Honrar y respetar a los jajamim

 

 

 

“A Hashem temerás, a Él servirás y a Él te apegarás”. 10:20”.

 

 

En el versículo de referencia encontramos que la Torá utiliza la preposición hebrea “et” que significa “A” y viene para agregar algo a lo que ya sabemos. En la época del Talmud había un Rab llamado Rabí Shimón Haamsoní, él se dedicó a explicar cada una de las “et” que figuran en la Torá. Cuando llegó al versículo que dice “A Hashem temerás” se detuvo, no podía entender a quién podría referirse, ¿acaso hay alguien además de Hashem? Vino Rabí Akiva y le explicó que se refiere a que así como debemos temer, honrar y respetar a Hashem, de la misma forma debemos temer honrar y respetar a los Jajamim, pues son ellos los que nos guían en el camino de la Torá.[1] Quiere decir que quién escucha lo que dice un Talmid Jajam, es como si escuchara la voz de Hashem. Por lo tanto, el trato que debemos tener con ellos no es el mismo que con cualquier persona, aunque externamente parezcan iguales, no es así, porque la Torá que lleva dentro, convierte su cuerpo en un tesoro de sabiduría y se considera como un Séfer Torá que camina.[2] ¡Qué necios son aquellos que se paran en honor al Séfer Torá y no se ponen de pie por los Talmidé Jajamim![3] Cierta vez estaba el Gaón Rabí Jaim Ozer Grodzinski sentado en un lugar, y al ver entrar al Gaón Rabí Jaim Schmulevitz, se puso completamente de pie, uno de los Rabanim presentes le preguntó: ¿por qué se levantó por una persona que es mucho menor que usted? el Gaón le respondió: "Cuando todos los libros de la biblioteca de la Yeshibá están pasando delante de mí, no crees que debo ponerme de pie...".[4]

 

Continúa el versículo diciendo: “A Él te apegarás”, ¿acaso puede uno apegarse con la Shejiná misma? Contestan los Jajamim que se refiere a los Talmidé Jajamim.[5] Un Séfer Torá contiene el mensaje Divino, y la persona fue creada para adquirir la sabiduría de la Torá, ya que por medio de ella la persona llega a conocer a su Creador. Por lo tanto, es digno que la gente rinda honores a quien la consiguió.[6] El mérito que permite que el pueblo de Israel se mantenga fiel a la Torá, es por escuchar a sus sabios, aprender de sus hechos y respetarlos". Es por esto que faltar a la honra de cualquiera de ellos se considera una falta muy seria ya que la subsistencia del pueblo de Israel depende del respeto a los Jajamim.[7]

 

A pesar de su importante puesto y el pesado trabajo que recaía sobre los hombros del Gaón Rabí Abraham Antebi, él mismo iba los viernes y víspera de fiestas al mercado para hacer las compras. En víspera de la fiesta de Shabuot, Rabí Abraham madrugó según su costumbre, se puso el Tefilín y vistió su Talet. Se dirigió al Bet Hakenéset, besó la Mezuzá e ingresó a la sinagoga. Siempre Rabí Abraham intentaba ser uno de los primeros miembros del Minián. Cuando se completó el Minián, comenzó el oficiante a decir: “Yehudá ben Temá decía: `Sé fuerte como un tigre para cumplir con la voluntad de tu Padre Celestial; el destino del insolente es heredar el infierno, del vergonzoso heredar el paraíso´.[8] Al finalizar las oraciones, impartió el Rabino su clase sobre la página diaria de Talmud. Una vez concluida, salió al mercado a comprar lo necesario para celebrar Shabuot. Al llegar se encontró con un grupo de bandidos conducidos por un matón judío de nombre Abu Shajud Mustafá. El Rabino, al escuchar las indecentes y obscenas palabras en las cuales estaba ocupada la banda, se estremeció y no pudo contenerse. Se dirigió al jefe de la banda y con severas palabras le dijo: “¿Cómo no te avergüenzas de las palabras que pronunciaste? ¡Cada que las dices, estas impurificando tu alma!”. El bandido, que en un principio no había advertido la figura del Rabino, quedó absorto y no supo qué contestar. Los compañeros del bribón se miraron atónitos, pensaron que no existiría alguien que se atreviera a hablar de esa forma a aquel que los conducía con mano de hierro. El jefe del grupo sintió que si no hacía algo perdería su posición ante los ojos de sus camaradas.

 

Entonces, el bribón planeó atacar al rabino recién saliera del mercado. Rabí Abraham pasó por el lugar intentó acuchillarlo.

 

En el mismo momento que levantó la mano para atacar al Rabino, la mano se detuvo en el aire y no pudo moverla. Procuró mover el brazo, pero todos los intentos fueron vanos. Se retorcía de dolor y no pudo encontrar alivio a su sufrimiento.

 

A causa de sus fuertes dolores y la paralización completa de su brazo, fue a ver a todos los médicos y curanderos sin obtener ningún resultado. Finalmente no tuvo otra alternativa y se dirigió a la casa del rabino y pedir su perdón; quizás así aceptara rezar a Hashem para que lo curara.

 

  Llegó a la casa de Rabí Abraham, sumiso y avergonzado. Al ver al Rabino se prosternó a sus piernas y con lágrimas sobre sus mejillas pidió perdón al Rabino por haber intentado atacarlo. “¿Acaso piensas que tú puedes decidir acerca de mi vida?”, volvió a reprenderlo Rabí Abraham. En lugar de respuesta, se escuchó el llanto y los suspiros del hombre. Viendo Rabí Abraham que el arrepentimiento del hombre provenía de lo más hondo del corazón, se acercó a él, le bajó delicadamente la mano y todo volvió a la normalidad. Inmediatamente le dijo al bribón: “Salga tu pecado, sea perdonado”. Lo siguió reprendiendo por el pasado y le mostró cómo debía conducirse de ahí en adelante.  El hombre avergonzado y con la cabeza inclinada, prometió cambiar el curso de su vida. “Bendígame, Rabino”, pidió humildemente al despedirse.  Colocando el rabino sus dos manos sobre su cabeza, le dijo: “Te bendiga Hashem y te proteja... y que te dé paz” y se despidieron amistosamente. Un testigo (Rabí Yosef Yedid Haleví) contó que vio con sus propios ojos a este hombre estudiando Torá, en una Yeshibá de la ciudad santa de Sefad. El personaje de la historia le mostró la mano doblada parcialmente y le contó la historia de lo acontecido con Rabí Abraham Antebi, en los días de su juventud. Agregó que la bendición del Rabino se cumplió, llegando a hacer Teshubá por completo y gozó de llegar a una feliz vejez. Cada fiesta de Shabuot, el hombre fijó la costumbre de contar su cuento en público para concientizar a la gente a saber honrar y respetar sinceramente a los Jajamim.[9]©Musarito semanal

 

“Es mayor el servicio a los Jajamim que el propio estudio, porque así verá con sus propios ojos y escuchará cuál es el camino correcto, pues aun si la persona viviese miles de años, no podrá estudiar todos los libros para conocer lo que Hashem pide de nosotros”.[10]

 

 

 

 

 

[1] Mishlé Yaacob, Ékeb

 

[2] Lakájat Musar 206

 

[3] Makot 22b

 

[4] Shimush Jajamim 84

 

[5] Ketubot 111b, ver también Pesajim 82b

 

[6] Séfer Hjinuj, 257

 

[7] Rambam Hiljot Deot 6:2

 

[8] Pirké Abot 5:20

 

[9] Maasé Shehayá; pág. 138

 

[10] Berajot 7b

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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