Nunca mucho costó poco: EL Entusiasmo
“En este día el Eterno te ordena llevar a cabo estos estatutos y estas leyes; los guardarás y los cumplirás con todo tu corazón y toda tu alma” (26:16).
Hashem exhorta a Am Israel a cumplir con las mitzvot día a día, como si fueran nuevas ante sus ojos, como si hoy se nos hubiera ordenado respecto a ellas.[1]
Cierto día, Rab Jaim Shmuelevitz relató a sus alumnos lo siguiente: “Se encontraban tres amigos comiendo en una mesa. Discutían acerca de las cualidades de los Jajamim del tiempo del Talmud. Uno de los jóvenes quedó sumamente asombrado después de escuchar los logros que había alcanzado uno de los Rabanim mediante su constancia en el estudio de la Torá. No terminó de comer y corrió directamente al Bet HaMidrash donde, inspirado por las historias que había escuchado, comenzó a estudiar con mucho empeño y perseverancia. Durante un año entero, el joven se rehusó a hablar de cualquier cosa que no fuera Torá. Con el tiempo, este muchacho se convirtió en uno de los líderes de su generación”. Después de escuchar la ejemplar historia, uno de los alumnos del Rab Shmuelevitz preguntó: “En verdad, la historia que relató es asombrosa. ¡Pero el joven que corrió hacia el Bet Midrash olvidó decir Birkat HaMazón (bendición después de la comida)!”.
Rab Jaim sonrió ante la pregunta, inclinó la cabeza y le respondió: “Tienes razón. No recitó el Birkat HaMazón en el lugar donde comió. Pero si él se hubiera detenido y preparado para estudiar después de esa inspiradora comida, quizá nunca habría regresado al Bet HaMidrash con el mismo ímpetu y entusiasmo….”.
Generalmente comenzamos los proyectos con mucho entusiasmo. Conforme pasa el tiempo, el ardor inicial va enfriándose y, sin percatarnos siquiera, realizamos nuestras obligaciones más por hábito que por devoción. Al igual que el trabajo y el cumplimiento de las mitzvot nunca terminan, el entusiasmo nunca debe bajar de intensidad. Hay que cumplir cada mitzvá como lo hicimos la primera vez. Ese entusiasmo es el condimento que da gusto y valor a las mitzvot que hacemos. No debemos permitir que nos atrape la telaraña del costumbrismo. No hagamos las cosas mecánicamente, sin ningún tipo de sentimiento, pues esto no es lo que Hashem espera de nosotros.
¿Cómo podemos mantener encendido el ímpetu de la primera vez?
He aquí algunas recomendaciones: cada acto que realicemos en la vida debe estar acompañado de un propósito. La persona vino a este mundo a cumplir la voluntad del Creador y ésta ha de ser el motor que nos impulse para realizar cualquier acción. Hay gente que utiliza sus aptitudes y recursos para obtener banalidades. ¡Pobre de aquel que se percata del error cuando ya es tarde! Nadie ha logrado llevar sus bienes materiales al otro Mundo…
Un hombre fue sentenciado a veinticinco años de trabajos forzados. Sus manos estaban encadenadas a la manija de una gran rueda que estaba fija a una pared; diariamente tenía que hacer girar la pesada rueda durante varias horas. Frecuentemente se preguntaba cuál sería el propósito de su esfuerzo. Tal vez se trataba de un molino de trigo. Cuando terminó su sentencia, le fueron retirados los grilletes que lo aprisionaban. Lo primero que hizo el hombre fue ir de inmediato al cuarto contiguo, para responder a la pregunta que lo atormentó durante tanto tiempo. Para su horror, ¡no había nada allí! El pobre hombre se desmayó, amargamente desilusionado… Eso va a sentir quien invirtió su valioso tiempo buscando objetos vacíos.
Hay gente que piensa: “¿Para qué cumplir con las mitzvot? Invierto mi tiempo y mi esfuerzo y no veo la ganancia”. La cuestión es que, en este mundo, los momentáneos y fugaces frutos del esfuerzo se dan al momento. En cambio, el valioso pago de una mitzvá se recibe en el Mundo Venidero (también aquí se goza del placer de cumplir, pero esto es sólo “el interés”; el “capital” es asignado allá). La incertidumbre respecto a esto puede causar en algunas personas cierta pesadez al cumplir las mitzvot (esto es parte del plan Divino para que exista el libre albedrío). Cada vez que cumplimos una mitzvá estamos incrementando nuestro patrimonio eterno; es un favor que nos concede Hashem para nuestro bienestar y superación personal. No sólo recibimos un pago por la mitzvá, sino que además recibimos retribución por el esfuerzo invertido en la acción…
Un próspero comerciante casaba a una hija. Buscó el corte de la mejor tela para una ocasión tan especial. Una vez que la encontró, preguntó por el sastre más versado en confección y le dieron la dirección de un afamado artesano que era capaz de transformar una madeja de hilo en una vestimenta digna de un rey. Se dirigió a él de inmediato y le mostró la tela. El sastre tomó las medidas, el cliente escogió el modelo, fijaron el precio y acordaron que el traje estaría listo la semana siguiente. Al otro día el sastre trabajó con entusiasmo. Sabedor el alto valor de la tela, procuró aprovechar cada hilo. Después de varios desvelos, el sastre cosió el último botón. Estaba satisfecho; había creado una prenda digna de un rey. Cansado, se retiró a descansar. Mientras dormía plácidamente, un ratón se introdujo en la habitación y comenzó a roer la suntuosa prenda; mordió y mordió hasta que quedó convertida en un harapo.
Amaneció y el sastre deseó admirar una vez más su obra maestra, cuando… ¡Oh, sorpresa! No podía dar crédito a lo que sus ojos estaban mirando. Pensó que aún dormía y se aplicó un fuerte pellizco, pero éste le confirmó la cruda realidad. Aún no se reponía de su aturdimiento cuando llegó el ansioso cliente. El sastre procuró detallar el esfuerzo invertido en la confección y las largas horas de dedicación; mas cuando llegó al final de la historia, el rostro del comerciante enrojeció mientras que el sastre intentaba explicarle que no era su culpa, y que esperaba que le remunerara el esfuerzo invertido… “¡¿Qué?! Acabas de arruinar una de las mejores telas del mundo, ¿y todavía quieres que te pague por ello? Di que no te demando por el grave daño que me causaste…”. Azotó la puerta tras de sí, profiriendo todo tipo de “bendiciones” al sastre.
Ningún trabajo en este mundo se paga por el esfuerzo invertido. Por ejemplo, dos trabajadores tienen que presentarse a las 7:00 a.m. en su empleo; uno vive a la vuelta del negocio y el otro vive a varios kilómetros de distancia. A ambos les pagan lo mismo, pero el que vive lejos no puede reclamar al patrón que él invierte más esfuerzo para llegar a tiempo y que, por tanto, espera una remuneración mejor que la de su compañero. Aun cuando uno pone cuerpo y alma en el trabajo, si no reditúa alguna utilidad para el contratante, no recibe nada a cambio. Con Hashem funciona diferente. Si ponemos verdaderamente todo nuestro esfuerzo y empeño en el estudio de Torá, y cumplimos con Su voluntad, recibiremos recompensa, aunque no entendamos lo estudiado. Incluso, si por algún percance no conseguimos realizar la mitzvá, sólo por el hecho de tomar la determinación de cumplirla —aunque ni siquiera la hayamos comenzado (recordemos que Hashem conoce perfectamente la intención de la persona)— recibiremos un pago, como si la hubiésemos hecho con todos sus detalles.[2]
El Mesilat Yesharim dice: “La agilidad y los movimientos externos despiertan al sentimiento”. Puede suceder que uno no sienta ganas o interés de cumplir cierta mitzvá, pero si por fuera somos diligentes en hacerla, con el tiempo se despertará esa chispa en nuestro interior y la mitzvá adquirirá un valor especial. Todos y cada uno de los días de nuestra vida debemos esforzarnos para elevar nuestro cumplimiento. No debemos abandonar nuestros intentos cuando todavía somos capaces de realizar un esfuerzo más. Nada termina hasta el momento en que uno deja de intentar. Nunca digas: “Ya hice demasiado”. El trabajo en este mundo termina hasta que el Creador lo decide. Mientras tanto, da siempre lo mejor de ti. Intenta hacer más de lo que esté dentro de tus posibilidades. Mientras más altas sean tus metas, mayor será su alcance. No debes sentarte a esperar que todo suceda milagrosamente. No puedes sentarte en el asiento del acompañante y pretender que Hashem conduzca durante todo el trayecto. Tu deber es sentarte en el asiento del conductor, manejar tu vida con seguridad y confianza. Lo único que Hashem pide de nosotros es que procuremos aplicar la misma energía, el mismo sacrificio, la misma generosidad, el mismo amor, la misma concentración al cumplimiento de las mitzvot, tal como lo hacemos para las cosas mundanas.©Musarito semanal
“Las actitudes determinan las altitudes que alcanzaremos.”
[1] Rashí.
[2] Jafetz Jaim.
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