¿Para qué esforzarnos por cosas que son perecederas?
emular las virtudes del Creador debe
ser la meta de tu vida
“Pues si vas a cuidar toda la ordenanza que Yo les ordeno para cumplirla; para amar a Hashem, y para andar en todos Sus caminos y para apegarse a Él…” (11:22).
La Torá nos dice: aun de aquel que cumple con los preceptos de la Torá, y que ha conseguido el atributo de amar a Hashem, no se puede decir que ha completado su labor hasta que logre imitar las virtudes de su Creador. Emular a Hashem es, por ejemplo, ser compasivo y emplear benevolencia con los demás.[1] Alguien podría pensar que es suficiente rezar y estudiar Torá y por medio de esto mantenerse apegado a su Creador. No obstante, aprendemos de este versículo que, para apegarse a Hashem, esto no es suficiente. Hay un requerimiento más: dedicarse a amar y ayudar al prójimo.[2]
Rabí Paysach Krohn, Shelita, relató la siguiente historia:
Nuestro padre falleció relativamente joven; mi mamá y mis hermanos quedamos con muchas deudas y mucho por hacer. Yo estaba aún en la Yeshibá y mis hermanos en la escuela. Fueron tiempos muy difíciles, y yo, como hermano mayor, llevaba todo el peso de mi familia. Me armé de valor y fui a hablar con el señor Rozen. Cuando estuve frente a él le dije: “Sólo necesito un préstamo. Cuando salga del problema, se lo devuelvo”. El señor Rozen se quedó pensando y preguntó: “¿Y cuánto es lo que necesitas?”. Respondí con seguridad: “Mil setecientos cincuenta dólares...”. “No me parece una cantidad tan grande…”, dijo el señor Rozen. “Para mí sí lo es”, le respondí. Sin decir palabra, se dirigió a un escritorio, sacó un talonario, firmó un cheque y me lo entregó.
Los Estados Unidos estaban en recesión. No había mucho trabajo. Pero Hashem siempre ayuda y, después de varios meses logré reunir la suma y se la llevé de vuelta a señor Rozen. “¡Bien hecho, muchacho!”, me dijo. “Las deudas hay que saldarlas, tarde o temprano. ¿Necesitas más tiempo? Si lo requieres, puedo ampliar el plazo.” Le entregué los billetes y le dije: “No, gracias. Reciba este dinero, por favor”. Me miró con ternura y me dijo: “Ven, voy a contarte algo”, dijo, mientras me invitaba a tomar asiento. Me acomodé en una silla frente a él y me dispuse a escucharlo.
“Hace muchos años nosotros también estábamos en una situación difícil. Recién llegábamos de Europa y no teníamos dinero ni trabajo. Recurrimos a un pariente lejano nuestro, quien nos dio una suma de dinero con la que empezamos nuestra empresa. Tiempo después fuimos a devolverle el dinero, y nuestro pariente nos dijo: ‘Yo no lo quiero. Me doy por satisfecho con haber podido ayudarles’. ‘¿Y qué vamos a hacer con el dinero?’, le preguntamos, a lo que él respondió: ‘Cuando encuentren a un yehudí que lo necesite, hagan lo mismo que yo hice con ustedes...”. El señor Rozen me miró unos segundos y dijo: “¡Hay algo mucho mejor que ayudar: es enseñar a ayudar! Toma este dinero y cuando encuentres a un yehudí que necesite ayuda, haz lo mismo que yo hice contigo...”.
¡Esto es guemilut jasadim verdadero! ¡Eso es emular a Hashem!
Un joven contrajo una dolorosa enfermedad terminal. Después de varios tratamientos lo llevaron a Francia para que le practicaran una delicada operación. Después de angustiosas horas, los familiares fueron informados de que la situación del paciente había empeorado. Se enteraron que en los Estados Unidos se encontraba un médico que había descubierto una técnica que abría de nuevo la puerta de la esperanza para salvar la vida del joven. Cuando les informaron del alto costo de la intervención, ciento treinta mil dólares, sin contar el costo de los servicios de hospitalización, la estadía del doctor durante el tiempo que fuera necesario, los pasajes de avión, etc., la puerta se cerró de nuevo. ¿Qué podían hacer? Fueron a consultar a los rabanim de Israel, quienes les dijeron que era prácticamente imposible conseguir una suma tan grande en tan poco tiempo. Sentían que el final del joven ya era inminente; se había hecho todo lo posible…
Al día siguiente, la hermana del joven se comunicó con el Rab de la Yeshibá, quien tomó el caso personalmente, y la señora le dijo que la operación tenía que hacerse. El Rab le dijo: “Señora, en verdad entiendo su pesar, pero desafortunadamente no contamos con los recursos para esto”. Ella le respondió: “He decidido vender mi departamento y, con ese dinero, le pagaremos al médico”. El Rab le preguntó: “¿Está usted segura? Recuerde que tienen seis hijos pequeños y un marido que estudia. ¿Dónde vivirán? Le aconsejo consultar con una autoridad rabínica”. Ella replicó: “No se preocupe; ya tenemos todo arreglado”. Ese mismo día, la señora colgó el anuncio comprometiéndose a entregar su casa de inmediato a quien le ofreciera la suma de ciento treinta mil dólares, en efectivo. No tardó en aparecer un comprador, atraído por la ganga. En cuanto tuvieron el dinero en sus manos, llamaron al médico y fijaron la fecha de la operación. Los alumnos de la Yeshibá recolectaron fondos para cubrir los gastos de hospedaje y demás, que se calculaban en treinta mil dólares.
El doctor llegó a Israel. El director de la Yeshibá viajaba para dictar una serie de conferencias. En el camino recibió la llamada de uno de sus alumnos, quien solicitaba su autorización para entregar un poco más tarde los donativos que había recaudado, porque el conductor del taxi que lo llevaba le pedía que le ayudara a buscar al dueño de un maletín que había encontrado en el asiento trasero. El Rab se negó rotundamente; la vida de su compañero estaba en juego y nada debía detenerlo… Después de unos minutos, llamó de nuevo su alumno: “El taxista insiste”. El Rab ordenó: “Di al chofer que se desvíe hacia donde estoy, para que decida qué hacer”. Al término de su disertación, el Rab se encontró con su alumno y el conductor del taxi, que lo esperaban. Le comentó el taxista que en la mañana había subido un pasajero en el aeropuerto y él lo dejó en su hotel; le dijo que al abrir la maleta encontró algunas pinzas y tijeras. “Quiero devolverlo a la persona cuyos datos figuran aquí mismo…”. Cuando el Rab leyó el nombre grabado en el maletín, no pudo contener una exclamación de sorpresa: “Profesor Raitz…” ¡Que había llegado de los Estados Unidos especialmente para operar a su alumno! Le dijo al taxista: “Lléveme, por favor, al hotel”.
En el camino, llamaron al hotel y cuando llegaron el doctor los estaba esperando. Cuando vio que sus pertenencias estaban intactas, confió a sus “benefactores” que en sus manos se encontraba el instrumental que debía utilizar en la operación, y que, además, ¡éste tenía un costo aproximado de cuatrocientos mil dólares! Su valor, en realidad, era muy relativo, ya que eran irreemplazables: él mismo los había inventado, después de años de arduo trabajo… Al escuchar esto, el Rab reflexionó en voz alta: “Usted vino hasta aquí para operar a mi alumno, ¿y dónde fue encontrada su instrumental? En el taxi donde viajaba su compañero para recaudar el dinero necesario a fin de solventar sus gastos. ¿Acaso no habla esto de una impresionante Supervisión Divina? ¿Sabía usted que, para pagar sus honorarios, una mujer vendió su casa, y ella y sus hijos se quedaron sin techo?”. El doctor Raitz lo escuchó en silencio, con aire pensativo y, después de unos segundos, dijo: “He decidido que no cobraré honorarios por esta operación”. Todos se quedaron boquiabiertos. ¡No podían creer que el doctor renunciara a ciento treinta mil dólares! Era un sueño… El joven entró a la sala de cirugía mientras muchos corazones afuera palpitaban y rompían el Cielo con sus oraciones. Al día siguiente, se enteraron de que la operación había sido todo un éxito. ¡Las expectativas eran excelentes!
La abnegada hermana del joven entregó su casa al comprador, como habían convenido… Comenzaron a buscar casa. Entonces, dijo a su esposo: “¿Por qué no buscamos en Yerushaláim? Toda mi vida soñé con vivir allí…”. “¿Yerushaláim?”, rió su esposo. “¿Acaso tienes idea de los precios que se manejan allá?”. La mujer insistió y comenzó la búsqueda… Encontraron una casa donde colgaba un cartel de venta, y subieron a pedir informes. La dueña de la casa los atendió amablemente y les mostró el amplio departamento. Preguntaron por el costo del inmueble y la mujer les ofreció una tarjeta; les pidió que llamaran a su esposo para que arreglaran el precio. El hombre se encontraba cerca del lugar y les pidió que lo esperaran unos momentos para negociarlo personalmente. El hombre arribó y les pidió trescientos diez mil dólares por la propiedad. La mujer le dijo, avergonzada: “Es que sólo cuento con ciento treinta mil dólares”. “Entonces, ¿para qué me llamaron? Pensé que se trataba de una compradora seria”, se enojó el dueño de casa. “Permítame explicarle”, se disculpó la señora; “yo tenía una vivienda y la vendí para que mi hermano pudiera ser operado. Pero, milagrosamente, el dinero nos fue restituido, y quisiera encontrar un departamento en Yerushaláim, como siempre he deseado.”
“¿Cómo dijo? ¿La operación de tu hermano? ¿Acaso tú eres la hermana de…?” “¿A qué se refiere?”, preguntó ella desconcertada. Entonces él les relató el incidente del maletín y todas las cosas comenzaron a embonar como las piezas de un enorme rompecabezas. Inmediatamente el hombre llamó al director de la Yeshibá para relatarle lo sucedido y le preguntó: “Puse en venta mi casa, porque heredé de mi madre una propiedad, en un lugar apacible. En realidad esta casa ya es grande para nosotros. Decidí vender mi propiedad en ciento treinta mil dólares. ¿Hay algún impedimento para ello?”. El Rab le respondió: “Espera hasta mañana. Iremos a ver al Rab David Abujatzira, y le preguntaremos qué hacer”.
Al día siguiente viajaron a Naharia y plantearon su pregunta a Rab David, quien les respondió: “Vende tu departamento a la señora, y por ello tendrán larga vida”.
Y así fue…. ©Musarito semanal
“Así como Él es piadoso, también tú debes serlo;
así como Él es clemente, también tú debes serlo.”[3]
[1] Rashí.
[2] Amarás a tú prójimo, pág. 467, Rab Zelig Pliskin.
[3] Rabí Menajem Mendel de Kotzk.
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