El Arquitecto del Mundo
“Cuando Hashem, el Eterno, hizo la Tierra y los Cielos…” (2:4).
La Torá comienza declarando que en el principio Hashem creó el Cielo y la Tierra de la nada. El mundo era un vacío, sin forma ni orden. Durante los primeros seis días, Hashem creó y ubicó cada cosa en su posición en el universo para que funcionara adecuadamente.
El primer día creó la luz y la oscuridad.
El segundo día separó las aguas del Cielo y de la Tierra.
El tercer día acumuló las aguas en un lugar, permitiendo que la tierra fuera visible.
El cuarto día creó el sol, la luna y las estrellas.
El quinto día creó todos los seres que habitan los mares y las aves que vuelan en el cielo.
El sexto día creó los reptiles y el resto de los animales, y finalmente, el hombre.
El séptimo día de la Creación, Hashem “descansó” y lo santificó como Shabat.
Había una vez una niña que, desde la edad de tres años, demostró ser un prodigio al tocar el piano; podía hacerlo mejor que el más experto. Se organizó un concierto para que tocara en público. Desde varios meses antes, se anunció que iba a realizarse un solo recital, y para que ese evento único fuera inolvidable, se venderían pequeños artículos alusivos al concierto: por ejemplo, una pulsera con un pequeño piano blanco, o una tiara con un pianito… La mañana posterior al concierto, los periódicos no encontraban palabras y trataban de hallar superlativos para poder describir el acontecimiento. Cerca de un mes más tarde, dos personas que no habían llegado al evento aparecieron en la casa de la niña, exigiendo una demostración de sus aptitudes. “Sí, es verdad que todo el mundo dice que estuvo sensacional… Leímos los periódicos y todo, pero nosotros no lo creemos. Si ahora la traen a la sala y la hacen tocar en ese piano que tienen, entonces creeremos que es tan buena como dicen; si no, no lo creeremos…”.
Cuando Hashem creó el mundo, no cabía duda de que fue Él Quien dio existencia a todas las cosas, que Él sabía todo lo que acontecía en el mundo y que Él controlaba hasta el más mínimo detalle.
No pasaron muchas generaciones desde la Creación del Mundo. Ya en la época de Enosh, quien fue nieto de Adam, la gente empezó a equivocarse respecto a Hashem. Cada uno tenía un punto de vista diferente: hubo quienes negaron Su existencia por completo. Hubo otros que aceptaban la existencia de un Poder Divino, pero afirmaban que Hashem era tan exaltado y estaba tan alejado de este mundo, que solamente sabía lo que ocurría en el reino espiritual, mas no lo que acontecía en el mundo terrenal. Un grupo más admitía que ciertamente Él sabía lo que ocurre en este mundo inferior, pero que estaba tan ocupado en sus cosas espirituales que no tenía “tiempo” para ocuparse de “pequeñeces”.
Hashem sabía que esto sucedería y, para remediarlo, se reveló una sola vez en el mundo alterando el curso de la naturaleza y entregó un documento que lo certifica: la Torá.
Y no sólo eso, sino que Él tomaría una nación de en medio de otra nación y la transformaría en Su pueblo. Eso no sólo demostraría que Él es absolutamente consciente de lo que tiene lugar en este mundo, sino que le importa e interactúa con la humanidad.
Hashem lo hizo una sola vez, pues de hacerlo en repetidas ocasiones, quitaría al hombre su capacidad de libre elección, de creer o no en Él. Todo el propósito de la Creación fue la existencia de un ser, el hombre, que tiene el libre albedrío de creer o no creer. Y para que no olvidáramos este “concierto único e irrepetible”, nos dejó varios “suvenires”: la mezuzá, para ponerla en nuestros hogares, y los tefilín, para que los atemos en los brazos: Y será una señal sobre tu brazo, y un adorno entre tus ojos, pues con mano fuerte Hashem nos sacó de Egipto.[1]
El que posee estos recordatorios vive la vida como si tuviera permanentemente un hilo rojo atado a su dedo... Es algo que no puede olvidarse. Y no sólo eso, sino que Hashem hizo que todas las generaciones repasaran en el “documento” los eventos de este gran “concierto de la naturaleza”. En todas las generaciones estudiamos la Torá HaKedoshá para que tengamos siempre presente Su Presencia y que Él maneja y supervisa todo cuanto sucede en nuestras vidas. Por este motivo, Él no requiere repetir, ante cualquier ignorante que viene y afirma que no cree, que hubo en verdad un “concierto”. Hay millones de “admiradores” que aún poseen sus pianos blancos de recuerdo, pasados cuidadosamente de una generación a otra, para demostrar que los otros están equivocados.[2]
Una vez un gentil preguntó a Rabí Akibá: “¿Quién creó el mundo?”. El Rab respondió: “¡HaKadosh Baruj Hu lo creó!”. “¡Pues pruébalo!”, exigió el gentil. “Ven a verme mañana y lo haré”, dijo Rabí Akibá.
Al día siguiente, cuando llegó el gentil, Rabí Akibá le preguntó: “¿Qué es lo que llevas puesto?”. “Un traje”, fue la respuesta. “¿Quién lo hizo?” volvió a preguntar Rabía Akibá. “Un sastre”, respondió el gentil. Rabí Akibá meneó la cabeza. “Pues no te creo. ¡Demuéstralo!”. El gentil se enojó y le dijo: “¿Y qué prueba necesitas? ¿Acaso no sabes que únicamente un sastre pudo haber hecho el traje?”. Rabí Akibá respondió con otra pregunta: “¿Y tú no sabes que únicamente Hashem pudo haber creado, y de hecho creó el mundo?”, y agregó: “Así como una casa atestigua que la hizo un constructor, y un traje atestigua que lo hizo un sastre, y una puerta atestigua que la hizo un carpintero, ¡así el mundo atestigua y anuncia a todos que sólo Hashem lo creó!”.
La Torá no es un libro de historia. El hecho de que relate cómo fue la creación del mundo es para mostrarnos el establecimiento de la soberanía de Hashem sobre todo lo creado en el universo. Es la serie de instrucciones respecto a la misión del hombre en su estadía sobre la Tierra. ©Musarito semanal
“Los Cielos relatan la Gloria de Hashem y la obra de Sus manos refiere el firmamento…”
[1] Shemot 13:16.
[2] Basado en el Rambán.
.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.