La fuerza de la tefilá
“Imploré a Hashem en ese momento diciendo…” (3:23).
Continuando con su crítica al pueblo, Moshé les recuerda cuántas tefilot hizo para que Hashem le concediera su autorización para cruzar el Río Jordán y entrar a la Tierra de Israel. Sin embargo, su petición fue denegada. En cambio, se le permitió que la viera desde el monte Pisgá.
Dijeron los Jajamim: “Moshé hizo 515 tefilot diferentes, para que HaKadosh Baruj Hu le contestara afirmativamente… Cada tefilá fue distinta de la otra, con otra emoción, otro ruego, otro sentimiento…”.
Hace más de cien años, en el sudeste de Lituania, en una pequeña aldea llamada Shabel, se unieron en matrimonio Abraham y Jaya Mushka. El tiempo transcurría y no lograban tener hijos. Ríos de lágrimas corrían diariamente de sus ojos mientras recitaban Salmos, implorando la piedad del Todopoderoso. Fueron con todos los grandes de su generación para que intercedieran por ellos; médicos, segulot, todo hacían, pero el anhelado hijo no llegaba. Pasaron veinte años…
Prácticamente habían perdido la esperanza, hasta que un día se enteraron de que en Viena atendía un doctor muy importante, “una eminencia”. Decidieron hacer el último intento. Conseguir una cita no era tarea fácil; además el médico era tan solicitado que tardaba meses en tomar un caso nuevo. Se hicieron todos los arreglos y finalmente recibieron un telegrama confirmando la cita. El viaje era muy largo. Cientos de kilómetros… La travesía duraba una semana en carroza y a caballo. Por fin llegaron a Viena, cansados, pero llenos de esperanza.
Ingresan al consultorio. El médico hojea en silencio los estudios. Luego levanta la vista y observa a la pareja que aguarda su opinión, expectante. Los mira fijamente durante unos segundos y les dice con frialdad: “Me crecerían pelos en la mano antes de que ustedes tuvieran alguna posibilidad de tener hijos… No hay esperanza alguna… Lo siento”. Decepcionados, Abraham y Jaya emprenden el camino de regreso a casa. Están desolados. Veinte años esperando y este doctor, así, sin más, levanta su mano y sencillamente les dice: “No hay esperanza”. Después de una semana de viaje llegan a su hogar con todo el peso de lo vivido… La ilusión… Los preparativos… El viaje… La noticia… La desilusión…
Jaya Mushka necesitaba descargar su pena. Su padre,[1] que era uno de los grandes de la generación, vivía en su casa. El Jafetz Jaim dijo sobre él: “En este mundo podemos acercarnos a él, pero en el Mundo Venidero sólo algunos, los más elevados, tendrán el mérito de verlo debido a su eminencia y santidad”. No quisieron informarle el propósito del viaje para no preocuparlo y distraerlo de su estudio. Entonces, ella se dirigió al granero y lloró allí un mar de lágrimas. Descargó todo el dolor que tenía encerrado en su corazón. Durante dos horas estuvo diciendo Tehilim y hablando a HaKadosh Baruj Hu.
Con los ojos hinchados y enrojecidos entró a la casa. En la puerta se encontró a su padre, que al verla le preguntó: “Jaya Mushka, ¿qué tienes?”. “Nada, papá. Es sólo una inflamación ocular.” “¿Qué son estos ojos?”, volvió a preguntar. Ella entendió que no podía engañarlo y le contó del largo y difícil viaje que habían realizado, y de cómo les cerraron las puertas a la esperanza de tener un hijo. El padre le dijo: “Cuando la persona hace tefilá a HaKadosh Baruj Hu con el convencimiento de que sólo Él puede ayudar es cuando se rompen todos los decretos. Tú y tu esposo hicieron miles de tefilot durante veinte años, pero la que acabas de hacer es completamente diferente. Antes, cuando hacías tefilá, tenías en el subconsciente la medicina, las segulot, pero ahora dijiste: ‘¡Sólo Tú puedes ayudarme!’. Esta tefilá era la que faltaba. Estoy seguro de que por el mérito de esta tefilá, y porque te apiadaste de mi Torá y no quisiste interrumpir mi estudio, y fuiste al granero, serás bendecida con descendencia”. Nueve meses después dio a luz a un varón. Todo el pueblo vino a festejar con ellos en el berit milá, junto con quien hace la berajá y le pone el nombre: Elokenu, veEloké abotenu… veikaré shemó beIsrael, “y se llamará su nombre en Israel: Yosef Shalom Eliashiv.[2]
Hemos perdido al gigante de la generación. No hay palabras para describir la congoja y la desolación que sufre el Pueblo de Israel por esta irreparable pérdida. No existe una sola persona de Am Israel que no se haya beneficiado con sus consejos, su conducción, sus bendiciones… Fue un hombre extremadamente humilde, sabio, bondadoso, piadoso, que dedicó su vida entera al estudio de la Torá.
¿Qué hubiera sido de nosotros si la madre de Rab Eliashiv no hubiese rezado como lo hizo? ¿Quién hubiera conducido al pueblo como lo hizo él? ¿Quién hubiese sido capaz de interpretar y aplicar la jurisprudencia en los casos difíciles? ¿Quién nos hubiera dado el ejemplo de lo que significa estudiar con ahínco? ¡Cuánto alcance puede tener una tefilá cuando se hace con todo el corazón y con toda el alma!
De todas las tefilot que hacemos en nuestra vida, ninguna debe ser igual a la otra. No basta con pronunciar la plegaria; hay que sentirla, hay que decirla con la boca, pero también con el corazón. No debe ser algo mecánico y monótono, sino que es necesario decirla con emoción. Cuando las palabras salen del corazón, los Portones del Cielo se abren y ayudan a la persona a ordenar sus pensamientos para orar como corresponde. Aprendamos de Moshé, quien hizo tefilá una y otra vez, sin perder la esperanza. Una persona puede vivir cuatro semanas sin alimento, cuatro días sin agua, cuatro minutos sin aire, pero no más de cuatro segundos sin esperanza. Un yehudí nunca debe perderla. Aun si la persona tiene una espada filosa puesta sobre su cuello, no debe desesperarse por la Misericordia Divina.[3]
Hashem es la fuente de todo lo existente, y de nuestro rezo depende la existencia y la subsistencia del universo entero. Sin embargo, éste no es el único objetivo de nuestras oraciones. La palabra tefilá proviene del verbo palel, que significa “juzgar”. El momento de rezar es como si nos estuviéramos autojuzgando; es un momento de introspección en el que podemos encontrar la forma de mejorar nuestros actos y convertirnos en mejores yehudim. La palabra tefilá también proviene del verbo tofel, que significa “unir o atar”; es como unir dos partes rotas de un recipiente para hacerlo entero otra vez. Nuestra alma posee una parte de Hashem;[4] las transgresiones la alejan de su fuente y ella busca unirse a esa parte Divina. Mientras rezamos, debemos expresar el dolor por todos los pecados que hemos cometido, pidiendo perdón y expiación por medio del arrepentimiento. Sólo de esta forma logramos unir nuestra alma con el Creador. Nada acerca más al hombre a Hashem que la plegaria. Recemos con la sumisión del esclavo postrado delante de su amo. Expresemos las palabras como lo hace un niño delante de su padre. Recemos porque Hashem reine sobre nosotros con bondad y misericordia, que ilumine a nuestros líderes espirituales para que nos conduzcan por el camino de la verdad, como lo hicieron quienes los antecedieron; que nos muestren cómo cumplir con las leyes y los estatutos de la Torá con amor y reverencia.©Musarito semanal
“La tefilá es lenguaje en su estado más poderoso.”
[1] Rabí Shelomó Eliashiv.
[2] Maor Hashabat, Eliahu Saiegh.
[3] Berajot 10a.
[4] Bereshit 2:7; ver comentario del Rambán y el Kelí Yakar.
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