Que mi lección gotee como la lluvia
“Goteará como la lluvia mi lección” (32:2).
Moshé advierte a Am Israel: “Ustedes saben que mañana moriré. Pondré como testigos al Cielo y a la Tierra de que ustedes aceptaron el pacto con Dios de cumplir la Torá”. Moshé escogió al Cielo y la Tierra como testigos porque ellos perdurarán para siempre. Si el pueblo cumple con el pacto, la recompensa será entregada por medio de ellos: La viña dará su fruto y la tierra dará su producto, y los Cielos darán su rocío.[1] Y si no son meritorios: Él retendrá los Cielos y no habrá lluvia, y el suelo no rendirá su producto. Moshé continúa diciendo: Goteará como la lluvia mi lección. Quiere decir que “La Torá que yo entregué a Israel es vida para el mundo, así como la lluvia es vida para todo lo existente”.
Rabí Yojanán decía: “Tres llaves se encuentran en manos de Dios y no fueron entregadas a emisario alguno: la de la lluvia, la de dar a luz y la de la resurrección de los muertos.[2] La lluvia es más significativa que la resurrección, pues esta última afecta sólo al hombre, en tanto que la primera repercute tanto en los hombres como en los animales. La resurrección de los fallecidos está destinada a Israel, pero la lluvia es para Israel y las naciones del mundo.[3]
Hashem dice: Muchas gotas de lluvia he creado en las nubes, y cada una de ellas la he formado distinta, porque si dos gotas cualesquiera fueran iguales arruinarían la tierra, y ésta no daría sus frutos.[4]
Las palabras de la Torá son como lluvia. Así como la lluvia cuando cae aparentemente no deja ninguna huella en la naturaleza; sólo después de que el sol brilla sobre la tierra vemos los resultados de ella. Así también son las palabras de la Torá. Aunque en el momento de escucharlas aparentemente no sentimos el efecto de su influencia, al paso del tiempo nos percatamos de sus efectos.[5]
En el tiempo en que el Bet HaMikdash estaba en pie, todo Am Israel subía en Pésaj, Shabuot y Sucot a Yerushaláim. En el camino había varios pozos de agua que abastecían a los viajeros. Sucedió que cierto año los pozos se encontraban vacíos. ¿Cómo hacer un viaje tan largo sin la seguridad de tener agua? En esa época había un hombre que era muy rico. Su nombre era Nakdimón Ben Gurión, quien se percató de la problemática y fue con un gentil que poseía doce depósitos de agua, y le dijo: “Tú tienes agua en tus cisternas. Préstamelos por determinado tiempo; al cabo del mismo te devolveré el agua que consuman los viajeros. Y si no llueve en ese periodo de tiempo, te pagaré doce lingotes de plata”. La noticia llegó a los peregrinos y con alegría subieron a Yerushaláim. El tiempo transcurría y las nubes no aparecían. Llegó el día en que vencía el plazo y por la mañana el gentil fue a exigir el pago. Nakdimón le dijo: “Todavía tengo tiempo”. Al mediodía se le exigió el pago y la respuesta fue la misma. Llegó la tarde y no se veía ni rastro de nubes. El gentil se burlaba de Nakdimón diciendo: “¿Dónde están tus nubes? ¡Págame de una vez! ¿Acaso piensas que va a llover?”. Nakdimón Ben Gurión entró al Bet HaMikdash. Rezó al Todopoderoso y dijo: “Tú sabes que no lo hice por mi honor ni el de mis padres, sino para que la gente venga a Yerushaláim en las fiestas”. Inmediatamente el cielo se cubrió de nubes y una lluvia intensa cayó, y los depósitos de agua se llenaron y desbordaron. Se encontraron nuevamente Nakdimón y el dueño de los pozos. Le dijo Nakdimón: “Ahora tú me debes, ya que los depósitos tienen más agua que antes”. El gentil le respondió: “Yo sé que tu Dios hizo esto por ti, pero igual tendrás que pagarme. El sol ya se ocultó y el agua cayó después del plazo convenido”. Nakdimón entró de nuevo al Bet HaMikdash, se envolvió con su talit y rogó al Todopoderoso, y dijo: “Tal como me has hecho un milagro antes, hazme otro ahora”. En ese momento se dispersaron las nubes y el sol brilló nuevamente.[6]
Esta historia nos muestra que debemos mantener la fe en el Creador hasta el último momento. Nunca hay que desesperarnos. Hashem siempre mantiene la puerta abierta para escuchar nuestros problemas. Si todo lo hacemos para cumplir con Su voluntad, siempre escuchará nuestras plegarias.
El sol de verano resplandecía despiadadamente. Un montón de cultivos frescos comenzaban a marchitarse y manadas de animales buscaban en vano saciar su sed. Desesperados, un grupo de campesinos se reunieron en la sinagoga para implorar por la lluvia. Luego de escuchar las apasionadas plegarias, un niño preguntó a su padre si los hombres verdaderamente esperaban la lluvia. “Desde luego”, respondió su padre; “de lo contrario no estaríamos aquí.” El niño seguía mirando a los adultos que rezaban a su alrededor y dijo a su padre: “¿Puedo hacerte una pregunta?”. El hombre puso su dedo en su rollo para no perder el lugar de su lectura y respondió al niño: “Dime, hijito. ¿Cuál es tu pregunta?”. Entonces le dijo el niño: “¿Por qué nadie trajo un paraguas…?”.
Muchas veces equivocadamente esperamos la solución a nuestros problemas pensando que vendrá de alguna persona o de nuestra propia fuerza; más aún si se trata de nuestros logros o aciertos, y nos olvidamos de Quién es el que escucha nuestras peticiones y cubre todas nuestras necesidades. Por eso en ocasiones Hashem debe retener las lluvias, que es algo vital para el ser humano. A veces nos pone a prueba para ver qué tanto confiamos en Él, qué tan bien aceptamos sus preceptos y confiamos en que Él va a cubrir todas nuestras necesidades, y que nada depende de nosotros. ©Musarito semanal
“El Eterno abrirá Su tesoro, los Cielos, para dar las lluvias de la tierra en su tiempo.”[7]
[1] Zejariá 8:12.
[2] Taanit 2b.
[3] Bereshit Rabá 13.
[4] Babá Batrá 16a.
[5] Rabí Bunim de Pashisja.
[6] Taanit 19b.
[7] Debarim 28:12.
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