La prueba de la riqueza

 

“Pero Yeshurún engordó y pateó… se cubrió (con grasa); abandonó al Dios que lo había hecho, y deshonró a la Roca de su salvación” (32:15).

 

 

Moshé continuó reprochando al pueblo. Los previno sobre el peligro que conlleva la bonanza material y el crecimiento económico. La prueba de la riqueza es una de las más difíciles de superar. Generalmente provoca relajamiento espiritual y moral. Hashem en ocasiones pone a prueba a la persona para ver si vence sentimientos como la envidia, la mezquindad y el enojo a fin de vivir pacíficamente con los demás. Nuestras pruebas más grandes en la vida provienen de nuestro prójimo y, por consiguiente, sirven como nuestras oportunidades más grandes para obtener la riqueza espiritual.[1]

 

Cierta vez hubo un famoso domador de leones, cuya capacidad para controlar a los feroces felinos era conocida en toda la comarca. Un joven trabajaba con él y le ayudaba, tanto en el cuidado de los animales como en el acto mismo en el escenario. Ambos recorrían el país y su fama y riqueza crecían. Pero el joven asistente dejó que el éxito “se le subiera a la cabeza”.

 

Cierto día, después de la función, informó vanidosamente al domador de leones que ésa había sido su última aparición juntos. Después de todo, él conocía todos los trucos del oficio y ahora era tan rico y famoso como el domador mismo. En consecuencia, decidió que ya no necesitaba la guía de su maestro y convenció al propietario de otro circo para que le permitiera tener su propio acto. Y se fue arrogante, sin agradecer al domador por sus enseñanzas a lo largo de tantos años.

 

Pronto llegó el momento de que el joven hiciera su debut. En su publicidad no mencionó, siquiera, el nombre del maestro, pues ahora él era la estrella. Ya no necesitaba hacer el acto como quería su maestro. Ahora era libre de manejar el espectáculo a su manera y todos los aplausos serían sólo para él, sin necesidad de compartirlos con nadie.

 

Y así ingresó en la pista con toda la seguridad del mundo. Lo que él no advirtió fue que su maestro poseía un don natural para controlar a los leones, que le temían instintivamente, pero que esta cualidad no se transfirió al joven asistente. Cuando los leones lo vieron entrar chasqueando el látigo sobre ellos, el ruido del fustazo no consiguió intimidarlos: se lanzaron contra él y lo malhirieron. El circo entero se convirtió en un verdadero caos; unos corrían despavoridos, otros gritaban. En ese preciso momento apareció el propio domador, que estaba observando entre la multitud; se abrió paso entre la gente, saltó al escenario y controló a las fieras, que se retiraron asustadas, y logró así salvar a duras penas la vida de su joven discípulo.[2]

 

Cuando el yehudí se torna materialmente exitoso, y en lugar de agradecer y comprometerse más con Él, que se encargó de que la fortuna llegara a sus manos, se vuelve soberbio, el dinero ciega sus ojos, se siente seguro con su riqueza al grado que siente que ya no necesita confiar en la misericordia y la bondad de Hashem. A esto se refiere el versículo cuando dice que se cubrió de grasa. Hashem nos advierte: “¡Cuidado! No cometas esta equivocación”. Si lo hacemos, Hashem mismo se encarga de traernos a la realidad. ¿Cuántas veces, a lo largo de la historia, la humanidad ha sido testigo de cómo incalculables riquezas y bienes se esfuman en segundos? ¿Cuántos imperios hemos visto derrumbarse y convertirse en nada? Y cuando esto sucede, ¿quién queda a salvo de las crisis financieras? ¿Cuántas veces el ser humano pensó que todo se arreglaba con dinero?

 

Hashem es el dueño de todo. Él creó el mundo y nos puso en él. Él es quien provee todas nuestras necesidades. Lo único que nos corresponde a nosotros hacer es reconocer Su providencia. Debemos estar conscientes en todas nuestras ocupaciones que Él domina, supervisa y reina absolutamente sobre todo lo creado. En ocasiones escoge a una persona para ver si es lo suficientemente confiable para manejar “sus bienes”. Dijo David HaMélej: Tú diste a los que Te temen un estandarte para elevarse.[3] La palabra nes (“prueba”) es la misma que se usa para “estandarte”. Esto nos enseña que, tal como un estandarte por lo general es alzado para mostrar su belleza, cuando Hashem pone pruebas a una persona el propósito es elevarla a una posición más elevada. Por eso, cuando la persona pasa las pruebas sube un peldaño más y se enaltece espiritual y —en nuestro caso— también materialmente. La prueba de la riqueza es de las más difíciles de pasar, pero si el yehudí logra superar el desafío, tendrá el privilegio de manejar las finanzas del Creador en este mundo, y su retribución será depositada en la cuenta del otro mundo. Aquí solamente cobra los gastos de representación. Aquel que consigue este preciado puesto, vivirá con plenitud y nunca le faltará nada. ©Musarito semanal

 

“¿Acaso se vanagloria el hacha sobre el que corta con ella? ¿Acaso se engrandece la sierra sobre quien la mueve?”[4]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sing You Righteous, pág. 331, Rab Avigdor Miller.

 

[2] Lilmod Ulelamed, pág.260, Rab Mordejai Katz.

 

[3] Tehilim 60:6.

 

[4] Yeshayá 10:15.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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