Trabajar con honestidad
“Y si venden una propiedad a un compañero… no se engañen entre hermanos. Y no se dañen entre compañeros” (25:15-17).
Los versículos citados nos exhortan a trabajar con honestidad. Perjudicar al prójimo constituye un delito. Pero no se refiere únicamente al daño monetario, sino también mediante la palabra, provocando al otro vergüenza o desprecio.
La esposa del Jazón Ish tuvo una vez una discusión con un cliente en su tienda de textiles. Una vez que el Jazón Ish oyó a ambas partes en la disputa, dijo a su esposa que la otra persona tenía razón. Al ver que su esposa se sentía herida en sus sentimientos por su decisión, el Jazón Ish la consoló, diciéndole: “¿Qué tiene valor en la vida, y qué valor tiene para el beneficio de alguien, si uno perjudica a otra persona en asuntos de dinero?”.[1]
Una viuda pobre acudió una vez al Rab Jaim Halberstam de Tzanz para pedirle tzedaká. Ella comentó al Rabino que solía emplear el poco dinero que tenía para comprar manzanas y venderlas en el mercado, pero nadie quería comprárselas. El Rab le pidió que llevara las manzanas al mercado, y él mismo fue allí para venderlas. Cuando la gente vio al Rab vendiendo manzanas en el mercado, se las compraron todas de inmediato. En muy poco tiempo la viuda tuvo todo el dinero que necesitaba.[2]
El Jafetz Jaim tenía una tienda de comestibles que era atendida por su esposa. Todos sus clientes estaban sumamente impresionados por su honestidad y por la alta calidad de su mercancía. Cualquier cosa, aunque estuviese un poco manchada, era retirada inmediatamente del comercio. Todas las pesas y medidas eran exactas, y los precios eran fijados de acuerdo con los principios de la Halajá. Debido a su integridad, todos los residentes de Radin corrían a comprar en ese almacén. Pero en lugar de estar complacido con el éxito que tenían en su establecimiento, el Jafetz Jaim estaba preocupado por el hecho de que la gente tenía preferencia de adquirir sus productos. Esto podía disminuir los ingresos de los otros comerciantes, y por esto decidió cerrar su tienda por las tardes, para que la gente comprara en los comercios de sus competidores.[3]
La prohibición de robar es muy severa. Todo aquel que posee algo robado, su tefilá no es recibida. Por eso, cuando una persona debía acercar un korbán de ave, Hashem ordenó quitar las entrañas antes de acercarla, lo que no ocurre con otros korbanot. La razón es que el ave se alimenta de lo que va “encontrando” en el camino, o sea de cosas que no le pertenecen. Es sabido que los korbanot fueron remplazados por la tefilá, como está escrito: Que nuestros labios sustituyan los toros de sacrificio.[4] Todo aquel que lee el texto de los sacrificios se le considera como si los hubiese ofrendado y se le perdonan todos sus pecados.[5]
Una vez nombraron a un nuevo Jazán (cantor) para la sinagoga donde rezaba Rab Israel Salanter. El Jazán era muy meticuloso y se acercó al Rab para preguntarle: “¿Cuáles son los pensamientos más elevados que podría tener en mi mente mientras dirijo la oración?”. Rabí Israel respondió: “Lo más importante que debe hacer es aprender los nigunim, las melodías, para todas las oraciones”. El Jazán no esperaba tal respuesta. Parecía sorprendido. Su pregunta no había sido acerca de melodías, sino de pensamientos sublimes y elevados. “Desde luego”, siguió diciendo el Rab, “lo más importante respecto a su trabajo, es que sepa usted cantar correctamente las melodías de los rezos, y que dirija usted la oración como es debido. Si usted no es un buen Jazán, si no canta bien, entonces estará engañando a la congregación y no estará cumpliendo con su responsabilidad. Primero y ante todo, le pagamos para que cante bien. Esa es su principal obligación. Si no lo hace, ¿no sería defraudar a sus patrones?”.[6]
Por tanto, ha de reflexionar la persona y despertar su corazón, para regresar a sus dueños cualquier cosa que hubiera obtenido ilícitamente. De lo contrario, sus plegarias no serán escuchadas. Y hemos visto ya lo ocurrido a la serpiente del pecado original: no obtuvo lo que quería; pretendía ser pareja de Javá. Y lo que tenía lo perdió: caminaba en dos patas y erguida, pero como castigo fue trasformada en reptil sin extremidades. Estaba destinada a ser el rey de los animales y se convirtió en el más despreciado. Comería lo mismo que el ser humano y ahora come el polvo de la tierra.
Encontramos también el exterminio que se decretó en la generación del diluvio, en la cual el robo fue el motivo principal.
Dos hombres decidieron formar un negocio en sociedad. Acordaron ir con Rab Meír de Premishlan para recibir su bendición. Les preguntó Rab Meír: “¿Ya escribieron un convenio de sociedad?”. Se miraron uno al otro y le respondieron que no. El Rab les dijo: “Para que una socidad funcione correctamente, es necesario que se firme un convenio. Si me permiten, yo puedo escribirlo”. “Adelante, Rabino”, contestaron a la par. “Así vamos a comenzar con el pie derecho.”
Rab Meír asintió y les dijo: “Eso es precisamente lo que quiero, que empiecen y sigan derecho”. Entonces tomó una hoja de papel y escribió: “Alef, Bet, Guimel, Dalet” (las primeras cuatro letras del alfabeto hebreo), y les entregó el documento. “Gr… Gracias, Rab”, dijeron titubeantes. Los hombres se quedaron mirando el papel sin entender lo que estaba escrito.
Al ver su sorpresa, el Rab les explicó: “En estas cuatro letras se encuentra oculta la llave del éxito en cualquier sociedad. Estas letras son las iniciales de Fe (corresponde en hebreo a la Alef de la palabra Emuná), Bendición (la Bet de la palabra Berajá), Robar (la Guimel de la palabra Guenebá), Pobreza (la Dalet de la palabra Dalut) . Si el principio de su sociedad se basa en la fe y la corrección, verán solamente bendición. Pero si se basa en el robo, vendrá, Dios libre, la pobreza…”.
El éxito económico de la persona depende de que su dinero y todas sus pertenencias estén limpios de toda mancha de robo, estafa o engaños. La persona debe cuidarse mucho de no dejarse influenciar por su mal instinto, que lo incita a desear lo que no es suyo. Aunque en ocasiones vemos gente que roba y obtiene todo lo que busca, no es más que una ilusión óptica y, por tanto, irreal. Esa riqueza no le perdurará para siempre. Hashem es quien provee el sustento, tanto en cantidad como en calidad, y lo entrega al hombre para que cumpla su misión en el mundo.
El Jafetz Jaim poseía una vez una vaca, y siempre tomaba precauciones extremas procurando que no causara daño alguno a nadie. Un día, cuando estaba estudiando en la ciudad de Vasilishok, vio a un chofer de carretas que venía de su ciudad natal, Radin. Escribió entonces una nota a su esposa y pidió al chofer que se la llevara, pues ella debía recibirla de inmediato. En el camino y vencido por la curiosidad, el conductor abrió la nota y leyó lo que estaba escrito. En su contenido, el Jafetz Jaim advertía a su esposa que tuviese especial cuidado de no permitir que su vaca anduviera por las calles de la ciudad durante los días de mercado, ya que muchas personas extrañas concurrirían al lugar y la vaca podría tomar paja de las carretas de otras personas para alimentarse.[7] “Cuídate de aquel que engaña a los demás. Pero de engañarte a ti mismo, cuídate más.”[8] ©Musarito semanal
“Hacer lo que es correcto y justo es más aceptable al Eterno que los sacrificios.”[9]
[1] Biografía del Jazón Ish, pág. 52; Ama a tu prójimo, pág. 388, Rab Zelig Pliskin.
[2] Darké Jaim, pág. 137.
[3] Ama a tu prójimo, pág. 403, Rab Zelig Pliskin.
[4] Hoshea 14:3.
[5] Taanit 27b.
[6] Relatos de Tzadikim, pág. 204.
[7] Jafetz Jaim, vol. 1, pág. 57; Ama a tu prójimo, Rab Zelig Pliskin.
[8] HaMeír Le David.
[9] Mishlé 21:3.
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