El consuelo llegará.
“¡Consuelen! ¡Consuelen a Mi pueblo! Dice Hashem”. Yeshayá 40:1.
El Shabat siguiente a Tishá BeAv es denominado Shabat Najamú, el Shabat de Consuelo. Toma su nombre de la primera palabra de la Haftará de esta semana: ¡Consuelen! ¡Consuelen a Mi pueblo! Dice Hashem. El profeta le recuerda a Israel que el tiempo del exilio de Yerushalaim está terminando. El Midrash afirma que Hashem designará a Abraham como Su emisario para consolar a Yerushalaim. Pero Yerushalaim no hallará consuelo. Entonces enviará a Yitzjak, pero el resultado será el mismo. Tampoco podrán lograrlo ni Yaacob ni Moshé. Cuando Hashem nota que Yerushalaim se niega a hallar consuelo por medio de los patriarcas, decidirá hacerlo Él mismo.[1]
A partir de este Shabat y hasta Rosh Hashaná, leeremos un total de siete Haftarot, estas se denominan: Las siete de consolación. Contienen profecías que infundieron en el pueblo consuelo y esperanza posterior a la destrucción del Primer Bet HaMikdash. Todas son tomadas del libro de Yeshayá; encontramos en la profecía, versículos de aflicción y versículos de consuelo por la destrucción del Beth HaMikdash.[2]
El amargo destierro lleva cerca de dos mil años, el Am Israel ha errado entre los pueblos del mundo, y muy lejos de lo que fuera su Tierra y su personalidad. Yerushalaim llora diariamente como una reina a la que le fueran arrancados sus hijos. Después de varios angustiosos años, le llega la noticia que su familia se encuentra bien y que además vienen hacia ella. Imaginemos el alivio y el júbilo que ella siente en ese momento, ¿existe algo mejor que esto para reconfortar su sufrimiento? Esta es la esperanza y el consuelo de Yerushalaim: el saber que el Rey de todos los reyes acompañado de todos sus hijos, retornarán a ella: ¡Consuelen! ¡Consuelen a Mi pueblo! Dice Hashem.
Pregunta el Maguid de Dubna:[3] ¿Por qué se reitera el consuelo? Con su peculiar estilo, responde con una parábola: Dos hombres suben a un barco. El primero, vive en extrema pobreza; por más que busca abastecer las necesidades de su familia, sin poderlo conseguir, se embarca buscando encontrar mejor suerte en otros sitios. El otro, un hombre muy adinerado que no tiene ninguna necesidad de viajar, lo que él busca es escapar de su mujer, pues ¡le hace la vida imposible! Cuando se entera que una importante feria se está llevando a cabo en una lejana ciudad, decide aprovechar el pretexto de asistir, hace las maletas, compra su boleto y así logra alejarse lo más lejos posible de ella.
Pasan varios meses sin que ninguna de las mujeres recibiera noticias del paradero de sus maridos. Eventualmente van al puerto y preguntan a los viajeros que llegan de tierras distantes, tal vez alguno de ellos los vio. Un día, arriba un barco y por la rampa baja un elegante comerciante; las mujeres se acercan y le preguntan si de casualidad sabe algo sobre sus esposos. El hombre asiente con la cabeza: “¡Por fin!”, exclamaron al unísono. Les dice, que en su menaje trae una carta para cada una. Les informa que se las entregará recién después de desembarcar y sacar las mercancías del compartimiento de carga: “Por favor, regresen mañana y les entregaré sus documentos”. La esposa del hombre pudiente, se conforma con escuchar que su marido seguía con vida y se retira despreocupada. En cambio, la esposa del pobre se muestra impaciente y le dice al comerciante: “Mire, yo no me moveré de este lugar hasta que no tenga la misiva en mis manos, si usted me lo permite puedo incluso ayudar a sus trabajadores a desempacar la mercancía, con tal de obtener el documento hoy mismo”. El comerciante la mira por encima de los anteojos y le responde: “Preferiría que vengas mañana. ¿Por qué no haces como la otra mujer? ella se retiró tranquilamente, sabiendo que al otro día obtendrá noticias de su esposo…”. La mujer responde: “¡No insista más, no me moveré de aquí sin la carta! Debe usted saber que hay una gran diferencia entre ella y yo. Ella vive tranquilamente en su casa, donde no le falta nada; su marido se retiró a tierras lejanas, solamente por las peleas y las discusiones entre ellos. Lo único que a ella realmente le inquieta es el temor de que su esposo no la abandone a su suerte, ahora que se enteró que él le está enviando una carta, se tranquilizó porque significa que él todavía guarda un interés en ella, por eso es el aviso que usted le dio la calmó y la consoló, por eso volvió tan despreocupada a su hogar. Conmigo, la situación es distinta, soy una mujer muy pobre, carezco hasta de lo básico y espero con mucha ansiedad el saber si mi esposo logró conseguir el sustento que tanto necesitamos. Ahora usted pretende que me vaya a mi casa y me siente a esperar hasta mañana, sabiendo que mi esposo me ha enviado una carta, espero que ahora me entienda, yo no puedo esperar hasta mañana, soportando el tormento y la angustia de enterarme de lo que está escrito en ella…
Concluyó así el Maguid: “Podemos comparar al Pueblo de Israel con la esposa del hombre adinerado, su mal comportamiento, provocó que él se alejara; el pueblo de Israel a través de sus faltas provocó que Hashem se aparte y por ende hemos tenido que sufrir la dureza de dos exilios. La única preocupación que esa mujer tenía, era saber si su esposo seguía pensando en ella y si algún día retornaría al hogar. Ella no necesitaba leer la carta, pues le alcanzaba con saber que su esposo todavía se preocupaba por ella. Con el pueblo de Israel ocurre lo mismo, toda nuestra preocupación y nuestro duelo, es porque al transitar a través del exilio, errando entre las naciones paganas, hemos sido víctimas de ataques y persecuciones, abusos y agravios; nos han hecho sufrir con duros decretos para que abandonemos nuestra fe, se han mofado de nosotros, preguntando: ¿Dónde está su D-os?, el que les hizo tantos milagros y maravillas en el pasado, ¿quizás se agotaron sus capacidades y ya no los puede redimir como en el pasado?[4]-[5]
Entonces viene el profeta Yeshayá y nos brinda el primer consuelo: Hashem mismo es quien va a convertir la amargura del destierro en regocijo. ¡Si nosotros sufrimos por el exilio, Él también sufre con nosotros! Él manifiesta interés por Su amado Pueblo y éste es el consuelo más grande que podemos tener, ya que de esa manera sabemos que Hashem no dejó, ni deja, ni dejará de tener Clemencia por Su pueblo y Su amor seguirá con nosotros, hasta el final de las generaciones.
Y así como aquella mujer se consoló por el simple hecho de saber que su marido sigue preocupado por ella, debe bastarnos el hecho que Hashem nos pide por medio de Yeshayá que hagamos oídos sordos a todos aquellos que se ríen de nuestra situación actual, a todos los que nos han oprimido y perseguido, pisoteado y masacrado, todos los que buscan contradecir la esperanza que la redención finalmente llegará, aunque no lleguemos a ser merecedores, si no lo logramos por medio de nuestros méritos, entonces Él la traerá en honor de Su Santo Nombre. Esta buena noticia es el segundo consuelo y tendría que ser suficiente para que cualquier judío, sin importar su ubicación ni su situación, nunca debe desesperar, debe guardar la esperanza y vivir tranquilo y contento cada momento hasta que Hashem decida que la hora de la redención ha llegado. © Musarito semanal
“¿Por qué no llegó el Mashíaj ni ayer ni hoy? Debido a que nuestro comportamiento de hoy es el mismo que el de ayer.”[6]
[1] Pesikta Rabatí 30:30.
[2] Lebush.
[3] Cojab MiYaacob.
[4] Ver Tehilim 115:2.
[5] Rab Yehudá Levi.
[6] Rabí Menajem Méndel de Kotzk.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.