Un buen juez juzga a su semejante de la misma forma
en que se juzga a sí mismo
“En este día Moshé encomendó al Pueblo…” (27:11).
Moshé ordenó que el día que los yehudim ingresaran a la Tierra de Israel, escucharan una serie de bendiciones y maldiciones. Las Doce Tribus debían ratificar la aceptación de las Leyes del Todopoderoso, ubicándose seis tribus sobre el monte Guerizim, representando las bendiciones, y las otras seis debían ascender al monte Ebal, representando las maldiciones. Los Leviím se ubicarían entre los dos montes y procederían a advertir a quienes cometieran pecados, como los de idolatría, faltar al respeto a los padres, desplazar los límites de separación con el vecino, poner obstáculos al ciego, no actuar con justicia con el extranjero, el huérfano o la viuda; mantener ciertas relaciones prohibidas, herir traicioneramente al prójimo, recibir soborno, no cumplir con los mandamientos de la Torá. Ante cada advertencia, el pueblo debía responder “Amén”. Luego procederían a bendecir, por seguir los caminos del Eterno.
Una de las reprimendas dice: “Maldito el que golpea a su compañero en secreto. Y todo el pueblo responderá, amén”.[1] ¿A qué se refiere esta maldición? El versículo habla respecto a decir maledicencia (lashón hará) del prójimo.[2] El pecado de lashón hará es cuando alguien habla, comenta la forma de ser de otra persona, sobre sus cualidades o sobre sus antepasados, en forma despectiva. Aunque los hechos sean verdaderos, la intención es demostrar alguna conducta o cualidad negativa de tal persona, sin ningún fin positivo. Es diferente cuando se pregunta sobre alguien sin intención de desacreditarlo. Por ejemplo, si se hace con la intención de formalizar una relación comercial o para formar una pareja, no se considera lashón hará. La diferencia reside en el objetivo del relato o de la averiguación. Si es para evitar problemas, puede hacerse; de lo contrario, no.
Rab Moshé Feinstein, z”l, se encontraba atendiendo a una persona que se hospedaba en su casa. Desayunó y comió con él. Al final, cuando sirvieron el café, había en la mesa dos cartones de leche, de dos marcas diferentes. Tomó el Rab uno de los cartones para agregar leche a su café, pero cuando lo alzó, volvió a ponerlo en su lugar. Tomó entonces el otro cartón y agregó leche a su café. El visitante dedujo que, como el Rab alzó el cartón de leche y volvió a dejarlo sobre la mesa, eso quería decir que la leche de esa marca no era tan kasher como la otra, por lo cual decidió contar el hecho a ésos que se cuidan de tomar la mejor leche kasher.
La noticia voló de boca en boca. A partir de entonces nadie compró la leche de esa marca. Los almacenes y hasta los supermercados dejaron de comprarla, lo que provocó casi la quiebra del fabricante. Al averiguar lo que había pasado, el fabricante llamó a Rab Moshé Feinstein: “Rab, ¿la leche que yo hago no es kasher? ¿Hay algún problema del que no me haya enterado?”. El Rab, sorprendido, le dijo: “Que yo sepa, no pasa nada. Yo mismo la tomo todos los días. Si quieres, ven y la verás en mi refrigerador”. “Pero la gente dice que usted tomó mi cartón y lo dejó. ¿Qué pasó?”. En ese momento el Rab comprendió y rió. “Lo que pasó”, le dijo el Rab, “es que cuando quise servirme de tu leche, al alzar el cartón me di cuenta de que ya estaba vacío. Por eso tomé el otro que tenía en la mesa.”[3]
Como podemos ver, el lashón hará genera desastres, perjuicios, divisiones, peleas por doquier. ¡Cuánto debemos de cuidarnos antes de hablar, decir, comentar un hecho; saber las consecuencias que puede provocar! Aquel que vigila su boca cuida su alma; el que abre ampliamente sus labios, esa es su ruina.[4] El que vigila que su boca no se abra antes de obtener el consentimiento del corazón cuida su alma.[5] Es decir, debemos tener absoluto control sobre todo lo que hablamos. Quien cuida su boca para no hablar cosas indebidas, cuida su alma de sufrimientos.[6] Porque muchas veces la palabra es la razón de muchos males. La única manera de salvarnos es quedándonos callados.
Seamos más cuidadosos, más positivos; estudiemos las leyes de lashón hará; sepamos cuándo podemos y cuándo no podemos hablar. Del fruto de la boca de un hombre comerá el bien.[7] Gracias a la recompensa del estudio de la Torá, que es emitido por la boca, el hombre disfrutará del bien en este mundo comiendo el fruto; pero el pago principal es guardado para el Mundo Venidero.[8] Aquel que habla con buenos modales y procura cumplir su palabra, comerá el bien; es decir, será confiable y fiel. Si nos cuidamos de usar la boca para cosas positivas, veremos sólo cosas buenas y puras en nuestra vida, pues de esa misma boca salen los ruegos a Hashem… y todos queremos ser escuchados y aceptados en estos días tan importantes.[9] ©Musarito semanal
“Cuando la persona es chica, aprende a hablar. Cuando crece, aprende a callar. Y esa es la gran desventaja que tiene: aprende a hablar antes de aprender a callar...”[10]
[1] Debarim 27:24.
[2] Rashí.
[3] Torat Haperashá, Rab Aharón Zakay.
[4] Mishlé 13:3.
[5] Rabenu Yoná.
[6] Ibn Ezra.
[7] Mishlé 13:2.
[8] Ver comentario de Rashí al versículo 12:14 de Mishlé.
[9] Revista “Or Torá”, Rab Rafael Freue.
[10] Rabí Najman de Breslov.
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