Humildad
“Moshé era sumamente humilde, más que todos los hombres que están sobre la faz de la tierra” (12:34).
¿Acaso la humildad era el único rasgo que distinguía a Moshé? ¿Por qué el versículo menciona solamente éste y no los demás atributos que tenía?
Hashem quiso destacar esta cualidad para enseñarnos que la humildad es la fuente de todos los demás rasgos loables. Es decir, la humildad es el mejor recipiente para contener la Torá. Cuanto más delgadas son las paredes de un contenedor, menos espacio ocupan las cosas dentro del mismo, y así más grande es su capacidad. Moshé era como la piel de un ajo, el mínimo absoluto para existir en el mundo. Es por eso que él podía recibir y contener la Torá en su perfección. Por eso Hashem destacó esta cualidad de Moshé, para enseñarnos que, si hoy hubiese alguien que alcanzara el nivel de humildad de Moshé Rabenu, esa persona también recibiría la Torá en su totalidad.[1]
Rab Simjá Bunim de Pashisja solía decir: “Toda persona debe llevar dos papelitos en su bolsillo. En uno de ellos debe decir: A la imagen de Dios hizo Hashem al hombre,[2] y en el otro: No soy más que polvo y cenizas”.[3]
Hay personas que en cuanto se les presenta una oportunidad para cumplir una mitzvá, por ejemplo, hacer un favor, comienzan a argumentar: “¿Quién soy yo? ¿Alguien tan insignificante va a hacer algo tan importante?”. En este caso hay que dejar de lado la “humildad”, sacar el papel que dice: “A la imagen….”, y darse cuenta de que está dentro de sus posibilidades hacer cosas buenas. Y cuando recibe una ofensa, debe sacar el otro papel, donde dice que la persona es polvo, y pensar que tal vez una persona tan baja merece eso.[4] Debemos trabajar en esto para tener la sabiduría de leer cada papelito en el momento adecuado y no invertir los bolsillos.
Rab Itzjak Blazer estaba en la ciudad de San Petersburgo participando en una reunión de los Jajamim más grandes de su generación. Entre los Jajamim estaba sentado Rab Yosef Dov HaLevi Soloveichik, el genio talmúdico de Brisk. Rab Soloveichik hizo al grupo de sabios una pregunta que le había sido formulada por su joven hijo, Rab Jaim. Después de hacer la pregunta, se desató una discusión en la que cada uno de los rabinos ofreció su propia respuesta, refutando el resto de las demás opiniones.
Durante todo el debate, Rab Blazer, un verdadero genio del Talmud, se mantuvo sentado en silencio. No abrió la boca ni expresó aprobación o desaprobación a ninguna de las respuestas ofrecidas por los rabinos. Cuando Rab Soleveichik finalmente ofreció su propia respuesta, Rab Blazer se mantuvo callado… Parecía que no comprendiera la profundidad de la discusión, como si no perteneciese a ese selecto grupo de Rabanim.
Rab Yosef Dov comenzó a dudar acerca del hasta entonces “renombrado” Rabino Blazer. Se preguntó si era realmente merecedor del título de erudito notable que todo el mundo le adjudicaba. En la noche, Rab Soloveichik estaba analizando unos libros en la sinagoga principal cuando encontró un tomo del libro “Perí Itzjak”, un volumen lleno de explicaciones talmúdicas del mismísimo Rab Blazer. Después de hojear el volumen que Rab Blazer había publicado años atrás, encontró la misma pregunta que su hijo había formulado esa tarde, así como las diferentes respuestas y la resolución final. “Ahora me doy cuenta”, pensó Rab Soleveichik, “de que Rab Blazer es tan grande en su modestia como lo es en el conocimiento de la ley talmúdica.”
Uno de los atributos de la verdadera humildad es poder permitir que los demás brillen y tengan su momento de gloria, sin aclarar o anunciar nuestro papel y responsabilidad en aquel triunfo. Los más sabios maestros, educadores y padres; los mejores amigos o compañeros de trabajo saben compartir los triunfos y dejar que el otro tenga su momento de brillo y gloria. Ellos saben exactamente cuándo hay que figurar o ser omitidos de la historia.[5]
Rab Simjá Zíssel comparó el honor con el sueño. Toda persona puede tener un sueño placentero, pero al despertar se dará cuenta de que sólo se trataba de una ilusión. El honor no tiene mayor valor que el de un sueño. Tan pronto como tomemos conciencia de lo ínfimo que es el honor, nos será más fácil vencer el deseo de alcanzarlo.
Cierta vez se encontraban Rabí Akibá Eiger y Rabí Yaacob de Lisa viajando juntos en un carruaje. Al aproximarse a la ciudad a la que se dirigían, observaron un numeroso grupo de yehudim esperando para honrar a los distinguidos visitantes. Rab Akibá Eiger, deduciendo de inmediato que el pueblo había venido a rendir honor a Rabí Yaacob, se deslizó afuera del carruaje y comenzó a ayudar a empujar el vehículo hacia su destino. Al mismo tiempo, Rabí Yaacob llegó a la conclusión de que la multitud se había reunido para honrar a Rab Akibá Eiger, de modo que también él se unió al esfuerzo para empujar el carruaje. Cuando éste llegó al lugar donde estaba congregada la multitud, la gente quedó atónita al encontrar el coche vacío y a los dos gigantes de la Torá empujándolo. Luego comprendieron que cada uno de ellos había considerado que sólo el otro era merecedor de honores, sintiendo que él no podía ser objeto de ninguna reverencia. Naturalmente, esa manifestación de modestia hizo que el pueblo los respetara más. La humildad engendra grandeza.[6]
Hay dos clases de humildad: una falsa y una verdadera. La persona que actúa humildemente para que otros la respeten, abandona esa cualidad cuando entiende que otros sienten que su humildad es falsa. Una persona verdaderamente humilde seguirá siendo humilde aunque otros supongan que es orgullosa y vanidosa. Hay personas que tienen aspecto de ser muy humildes, pero por dentro vigilan que todos se den cuenta de lo humildes que son.
Un hombre se quejó ante Rab Simjá Bunim de Pashisja diciéndole: “El Talmud expresa que cuando una persona huye del honor, el honor correrá tras de él.[7] ¡Yo he huido del honor, pero el honor no me persigue!”. “La razón”, explicó el Rab, “es que continúas mirando hacia atrás y, por tanto, el honor se esconde de ti.”[8]
©Musarito semanal
“El que no pretende ocupar lugar, tiene lugar donde sea.”[9]
[1] Ruaj Hajaim.
[2] Bereshit 1:27.
[3] Ídem 17:27.
[4] Hameir LeDavid, Rab David Zaed.
[5] Rabí Mordejai Kamenetzky.
[6] Lilmod Ulelamed, Rab Mordejai Katz.
[7] Erubín 13a.
[8] Simjat Israel, pág. 57; Las puertas de la felicidad, pág. 370, Rab Zelig Pliskin.
[9] Rabí Baruj de Stotchic.
.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.