La Sotá

 

 

 

 “Cuando un hombre o una mujer se aparte…”. 6:2

 

 

 Uno de los temas tratados en esta Perashá, es la ley de la Sotá. Cuando un esposo celaba a su mujer y le advertía ante testigos que no se encontrara a solas con cierto hombre. Si dos testigos la acusaban de haberla visto recluyéndose en privado, por un período de tiempo en el cual pudiera haber sido deshonrada por el hombre advertido, el esposo adquiría entonces el derecho de demandarla ante el tribunal sacerdotal y someterla a pasar por el examen de las aguas exterminadoras. Una vez frente al Beit Din (corte Rabínica). El reporte de los testigos y el testimonio de la mujer eran verificados por los jueces; si ella admitía su culpabilidad, se separaba de su esposo definitivamente y perdía los derechos de la Ketubá (acta de matrimonio); no obstante, si insistía que era pura, debía demostrar su inocencia por medio del proceso de Sotá. Los jueces locales referían el caso al Gran Sanhedrín (la Suprema Corte judía de setenta y un jueces, que se reunía en una cámara especial dentro del Bet HaMikdash). Los magistrados intentaban persuadir a la mujer para que admitiera su culpa, de tal modo que la prueba no fuera realizada innecesariamente. Si a pesar de esto, continuaba con su postura, era llevada fuera de la Azará (el patio) y el procedimiento comenzaba.

 

Ella le entregaba al Cohén una ofrenda de harina de cebada, lo hacía porque presumiblemente había cometido un acto propio de un animal, y por consiguiente, su ofrenda debía ser el alimento de un animal.[1] El Cohén la sometía a proferir un juramento que contenía una maldición.[2] Se traía un pergamino y se escribía con tinta borrable los versículos alusivos al tema, mismos que incluían el Nombre de Cuatro Letras de Hashem.[3] Se traía una vasija nueva de cerámica, se llenaba con agua del Kior (Lavamanos), y se salpicaba dentro de ella un poco de tierra que se tomaba del suelo del Santuario, y se agregaba algo amargo para convertirla en "aguas amargas.", se llamaban así debido a que podían traer un final amargo.[4] Finalmente, introducía el pergamino en la mezcla de agua hasta que todo lo escrito se borraba y la mujer debía beber el líquido, si ella realmente había sido infiel entonces el brebaje le provocaba una terrible muerte, en caso contrario ésa agua se transformaba en la más grande bendición y se le aseguraba un futuro promisorio.[5]

 

La Torá continúa con la ley del Nazir. Referente al hombre o la mujer que, por razones espirituales, hacía un voto de abstención de ciertos placeres físicos, como el beber vino y sus derivados, y arreglarse el cabello. Preguntan los Jajamim en el Talmud: ¿Por qué razón fueron puestas juntas las leyes de la mujer Sotá con las del Nazir? Siendo que el estado del Nazir se obtiene mediante una promesa, lo lógico hubiera sido que esta sección fuera enunciada en los capítulos que tratan sobre los juramentos y no en este lugar.[6] La respuesta es que la Torá quiere enseñar que todo el que vio a una mujer Sotá (infiel), en su degradación, deberá apartarse del vino, ya que el alcohol conduce al adulterio.[7] Bajo el efecto embriagante, la persona le permite a su imaginación, capricho, o apetito, prevalecer sobre su dignidad. Si la mujer que se encerró con el hombre, hubiera tenido un poquito de temor al Cielo y de temor al pecado, no habría llegado a cometer ese acto tan bajo.

 

La humanidad ha llegado a pervertirse como no lo había hecho a través de su historia, lo que vemos y escuchamos es inconcebible. ¿Y qué es lo que hacemos al respecto? En ocasiones, el impacto es tan fuerte, que lo repudiamos… ¿Acaso podemos hacer algo más? Veamos que sugiere la Torá: Imaginemos que estamos presenciando a una mujer entrando a la Hazará del Beth Hamikdash, vemos como es avergonzada ante el público presente, acto seguido toma el agua y la prueba resulta positiva y entonces la aterradora consecuencia es procesada. ¿Qué recomienda la Torá? ¡Que nos alejemos del vino! ¿Acaso no alcanzó el haber visto el sufrimiento de la mujer, para alejarnos de cualquier conducta deshonesta? ¿No debería decir que aquel que NO estuvo presente, es quien realmente debía separarse del vino…?

 

El mensaje es el siguiente: ¿Escuchaste o fuiste testigo de algo que, desde tu punto de vista es algo indebido? Antes de rechazarlo, detente un momento y reflexiona: esto ¿no tiene nada que ver contigo? Si esto te llegó, no debes rechazarlo, cavila un poco sobre el asunto, tal vez puedas encontrar algo, aunque sea un mínimo detalle que pudiera estar relacionado con tu persona. Ya nos dice el Talmud: A nadie lo acusan o sospechan sin que algo haya hecho y si no lo realizó por lo menos lo pensó, o quizás vio como otro lo hacía y se alegró. Esto significa que aquello que se presenta ante sus ojos es señal que también pudo haberlo alcanzado.[8]

 

Cuando la persona escucha una disertación, y el orador expone un tema relacionado con algún tema ético o moral (Musar), cada uno de los escuchas debe pensar que el disertante se está dirigiendo exclusivamente a él. Es habitual que al terminar la ponencia, cada uno piense: “lo que dijo el Rab cae justo para fulano o mengano”. A varios de los presentes le queda el tema a la medida, excepto de sí mismo.

 

Cierta vez, el Rab Arie Levin, suegro del Rab Yosef Shalom Eliashib, estaba exponiendo una conferencia sobre las cualidades y la buena conducta. Uno de los temas que trató fue sobre la importancia del Shalom Bait (paz conyugal) y ofreció algunas recomendaciones para poder alcanzarlo. Entre los que escuchaban se hallaba presente el Rab Iser Zalman Melzer, Rosh Yeshibat Etz Jaim. Al terminar la Derashá, se acercó el Rab Melzer al Rab Levin y le dijo: “estoy disgustado con usted”. El Rab Levin le preguntó: “Le pido de antemano una disculpa, pero dígame por favor, ¿acaso dije algo equivocado?”. La respuesta fue una enseñanza para todos nosotros: “¡Usted reveló mi problema en público! Es cierto que tengo problemas de Shalom Bait y tengo mucho que corregir y mejorar, pero ¿quién le dio permiso a usted de contar en público mis malos actos…?”.

 

Quien conoció al Rab Iser Zalman Melzer y a su esposa, puede testimoniar que fue una pareja ejemplar sin ningún tipo de discusión o pelea. Sin embargo, el Rab sintió que todas las palabras que se dijeron eran exclusivamente para él y para nadie más. Solo una persona como él, que trabajó tanto en sus Midot (cualidades) y luchó en su vida para perfeccionarse continuamente, sintió que todo era para él. Mucho tiempo le costó al Rab Levin convencerlo que la Derashá no había sido para él.[9]

 

Cuando algo toca nuestra sensibilidad, un defecto interior, en general hace falta alguien “de afuera” que venga y nos lo muestre, que nos abra los ojos. Es muy difícil introducirse a nuestro interior en busca de errores o defectos. La consideración y estima de uno mismo, oculta sus propias fallas; este soborno no lo deja ser objetivo. Lamentablemente en la actualidad ¿cuántas bajezas comete la gente? Ya no tenemos que ir hasta el Bet HaMikdash para poder presenciar la deshonra de una mujer descarriada; hoy lo vemos por doquier y, ¿quién se ruboriza por esto? ¿Quién se lamenta por la tragedia ocurrida? Es por eso que la Torá sugiere que cuando alguien, no solamente se entera de un caso así, sino de cualquier otra degradación de la humanidad, deberá alejarse de inmediato del placer del vino, esto con la finalidad de evitar que la relajación que provoca el alcohol, inhiba el sentido de alerta que se activa ante la necesidad de huir ante alguna persona o cosa perjudicial para su cuerpo o alma…. Procuremos ser más conscientes de lo que sucede en nuestro entorno y tratemos de corregir nuestros propios errores antes de intentar cambiar a los demás. © Musarito semanal

 

 

 

 

 

“No vemos las cosas como son; las vemos como somos”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sotá 14a.

 

[2] Bemidbar 5:19.

 

[3] Ídem 5:19-21.

 

[4] Rashí, Bemidbar 5:18.

 

[5] Sotá 26a.

 

[6] Mizrají.

 

[7] Sotá 2a.

 

[8] Moed Katan 18b.

 

[9] Tubja Yabíu.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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