La Tefilá
“El Faraón se hizo acercar… y he aquí que marchaban tras ellos y tuvieron mucho miedo; y los Hijos de Israel clamaron al Eterno” (14:10).
El Pueblo de Israel viajaba por el desierto, guiado por una columna de nubes durante el día y una de fuego por la noche. Llegaron a Etam, en el límite del desierto, y recibieron la orden de regresar y acampar junto al Mar Rojo. Acampaban allí cuando de repente alzaron sus ojos y vieron al ejército egipcio aproximándose, conducido por el Faraón. Frente a ellos estaba el mar.[1] Estaban rodeados por todos lados, no había escapatoria; el mar frente a ellos, detrás los egipcios; en un costado bestias salvajes y en el otro, las montañas. La situación era apremiante y parecía que todo estaba perdido.
¿Por qué Hashem causó más aflicción a Am Israel con la persecución de los egipcios? ¿Acaso no habían sufrido ya bastante con la esclavitud?
Cierta vez se encontraba un rey cabalgando por la campiña junto con sus guardias. De repente escuchó un grito desesperado proveniente del bosque: “¡Auxilio! ¡Socorro…! ¡Ayuda, por favor!”. El rey siguió la voz y pronto descubrió que una banda de ladrones había capturado a una noble mujer.
Cuando ella se percató de la presencia del rey, le imploró: “¡Suplico a su majestad me salve de las manos de estos malhechores!”. De inmediato el rey ordenó a sus soldados liberar a la joven y que fuera trasladada de inmediato a su palacio.
Después de que la joven se tranquilizó, el rey comenzó a entablar una conversación tratando de indagar de dónde provenía. Se percató de que se trataba de una mujer descendiente de una de las familias más distinguidas, además de que era una mujer culta y con muchas cualidades. El rey ofreció desposarla. La joven aceptó y la ceremonia matrimonial se llevó a cabo. Una vez que la mujer estuvo casada con el rey, difícilmente se reconocía en ella el comportamiento de aquella dócil y desamparada jovencita que él había rescatado. Constantemente se veía afligida y rehusaba incluso hablar con su esposo. El rey deseó que fuera tan amable como lo había sido antes. Por consiguiente, convocó a una banda de rufianes y les ordenó efectuar un ataque ficticio sobre la reina. Tan pronto como ella se vio en peligro, nuevamente solicitó ayuda al rey. Él se sintió complacido. “Mi plan logró su propósito”, pensó. “Ella me habla otra vez.”[2]
Cuando el Pueblo de Israel sufría bajo el yugo egipcio, constantemente clamaba a Hashem. Una vez que fueron redimidos y pudieron respirar libremente, comenzaron a descuidar sus tefilot. Hashem dijo: Yo deseo oír las plegarias de Mi pueblo ahora también. Por consiguiente, envió al Faraón para darles caza. Tan pronto como se percataron de que los egipcios estaban por darles alcance y no tenían hacia donde escapar, todos ellos hicieron teshubá en sus corazones y clamaron a Hashem solicitando Su ayuda.[3]
No debemos pensar que la tefilá es un medio para deshacernos de los problemas. A fin de escuchar nuestra tefilá, Hashem hace llegar al yehudí todo tipo de tribulaciones, para despertarlo y reanimarlo a servirlo. Hashem desea nuestra tefilá. La expresión de nuestra cercanía al Creador es uno de los objetivos por los cuales vivimos.[4]
¿Cuál es el servicio que se realiza con el corazón?
Se refiere a la tefilá,[5] ya que su fundamento es alcanzar la anulación total del individuo frente a Hashem, demostrando así que las fuerzas humanas son absolutamente nulas para alcanzar la solución a los problemas, por más ínfimos que sean, y que sólo el Todopoderoso puede responder a los deseos del corazón.[6]
Un seguidor del Rab de Kotzk se quejó una vez de que tenía dificultades para concentrarse en la plegaria a causa de fuertes dolores de cabeza. “¡Dolores de cabeza!”, exclamó el Rab. “¿Qué tiene que ver la cabeza con la plegaria? ¡La plegaria debe provenir del corazón, no de la cabeza!”
El Jazón Ish dijo: “Todo yehudí es querido por Hashem y no necesita emisarios para dirigirse a Él. Quien es sincero delante de Hashem, su tefilá es escuchada”.[7]
Un hombre a quien habían aconsejado someterse a un procedimiento médico poco peligroso fue a buscar consejo y bendición con el Rab de Chernobyl. El Rab aconsejó al yehudí: “Sugiero que consultes al profesor de Anípole”.
En Europa, los médicos más competentes eran los que tenían cátedras hospitalarias. Anípole era una pequeña aldea y, cuando el hombre llegó allí, descubrió que no sólo no había escuela médica, sino que ni siquiera había un solo doctor en la aldea entera. Regresó a Chernobyl asombrado y dijo al Rab: “¡No hay profesor en Anípole! ¡No tienen doctor en absoluto!”. El Rab preguntó: “Entonces, ¿qué crees que hacen los residentes de ese lugar cuando se enferman?”. El hombre replicó: “¿Qué pueden ellos hacer? Sólo hacer tefilá y confiar en Dios para que los cure”. El Jajam concluyó: “¿Te das cuenta de quién es El que cura?”.[8]
¡Sólo quien crea el problema puede solucionarlo! Hashem sabe exactamente lo que necesitamos antes de que digamos nada. Sin embargo, Él desea que nos demos cuenta de cuánto lo necesitamos y dependemos de Él.[9]
Cuando Rabí Menajem Mendel, el Tzémaj Tzédek, era niño, su abuelo, Rabí Schneur Zalman, lo sostuvo sobre su regazo y le preguntó: “¿Dónde está Zeide (abuelo)?”. El niño tocó la nariz del abuelo. “No, dijo el Rab; “esa es la nariz de Zeide. Pero, ¿dónde está Zeide?”. El niño tocó la barba del abuelo. “No, esa es la barba de Zeide. Dime, ¿dónde está Zeide?”. El niño descendió de las piernas del abuelo, corrió al cuarto contiguo y gritó: “¡Zeide!”. Y Rabí Schneur Zalman entró al cuarto. El niño sonrió y lo señaló: “¡Allí está Zeide!”.
Nosotros sabemos que Hashem es nuestro Padre. Él responde cuando lo llamamos con todo el corazón. Cuando un hijo tiene un problema, con el primero que acude a solicitar ayuda es su padre, pues el hijo sabe que su padre hará cualquier cosa por darle la mejor solución.
La plegaria significa pedir, rogar. Hay gente que se equivoca y piensa que es demandar. La decisión de cómo y cuándo resolver la situación corresponde sólo a Hashem y no a nosotros. Como los ojos del esclavo hacia la mano de su amo, como los ojos de la esclava hacia la mano de su ama, así se alzan nuestros ojos hacia el Eterno, nuestro Dios, hasta que nos favorezca.[10]
Sucedió en cierta ocasión que Rabí Janiná ben Dosá fue a estudiar Torá con Rabán Yojanán ben Zakai. El hijo de Rabán Yojanán enfermó gravemente. Entonces pidió a su compañero: “Janiná, pide por favor misericordia para que mi hijo viva”. Entonces Rabí Janiná ben Dosá colocó su cabeza entre sus rodillas y pidió misericordia por el niño, y éste vivió.
Rabán Yojanán estaba platicando con su esposa y le dijo: “Incluso si yo hubiera puesto mi cabeza entre mis rodillas todo el día, Hashem no me hubiera hecho caso”. La mujer le dijo, extrañada: “¿Acaso Janiná es espiritualmente más grande que tú?”. Rabán Yojanán respondió: “No. Pero él es como un siervo delante del rey, y yo soy como un ministro delante del rey”.[11]
Un siervo está siempre en presencia del rey, sirviéndole directamente, y por ello entra y sale a voluntad. En cambio, un ministro no se ocupa de servir directamente al rey, sino que dirige el país por orden del rey. Por eso mismo, su presencia ante el rey no es constante. En este caso, Rabí Janiná ben Dosá solía rezar con mucha frecuencia a Dios para solicitarle misericordia por las necesidades de la gente. En cambio, Rabán Yojanán ben Zakai se dedicaba a enseñar Torá y a dirigir al Pueblo de Israel, lo cual le impedía rezar con asiduidad, y por ello era como alguien que no suele estar constantemente en presencia del Rey.[12]
Para que nuestras tefilot lleguen hasta lo más alto, necesitamos estar por completo convencidos de que nada depende de nosotros. Debemos sentirnos como un esclavo que depende íntegramente de su amo. A diferencia de otros servidores, el siervo tiene la ventaja de poder entrar al palacio en cualquier momento, para arreglar o limpiar algo sin decir hacia dónde se dirige. El ministro, al ser más importante, debe concertar una cita previa para poder encontrarse con el rey.
Otra opinión dice que la relación entre la persona y el Creador debe ser como lo indica David HaMélej: Como un bebé con su madre.[13] Toda madre llega a su hogar luego del parto con una orden del médico: descansar y reponerse. Sólo que su bebé se despierta cada tres horas para pedirle de comer, sin importarle la hora del día o de la noche.
¿Qué obliga a esa madre a levantarse y atenderlo?
Ella sabe que su hijo depende exclusivamente de ella y por eso le otorga todo. Pero cuando ese hijo crece y se independiza de su madre, cada vez recibe menos de ella. Mientras más depende, más recibe. Ese es el secreto de la tefilá; es lo que sabía Rabí Janiná ben Dosá: se sentía como un siervo que no podía hacer nada por su cuenta; todo dependía de su amo. Y quizás a eso se refiere el Talmud cuando comenta que Rabí Janiná colocaba “la cabeza entre sus rodillas”, la misma posición que tiene un bebé en el vientre de la madre mientras depende sólo de ella.©Musarito semanal
“Una persona que aprende a rezar correctamente, comprendiendo todo lo que dice y haciéndolo con entusiasmo, habrá de extraer un inmenso placer de sus plegarias.”[14]
[1] Midrash Lekaj Tob.
[2] Rab Yejezkel Levenstein.
[3] El Midrash Dice, tomo 2, pág. 112, Rab Moshé Weissman.
[4] Rab Yerujam Levowitz.
[5] Taanit 2a.
[6] Taanit 20b.
[7] Jazón Ish.
[8] Viviendo cada día, pág. 167, Rab Abraham Twerski.
[9] Jobot Halebabot; Jeshbón HaNéfesh 18.
[10] Tehilim 123:2.
[11] Berajot 34b.
[12] Rashí; Maharshá.
[13] Tehilim 131:2.
[14] Rab Eliahu Lopian.
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