Salir airosos de las pruebas
“Y dijo Hashem a Abram: Ve para ti” (12:1).
Hashem estaba buscando a un hombre que tuviera las características para ser el inicio de una nación que fuera apta para recibir Sus preceptos. Para fundar las generaciones del Pueblo Judío no bastaba ir de acuerdo con las reglas naturales del mundo. Toda la existencia y el mantenimiento del Pueblo Judío superaban la naturaleza. Por tanto, su fundador requería ser un hombre que tuviera la fe, el temple y el arrojo para superar toda adversidad.
Abraham fue sometido a diez pruebas: los soldados de Nimrod lo encerraron en prisión durante diez años y después lo lanzaron a las llamas ardientes en Ur Kasdim. Recibió la orden de dejar su tierra y, confiando plenamente en Hashem, comenzó a viajar a un destino desconocido. Una vez que se estableció en la tierra que Hashem le había prometido que sería la herencia para él y sus descendientes, sucedió que comenzó la primera hambruna severa de la humanidad, la cual lo obligó a buscar comida en Egipto; apenas llegó y Sará fue llevada al palacio del Faraón para que éste la tomara como esposa. Una vez de regreso, comenzó una guerra entre varios reyes. Los vencedores tomaron cautivo a Lot, sobrino de Abraham, junto con el resto de los pobladores de Sedom. Nuevamente, Abraham no flaqueó; guerreó contra ellos con un puñado de hombres que lo acompañaban y los derrotó. En el pacto de ben HaBetarim, le mostraron que sus descendientes serían esclavizados y oprimidos en una tierra ajena; pero Abraham aceptó a pesar de saber que sus descendientes sufrirían. Hashem le ordenó hacerse el berit milá, no obstante su avanzada edad, y Abraham acató el mandato. Abimélej secuestró a Sará; Abraham expulsó a Hagar y a Ishmael, su hijo, de su casa. En cuanto a la Akedat Itzjak, Abraham luchó toda su vida contra los sacrificios humanos que practicaban los paganos y ahora Hashem le ordenaba hacer lo mismo con su hijo único y querido, Itzjak.[1]
¿Acaso Hashem necesitaba poner a prueba a Abraham a fin de saber si era apto para lograrlo? Él sabe exactamente qué es lo que sucede dentro del corazón de cada persona. Él no necesita “poner a prueba” a los seres humanos. La palabra nisayón (prueba), en realidad expresa “elevar” o “colocar como estandarte o emblema para ser visto”. Cuando Hashem ordena a Moshé fabricar una serpiente de cobre y colocarla sobre un nes (estandarte) fue para que todo aquel que sufriera una picadura de serpiente se curara. Aquí también Hashem decidió mostrar al mundo el amor que sentía Abraham por el Creador.[2] Si no fuera por el ejemplo de Abraham, nuestro Patriarca, no sabríamos que poseemos la fortaleza para soportar las persecuciones, humillaciones, expulsiones y matanzas a las que los gobiernos gentiles nos han sometido. Con sacrificio y abnegación nuestros padres han entregado su vida por conservar su identidad, cuidando hasta el último instante de sus vidas la Torá y las mitzvot de Hashem.
No existe un hombre a quien Hashem no ponga a prueba: al rico con su riqueza y al pobre con su pobreza; al sabio con su sabiduría; al afligido con su desesperación; al comerciante con sus ocupaciones y al artesano con su oficio. Cada día, cada instante y en cada momento, Hashem nos está examinando. El instinto de cada persona redobla fuerzas y se renueva para incitar al hombre a que deje de cumplir o a traspasar alguna mitzvá, tanto en pensamiento como en palabras y en hechos. Se requiere de mucha fortaleza para doblegar al instinto y mantenerse firme en la prueba, alejándose de toda tentación y cumpliendo todo lo bueno, como es debido.[3]
Hashem quiere mostrarnos que tenemos la fuerza, el coraje y el valor para conseguir todo lo que necesitemos en la vida. Las pruebas no son contra el ser humano; son un trampolín que sirve para alcanzar un nivel superior de fe en el Creador. Algunas pruebas suelen ser fáciles y otras pueden llegar a ser más difíciles. El yehudí debe estar siempre bien preparado. El virtuoso se sentirá siempre alegre y nunca triste con lo que el Todopoderoso le ha deparado, porque comprende que todo lo que Él dispone es para el mejor fin de las personas. Pues la palabra del Eterno es recta y toda su obra está hecha con verdad.[4] Es muy fácil tener confianza en la bonanza, donde lo principal es la confianza. Cuando se demuestra la real confianza es en el momento de la prueba.[5]
Rab Aizik MiSlonim estaba buscando marido para su hija. Se trasladó a la ciudad de Volozhin con la esperanza de encontrar a alguien entre los estudiantes de la gran yeshibá que allí funcionaba. Cuando arribó, solicitó que todos los jóvenes se reunieran en el Bet Midrash. Una vez que se encontraban todos en sus lugares, comenzó a impartir una clase en la cual refirió un complicado tema del Talmud. En medio de la disertación, formuló una pregunta de alcances muy profundos. Cuando terminó, anunció que quien consiguiera responder a su cuestionamiento, podría contraer matrimonio con su hija.
Todos los estudiantes se esforzaron en encontrar la respuesta al planteamiento, y cuando se la presentaban al Rab, éste las rechazaba una a una, por incorrectas. Al día siguiente, al no aparecer nadie que hubiera sabido responder, se dispuso a regresar a su ciudad. Cuando la carreta se alejaba de Volozhin, se percató de que estaba siendo perseguido por uno de los estudiantes de la yeshibá. El Rab dio la orden de detenerse, pensando que quizás a último momento alguien había encontrado la respuesta correcta. “A ver”, le dijo el Rab; “¿cuál es la explicación a mi planteamiento?”. El joven respondió con timidez: “No, no la sé. Y por eso estoy aquí. Porque si bien no alcancé el privilegio de ser su yerno, al menos quiero saber cuál es la respuesta a tan interesante pregunta…”. Cuando el Rab escuchó estas palabras, exclamó: “¡Éste sí merece casarse con mi hija!”.[6]
Abraham fue examinado y pasó exitosamente las pruebas. Hashem encontró en él un corazón leal cuyo único interés era conocer la verdad. Cuando vio que su búsqueda era auténtica, entonces decidió entregarle a su hija (la Torá). Abraham, desde pequeño, se dedicó a proclamar el Nombre de Hashem, enseñándoles a servirle. La mayoría entendemos que la Torá es verdad; entonces, ¿por qué en ocasiones nos conducimos conforme a nuestros cálculos personales, o nos dejamos llevar por la gente que nos rodea? Hay una diferencia abismal entre el que sólo tiene fe y aquel que se conduce seguro y con pasos firmes cumpliendo todos los estatutos de la Torá. El instinto maligno nos pone pruebas que en ocasiones son difíciles de pasar. ¡Feliz el hombre que deposita en Hashem su confianza y no va detrás de los arrogantes ni de aquellos que se desvían en pos de la falsedad![7] Por eso Hashem nos indica al comienzo de la Perashá: Ve por ti. “Si buscas la verdad con todo tu corazón, Hashem te conducirá hacia el camino correcto…”©Musarito semanal
“El camino del Eterno es perfecto. La palabra del Eterno es pura.
Él es el escudo de todos los que en Él se refugian.”[8]
[1] Rabenu Obadiá de Bartenura.
[2] Rambán.
[3] Pele Yoetz, Prueba.
[4] Tehilim 33:4.
[5] Jazón Ish.
[6] Darké Musar, Lej Lejá.
[7] Tehilim 40:5.
[8] Tehilim 18:31.
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