¿Crees que estás solo?
“Estas son las travesías de los Hijos de Israel”. 33:1.
En esta Perashá, la Torá resume toda la travesía desde que salieron de Egipto, hasta que estuvieron preparados para entrar a la Tierra Prometida. Moshé registró el nombre de cada estación: en total fueron cuarenta y dos lugares donde acamparon; los primeros catorce, fueron antes de la misión de los espías. En los treinta y ocho años intermedios, hubo veinte recorridos. Durante el cuadragésimo año, después del fallecimiento de Aharón, acamparon en ocho lugares más.[1]
Y escribió Moshé sus travesías según sus partidas por requerimiento de Hashem.[2] Cada vez que Hashem les ordenaba partir, lo hacía porque quería que progresaran hacia la siguiente fase de su plan, es decir, que viajaran hacia el destino que tenía trazado para ellos: Jálame tras de Ti y yo correré,[3] explican los Jajamim que el versículo hace mención a la salida de Egipto. Los Hijos de Israel vieron que Hashem los llevaba hacia un árido y desolado desierto, aun así no titubearon, salieron de prisa sin cuestionar de qué se alimentarían o como sobrevivirían. Y así será con la futura redención, cuando de nuevo Israel se traslade desde el exilio hasta la Tierra que Hashem Prometió. El hecho que millones de almas, hombres, mujeres y niños lograran sobrevivir en un inhóspito desierto carente de agua y vida vegetal durante cuarenta años, demostró la Providencia y Misericordia de Hashem hacia los Hijos de Israel; y al mismo tiempo quedó demostrada la Emuná (fe) y el Bitajón (la confianza) que el Pueblo tenía en Hashem, este hecho quedó grabado en el alma de las futuras generaciones.
El judío se ha establecido en su deambular por todo el mundo, donde ha encontrado excelentes anfitriones. En otras tierras, ha sufrido expulsiones y persecuciones; el mensaje es que el Yehudí siempre debe seguir marchando hacia adelante, cada día y día, superando cada uno de los desafíos, con la plena confianza que sus pasos son dirigidos tanto en forma particular como también pluralmente como miembro de Israel, hasta que la redención definitiva llegue y podamos reunirnos todos juntos en Éretz Israel.
Cuánto más conscientes estemos sobre la conducción y la providencia que Hashem nos da, más lograremos acrecentar el amor y el temor hacia Él. Y está escrito: Amarás a Hashem con todo tu corazón y con toda tu alma.[4] El versículo no condiciona el amarlo solo en tiempos de opulencia y saciedad, también habla en los momentos de necesitad en el que se está atravesando por obstáculos e inconvenientes; también en estos casos y aun a sabiendas que es Él quien está causando los dolores y los problemas… Cuando la persona tiene la certeza que todo lo que sucede es producto del amor que Hashem le tiene y que llegan a su vida solo por su bienestar, no sufrirá, aun a pesar que en ocasiones no lo entienda, como un niño que requiere de una vacuna. La madre lo sostiene con fuerza mientras el doctor inserta en su cuerpo un objeto punzante, en ese momento el niño piensa: “¿Qué le ocurre? Hace unos minutos era tan amorosa, cuidadosa y consiente conmigo, ¿Por qué me lastima…?”. Solamente quien confía en el amor infinito que solo una madre es capaz de prodigar, tendrá la confianza de que todo lo que ella hace es para su bienestar, así también deberá ser la certidumbre, la esperanza firme en que todo lo que Hashem hace es consecuencia del amor eterno que tiene hacia ti. Quien posee esta convicción podrá pasar cualquier problema, inclusive los más difíciles.
El Rab Hashear relató lo siguiente sobre el Rab Menájem Méndel Poterfas, quien estuviera encarcelado por ocho años en una gélida prisión en Siberia. Los pocos que lograron sobrevivir, dijeron que los tormentos y sufrimientos que presenciaron eran terribles. El Rab Poterfas logró mantener fortalecida la Emuná y Bitajón. Al salir le preguntaron: Díganos por favor ¿cómo hizo usted para mantener la cordura en aquel espantoso infierno congelado? Él respondió: “Al principio me costó mucho trabajo, pero fue en uno de los reducidos espacios que nos daban para descansar, sucedió algo que me enseñó a soportar los terribles sufrimientos. Nos encontrábamos sentados en un montículo de nieve y uno de los compañeros de la cuadrilla de trabajo se levantó y dijo: ´¿Alcanzan a ver la cuerda que cuelga entre esas dos pequeñas montañas de hielo? ¿Quieren ustedes presenciar como logro cruzar de un lado al otro por encima de la cuerda sin caerme?´ Al unísono respondimos que no. Algunos le dijeron: ´Parece que el frío ya afectó tu mente…´, le dijeron. Mejor piensa en otra cosa. ¡No queremos verte caer al vacío!´. El hombre no prestó oídos a las advertencias y corrió hacia las montañas, trepó y con mucha habilidad, consiguió cruzar de un lado hacia el otro. Se acercó con la frente en alto y les preguntó: ´¿Vieron cómo lo hice? ¿Les gustaría ver como lo hago de nuevo?´. Unos se voltearon para no responderle, otros muy asustados le pidieron que ya había sido suficiente. El hombre se encaminó de nuevo hacia las montañas y lo hizo de nuevo. Al retornar nos preguntó: ´¿Quieren que lo haga otra vez? Vamos díganme que sí, es más, les mostraré un acto más osado, esta vez cruzaré de un lado al otro, con el vagón que usamos para cargar las pesadas piedras atada a mi cintura, ¿Qué les parece?´. Rabí Mendel relató: ´No sabíamos si ponernos a llorar o a atarlo a un poste para que dejara sus locuras…. El abismo que había entre las dos montañas era muy profundo y el hombre que aparentemente había perdido la razón estaba arriesgando su vida en cada intento que hacía. Para nosotros eso ya era demasiado, sin embargo, por más que le decíamos que no lo hiciera, mostraba más y más su obstinación, parecía que nada le importaba. Tomo la carretilla, la ató a su cintura y mientras nuestros corazones casi se detenían por el miedo de verlo caer, el hombre logró cruzar por encima del abismo con todo y el vagón. Luego nos preguntó: ´¿Quieren que la cruce una vez más?´. Para ese entonces, todos sabíamos que si le decíamos que no, lo haría de todas formas, así que decidimos cambiar la estrategia y le dijimos: ´No nos queda ninguna duda de tu habilidad y valentía, sabemos que no hay nadie mejor que tú para hacer esta proeza, ya no hay ninguna necesidad que lo intentes de nuevo´. Entonces nos preguntó: ´¿Todos ustedes creen que puedo hacerlo?´. Todos lo afirmamos: ´¡Claro, seguro que confiamos en que lo harías, no hay nadie mejor que tú en el mundo!´. Nos retó: ´¡Demuéstrenlo!, que venga uno de ustedes y se siente en la pequeña carretilla para que crucemos juntos el vacío por encima de la cuerda…´. Nos miramos unos a otros como diciendo: ¿Ahora qué le respondemos? Obviamente ninguno de nosotros estaba dispuesto a subirse a la carretilla. ´Ustedes dicen que creen en mí, pero solo lo dicen de dientes hacia afuera, en realidad no confían en mí…´.
Rab Menajem Méndel concluyó: ´Durante todos los siguientes años en la dura estadía en Siberia, me venía a la mente la escena final donde el reo nos preguntaba: ´¿Quién quiere sentarse en el vagón para que lo cruce…?´ y yo me cuestionaba: ¿si fuese Hashem el que me estuviera preguntando ¿quieres sentarte en el vagón para que te cruce? Acaso ¿estaría yo dispuesto a decir que sí? ¿En realidad me sentaría y cruzaría calmadamente mirando hacia el abismo, sabiendo que estoy en las manos más Amorosas y Compasivas del mundo? ¿Me comportaría como lo haría un pequeño bebé en el regazo de su madre? Esto lo repetía en mi mente cada que sentía miedo o que sentía que mi fuerza menguaba, repetía y repetía: ¿Quién me empujó hacia aquí? No me trajo y me abandonó en este lugar, Él mismo está aquí, muy cerca de mí, si es así, no tengo nada de lo cual pueda temer, mantendré la calma y estaré tranquilo… así fue como conseguí sobrevivir al infierno de hielo…[5]
Dice el Salmista: Aun cuando anduviere por valles de tinieblas, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo.[6] Todo ser humano confía en algo, ya sea en su fuerza física, en su inteligencia, en su salud, en su riqueza, etc. Sabe que si le pasa algo, se apoyará en su fortaleza, conocimientos, etc. En realidad, el yehudí tiene que confiar en el Creador. Él hace todo lo bueno para nosotros, entendamos o dejemos de entender,[7] Él nos conducirá hacia la tan anhelada redención. © Musarito semanal
“La redención (Gueulá) depende, en esencia, de la fe (Emuná). Pues la raíz del exilio es simplemente la falta de fe”.[8]
[1] Rashí
[2] Bemidbar 33:2
[3] Shir HaShirim 1:4.
[4] Debarim 6:5.
[5] Relatado por el Rab Binyamín Aharonov.
[6] Tehilim 23:4.
[7] Jobot Halebabot.
[8] Rabí Najman de Bresleb.
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