Hashem quiere tu corazón
“Amarás al Eterno con todo tu corazón” (6:5).
Moshé previno a los Hijos de Israel de que no olvidaran a Hashem ni siquiera cuando ya estuviesen radicando en la Tierra Prometida y lograsen un alto grado de prosperidad. Deberían evitar cualquier forma de idolatría, porque ésta conduciría inevitablemente a la destrucción. Las futuras generaciones deberían ser instruidas en los Mandamientos de Hashem e informadas de Sus actos prodigiosos cuando liberó a sus ancestros de Egipto. Israel es un Pueblo Santo al que Hashem demostró Su amor librándolo de la esclavitud, y es su deber corresponderle por medio de la observancia de Sus preceptos.
Había un rey que estaba interesado en entablar relaciones comerciales con otro país que se encontraba del otro lado del mundo, para lo cual envió a un representante para que entregara varios presentes al monarca del lejano país como muestra de paz y de amistad.
Cuando el embajador arribó al lugar fue llevado delante del rey. Grande fue su sorpresa después de que entregó los presentes, ya que se percató de que no habían logrado sorprender al soberano. Simplemente los desechó sin siquiera ponerles atención. El embajador salió ofuscado del palacio, debido a que no había conseguido su misión. Caminaba preocupado por los mercados y comercios locales. Y fue entonces que se percató del error que había cometido. En la mayoría de las tiendas exhibían joyas mucho más preciosas que las que él había llevado como presentes al rey, y debido a la abundancia, la gente que allí habitaba podía adquirirlas a un costo muy bajo. Siguió mirando en los comercios hasta que percibió que había pocas prendas finas para cubrirse del frío. Él era un experto tejedor, así que rápidamente adquirió los materiales necesarios y tejió una hermosa bufanda. La bordó a mano; las precisas puntadas denotaban que era obra de un artesano; se notaba a simple vista que pocos artistas eran capaces de confeccionar una prenda así. Cuando regresó al palacio, el rey se regocijó bastante por el regalo. De esta forma el embajador obtuvo la simpatía del rey, lo cual le redituó la firma de un importante tratado comercial.
Hashem nos pregunta: “¿Quién me ha precedido y debo recompensarlo? ¿Quién me ha elogiado antes de que Yo le otorgue la vida? ¿Quién circuncidó a su hijo antes de que Yo le diera un hijo? ¿Quién colocó una mezuzá en su puerta antes de que Yo le diera una casa? ¿Quién construyó una sucá antes de que Yo le diera un lugar para construirla? ¿Quién sostuvo un lulab antes de que Yo le diera dinero para comprarlo? ¿Quién ató tzitzit a sus vestimentas antes de que Yo le diera ropa para vestir?”.[1]
Entonces surge la pregunta: ¿qué caso tiene que cumplamos las mitzvot si todo está preparado de antemano por Hashem? ¿Cómo vamos a reclamar alguna recompensa después de 120 años? Con seguridad nos dirán: ¿Quién me ha precedido, para que Yo lo recompense? Pues todo lo que hay bajo el Cielo es Mío.[2]
La recompensa de cada mitzvá es por la voluntad de cumplirla. Porque llegar a realizarla no está en manos de la persona.[3] Dice Hashem: “Las mitzvot son Mis enviados. Todo el que honra a Mis enviados es como si me honrase a Mí”.[4]
El amor a Hashem se demuestra por medio del cumplimiento de sus ordenanzas. Para Hashem lo que vale es la fuerza de voluntad y los esfuerzos invertidos en el cumplimiento de lo que está escrito en nuestra Sagrada Torá. Así uno haga mucho o poco, lo que cuenta es que el corazón esté dirigido hacia el Cielo.[5]
Y si esto se aplica respecto a las mitzvot, con mucho más razón, valga la comparación, a los logros materiales, la riqueza o títulos obtenidos en la vida. Éstos no son relevantes a los ojos del Creador, debido a que todo es provisto mediante Su supervisión. Todo aquello que obtiene la persona no es por su mérito propio, sino que es proporcionado por la voluntad de Hashem.
Esto se compara a las joyas que no tienen valor en un país donde abundan. Sin embargo, si la persona se acerca a Él con buenas acciones que se derivan del temor, el amor y el reconocimiento de que Él es Quien provee todas sus necesidades. Ésta es la mercancía más valiosa, pues fueron obtenidas por medio del libre albedrío y el esfuerzo de la persona.
Cuando una persona cumple una mitzvá por amor a su Creador está expresando su deseo interior de cumplir Su voluntad y tiene el mismo valor que quien se sacrifica para conseguirlo. La dedicación que invertimos en la mitzvá, es decir, el énfasis que ponemos en la calidad y no en la cantidad de lo que hacemos, es lo que justifica la recompensa que Hashem nos da.[6]
En la época del terrible holocausto, innumerables yehudim encontraron un fin prematuro y cruel en los campos de concentración. Manos brutales y asesinas destruyeron la vida de millones de judíos en toda Europa. En medio de este valle infernal brillaron algunos rayos de luz, una luz brillante, sublime y deslumbrante de verdadero heroísmo judío. Una de estas luces brilló cuando Rabí Menajem Mendel, Rabino de Fabianitz, se vio obligado a entregar su vida al Kidush Hashem (acto de santificar el Nombre de Hashem).
“¡Desvístete!”, fue la orden severa. Rabí Mendel entendió que le quedaba poco tiempo. Se volvió hacia el kapo (encargado de los prisioneros en los campos de concentración) y le prometió: “Te garantizo una porción en el Mundo Venidero si tan sólo me traes un poco de agua”. Pensando que el Rabino tenía sed, el kapo corrió a cumplir con su última petición. Pero se asombró al descubrir que en sus últimos minutos en la tierra, el tzadik no pensaba en sus necesidades terrenales. Rabí Menajem deseaba lavarse las manos, para purificarlas antes de rezar su última oración.
Luego, Rabí Menajem se dirigió a los prisioneros condenados a morir, y exclamó: “¡Hermanos míos! ¡Pronunciemos el Viduy (la confesión) antes de morir!”. Y con voz destrozada empezó a recitar la conmovedora oración. Se unieron a él docenas de personas, con voces temblorosas y llenas de emoción. Toda esa multitud judía recitó el Viduy entre sollozos desgarradores.
Al escuchar el clamor de la congregación y la entrega a las plegarias de los prisioneros concentrados, los asesinos se precipitaron hacia ellos golpeándolos a derecha e izquierda, y disparando sin piedad. Fue así que estos judíos piadosos devolvieron sus almas a su Creador.[7]
Mientras las ardientes llamas penosa y lentamente chamuscaban el cuerpo de Rabí Akibá y su carne era arrancada con instrumentos de hierro, su rostro estaba iluminado de alegría. El momento de leer el Shemá había llegado y Rabí Akibá recitó las palabras con gran devoción.
El romano, quien había presidido innumerables ejecuciones, nunca había visto a una víctima tan jubilosa. “Eres un brujo inmune a la tortura y a las llamas, o te burlas de nosotros”, exclamó. Interrogado por sus alumnos acerca de la fuente de su felicidad, Rabí Akibá respondió: “Toda mi vida ansié encontrar la oportunidad para aceptar la Unicidad de Hashem con amor, aun si era a costa de mi vida. Me alegro de que Dios haya concedido mi deseo”.
Sabemos que Rabí Akibá comenzó a estudiar Torá apenas a los cuarenta años.[8] ¿Acaso antes, mientras no tenía aún Torá, también sufría? La respuesta es que él vivía lamentándose por los años que había desaprovechado. A partir de que comenzó a estudiar y vio su belleza, comprendió cuanto había perdido y por eso sufrió la pérdida de aquellos valiosos años.
¿Cómo se obtiene esa inquebrantable fe y fuerza para morir por lealtad al Creador? Hechos como éste se han repetido incontables veces en la historia de Am Israel. Nos ilustran acerca del nivel de amor y apego al Creador que puede alcanzarse. La fe palpita en todo corazón judío. Dondequiera que se encuentre, esta creencia debe mantenerse viva y activa, pues está en nuestra sangre. La fe no es sólo una teoría lógica y entendible; debe estar sustentada por un amor profundo del corazón. El término “amor” en hebreo es ahabá, cuya raíz proviene de la palabra hav, que significa “dar”. La más elevada forma de amor que puede encontrarse es cuando uno está dispuesto a “dar todo” por el Creador… inclusive la vida. Todo, excepto el temor a Hashem, depende del decreto Celestial.[9]©Musarito semanal
“Y no puede llegarse a amar a Hashem a menos que se llegue a conocerlo, y según el grado de tal conocimiento será el grado de amor.”[10]
[1] Vayikrá Rabá 27.
[2] Iyob 41:3.
[3] Rab Jaim de Tzantz.
[4] Pele Yoetz, “Importancia”.
[5] Berajot 17a.
[6] Rabí Yehudá Tzadka.
[7] Relatos de Tzadikim, vol. 5, pág. 56G, MaTov.
[8] Abot d’Rabí Natán 2, 6.
[9] Berajot 33b.
[10] Orjot Tzadikim, “El portón del amor”.
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