LAS PRUEBAS DE LA VIDA
“Y fueron los años de Sará Cien años y veinte años y siete años, los años de la vida de Sará” 23:1
Abraham llegaba de Har HaMoría, acababa de sobreponerse a la más difícil de todas las pruebas de su vida. Llegó a su casa entusiasmado y presto a relatar a Sará, el temple y el alto nivel de elevación que había mostrado su hijo Yitzjak, al estar dispuesto a entregar su vida para cumplir la voluntad de Hashem. ¿Con qué se encontró? Con que Sará había fallecido. Está escrito en el Midrash que ella murió por la angustia y dolor que le causó el Satán al informarle que su marido había sacrificado a su único hijo, del dolor cayó y falleció.[1]
Abraham pensó que la prueba de la Akedá sería la última,[2] no obstante, ni bien regresó a su casa recibió otra difícil prueba al encontrar que su esposa Sará había fallecido repentinamente, sin haberle precedido ancianidad o enfermedad. Abraham no dudó de las acciones de Hashem, y aceptó lo sucedido con amor. Fue a hacer duelo por ella y llorarla. Si observamos la escritura en el Séfer Torá, encontraremos que la letra caf está más chica que las demás. Para enseñarnos que enseguida se dedicó con diligencia a cumplir con las Mitzvot correspondientes al entierro, la honra fúnebre y al llanto del duelo, sin cuestionamientos que pudieran mermar su confianza en el Creador.
Nuestro patriarca nos legó una valiosa enseñanza, nos mostró cómo debemos encarar los desafíos de la vida: Todo depende del enfoque que la persona le dé a la prueba que tiene que pasar. La forma de superar cualquier desafío es, achicando y disminuyendo la prueba, dándole su justa dimensión.[3]
Todo lo que nos sucede en este mundo, lo bueno y lo malo, son pruebas…[4] Son pruebas hechas a la medida, diseñadas teniendo en cuenta nuestras necesidades únicas, de modo que podamos descubrir y cumplir con el propósito elevado para el cual Hashem nos creó. Según vamos creciendo en la vida, vamos reflejando la autenticidad de nuestro compromiso, la profundidad de nuestra fe y la medida de nuestro carácter. Conforme reforzamos la capacidad y el potencial que tenemos para aguantar y resistir las situaciones difíciles, obtendremos también la fortaleza para defendernos del instinto maligno.
Otro motivo es que la base del judaísmo es la creencia de que no hay coincidencias en el mundo. Cada detalle que ocurre en la vida del hombre suceden con exacta precisión de lo que cada quien merece y en la medida y la resistencia justa de quien las está soportando. Si de antemano Él sabe si las va a pasar o no, ¿para que las manda? Porque al pasar el desafío, la persona santifica Su Santo Nombre provocando que otros refuercen su Emuná también.
Otro motivo es para que al pasar la experiencia la persona purifica y prepara su alma para recibir el pago en el Mundo Venidero.
Un joven esperaba el autobús en una gélida noche de invierno, llovía a cántaros, no tenía abrigo y se estaba congelando. Proveniente de una familia llegada a Israel desde Rusia. A cada miembro de la familia, el gobierno le había asignado un subsidio menor a los cien dólares mensuales ¡quién podía pensar en comprar un abrigo! El fuerte viento soplaba y el autobús no arribaba, tiritaba de frío, estaba empapado más no podía irse a atajar a otro por temor a perder el último autobús, el frío calaba sus huesos y se sentía la persona más miserable y sufrida del mundo. De repente, un auto se detiene frente a él, era un Volvo de color blanco brillante. En el asiento del conductor venía sentado un joven de su edad. El chico no tenía ninguna prisa por salir. Una agradable música salía de los altavoces del audio, encendió un cigarrillo, se recostó en el asiento y se quedó disfrutando con placer las gotas de lluvia que bailaban en el parabrisas del auto. El joven de afuera lo miraba temblando de frío y de coraje, lo veía disfrutando del clima en su coche de lujo mientras que él, completamente mojado, tenía que soportar la helada y la llegada del autobús. “¿Qué he hecho mal en la vida para merecer este sufrimiento?”, se preguntaba “¿Dónde está la justicia Divina? ¿Por qué la gente buena sufre, mientras que la gente mala goza?”. Miraba al joven instalado cómodamente en su sillón acolchado, fumando tranquilamente…, y continuó llorando y cuestionando al Creador: “¡Qué ha hecho él más que yo en la vida! ¿Por qué no hay igualdad entre los seres humanos? ¿Por qué hay tanta diferencia en el mundo? Yo no tengo ni siquiera un abrigo para cubrirme del frío y de la lluvia…
El joven seguía llorando desde lo más recóndito de su corazón contra el cielo nublado y oscuro; la lluvia torrencial lavo su cara, el joven del Volvo, apagó su cigarrillo suavemente, apagó el radio y abrió la puerta para salir. En eso el joven de afuera observa con asombro que aquel que se bajaba del suntuoso auto ¡No tenía piernas! Tomó del asiento su silla de ruedas plegable. El otro, atónito y avergonzado, superó la culpa y corrió hacia él. El chico lisiado le dijo: “¡Muchas gracias, estoy bien, puedo manejarla!”. El Joven insistió en ayudarlo, cerró la puerta y comenzó a empujar la silla de ruedas hacia la casa más cercana. En el camino, el minusválido le relató que había perdido sus piernas en un incendio, mientras conducía un tanque que había sido alcanzado por un misil en la guerra de Yom Kipur: “¡Fue un milagro que haya salido con vida! Mis piernas se quemaron por completo; por lo tanto los médicos decidieron cortarlas, y el estado de Israel, como compensación, me dio un Volvo”. El joven que empujaba la silla recordaba con vergüenza los pensamientos que lo agobiaban unos minutos antes “¿Qué he hecho en la vida para merecer todo lo que ahora poseo?” Se despidió cortésmente del minusválido; seguía lloviendo, más el ya no sentía ni el frío ni las gotas que resbalaban por su rostro, mientras regresaba hacia la parada del autobús cavilaba: “¿Cómo dude de mi Creador? El mundo es similar a la puerta del auto, en la parte superior todo es transparente y visible, mientras que en la parte inferior todo está completamente oculto…
En la vida cotidiana, cuando sucede algo inusual, la gente acostumbra a conceptuar sólo a partir de lo que sus ojos ven, sin esperar a poder verlo todo de manera completa. Se atreven a emitir su opinión juzgando: “Esto es ecuánime, esto no es equitativo…”. En realidad la captación del ser humano, respecto a lo que sucede es ultra limitada. Dijo el rey David: las leyes de Hashem son verdad, se justifican todas juntas.[5] Nadie conoce el motivo por el cual llegó a este mundo, en un lugar, con un entorno y en una fecha determinada. En ocasiones, cuando el alma sube al Tribunal Celestial a rendir cuentas, se encuentra con que hay errores que debe reparar, entonces el alma implora que se le dé una nueva oportunidad y para no cometer los mismos errores pide que no lo envíen como rico sino como pobre, no como sano sino con alguna enfermedad o deficiencia. Por eso dijo el rey David: ¿Cuándo las leyes de Hashem son verdad? Cuando se justifican juntas. Quiere decir que sólo cuando vemos todos los sucesos de la vida anterior, entonces podemos entender que todo lo que Hashem hace es verdad, justo y para nuestro bien.[6] El único y real sentido de nuestra existencia es alcanzar la fe absoluta, sabiendo y sintiendo con total seguridad que todo lo que Hashem hace es para nuestro bien.[7] Una persona que vive con esta ideología, su existencia será placentera. No hay lugar para la angustia todas las cosas vanas de este mundo no merecen ni siquiera un suspiro de preocupación.[8] Todo aquel que vive así, nunca se enojará ni deprimirá, vivirá pleno y seguro.©Musarito semanal
“Cuando pases por una prueba difícil y te preguntes dónde está Hashem, recuerda que el maestro siempre está en silencio durante el examen…”.
[1] Bereshit Rabá 58:5
[2] Ver Midrash Bemidbar Rabá 17:2
[3] Rab Yerujam de la Yeshiba de Mir
[4] Mesilat Yesharim; Rab Jaim Luzzato
[5] Tehilim 19:10
[6] ¡Al Tzadik que le va bien!; Rab Itzjak Abud
[7] Berajot 60b
[8] El Admur de Kotzk
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