dijo: “Ve y di a tu esposo que hiciste más de lo que él te pidió, ya que él te dijo que escupieras una vez y tú lo has hecho siete veces”.
Al enterarse de esto los discípulos del Rabino, se sintieron intrigados y le preguntaron por qué toleraba esa falta de respeto, y solicitaron su permiso para ir a golpear al insolente individuo. “¡El honor de Meír no debe ser más grande que el de Su Creador!”, les respondió Rabí Meír. “La Torá dice que aun el sagrado Nombre de Hashem es borrado en el agua para hacer las paces entre marido y mujer; con mayor razón, yo debo dejar de lado mi honor.” [1]
Dos personas discutían acerca de un terreno que ambos habían adquirido para su sepultura. El asunto llegó hasta el Rabino de esa comunidad. Luego de escuchar los reclamos y de examinar los documentos de cada uno de los reclamantes, les dijo: “Ambos traen argumentos válidos. En consecuencia, dictamino que el mejor lugar será para el primero que muera”. Hubo un largo silencio, ¡y desde ese momento no se produjeron más discusiones acerca de ese lugar!
Es tan importante el shalom (la paz) que no importan los sacrificios, las humillaciones o los golpes con tal de mantener o restablecer la armonía de un hogar o la amistad entre compañeros. El único recipiente capaz de contener la bendición de Hashem en todo, en la casa, en el comercio, en la escuela, en la comunidad, es el recipiente de la paz. Si hay shalom, hay berajá.
La palabra shalom no significa sólo “paz”, lo contrario de “guerra”, sino que se deriva de la palabra shalem, que expresa los conceptos de “completo” e “íntegro”. Y estas dos acepciones son, sin duda, parte esencial de la idea de paz. “Paz” no se puede aplicar cuando existe una sola cosa. La paz sólo puede existir cuando hay dos o más personas. Cuando conviven juntas armoniosamente, entonces puede decirse que reina la paz entre ellas. Y cuanto más diferentes y opuestas sean, y a pesar de ello, convivan salvando sus diferencias, puede afirmarse que impera la paz entre ellas. La oposición y las diferencias de carácter son tan distantes entre un hombre y una mujer que nuestros Sabios han dicho que las mujeres constituyen por sí mismas una nación diferente. Sin embargo, el shalom reina en su hogar cuando la Presencia Divina mora entre ellos. Es tan grande el valor del shalom que Hashem no encontró nada mejor para que sirviera como vehículo de Su bendición.
Rab Arié Levin estaba dictando una conferencia en una sinagoga de Yerushaláim. La esposa de uno de los miembros de la sinagoga acudió una vez para quejarse de que su esposo no la trataba debidamente. Por eso ella le pidió que dedicara una clase entera a la forma en que un esposo debería comportarse con su mujer, rogándole que tuviera cuidado de que su marido no se percatara de que ella le había sugerido el tema.
La siguiente vez que el Rab disertó en el Bet HaKenéset tocó el tema de la problemática de la armonía conyugal. Y habló acerca de la obligación que un esposo tiene de honrar y respetar a su mujer. Entre los oyentes se encontraba uno de los Rabinos más prominentes de su generación, Rab Isser Zalman Meltzer, Rosh HaYeshibá de Etz Jaim y autor de los afamados comentarios sobre el Rambam, “Eben haEzel”. Él escuchó atentamente cada una de las palabras con vivo interés.
Después de concluida la disertación, se dirigió a Rab Levin y le agradeció con estas palabras: “Rab Arié”, dijo Rab Meltzer. “Yo sé que usted estaba dirigiendo sus palabras a mi persona. Tiene usted razón, ya que debo tratar a mi esposa con mayor respeto.” Rab Arié se sorprendió y señaló que sus palabras no estaban dirigidas a él. Rab Isser Zalman respondió: “No es así. Usted no sabe el favor que me hizo al llamarme la atención respecto a mi conducta. Seguramente es de su conocimiento que mi querida esposa me ayuda con mis escritos copiándolos, a fin de prepararlos para su impresión. Resulta que en ciertas oportunidades yo le digo que copió mal y tal vez no lo hago con el respeto que corresponde. Sin duda, debo corregir este aspecto...”.
La gente verdaderamente grande está consciente de la posibilidad de cometer errores y no desaprovecha oportunidad alguna para intentar corregirlos. Quien se cree perfecto no necesita de charlas...[2] ©Musarito semanal
“Hilel dice: ‘Debes ser de los alumnos de Aharón (HaCohén), que amaba la paz y la perseguía, amaba a los demás y los acercaba a la Torá’.”[3]
[1] Bamidbar Rabá, 9:19.
[2] Marbitzé Torá UMusar, vol. 3, pág. 39.
[3] Pirké Abot 1:12.
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