Quien hizo milagros en aquellos dias en nuestra epoca
“Y el Faraón se quitó la sortija de su mano y la puso en la mano de Yosef”. 41:22
Después que liberaron a Yosef del calabozo, el Faraón tuvo dos sueños extraños y estaba perturbado por ellos; ninguno de sus consejeros lo tranquilizó con sus interpretaciones. Fue entonces que el copero recordó la habilidad del preso hebreo y Yosef consiguió así su libertad; sus interpretaciones y consejos fueron aceptados por el monarca y en consecuencia lo nombró virrey de todo Egipto. El Faraón se quitó su anillo y lo colocó en la mano de Yosef, lo vistió con finas ropas de lino, le colocó un collar de oro en su cuello y le entregó un carruaje en el cual paseó triunfante por la capital egipcia.[1]
Dijo Rabí Shimón ben Gamliel: “Yosef recibió recompensa por cada una de las pruebas superadas: Por haber controlado su deseo y se abstuvo de tocar a la esposa de Potifar le fue otorgado el reinado. Por negarse a escucharla, todo Egipto debía obedecer sus órdenes. Por haber dejado su ropa en manos de ella, fue honrado con atuendos reales. Por bajar su cabeza para no cometer pecado, fue adornado con un collar de oro. Por no tocar algo prohibido, portaba en su dedo el sello real. Por no haber caminado hacia un destino pecaminoso, fue homenajeado en carruaje real. Por haber mantenido sus pensamientos puros, fue proclamado “Abrej”, hombre sabio.[2]
La lección que obtenemos de Yosef es que en esta vida todo tiene causa y efecto. Cuando Hashem recompensa a quienes cumplen con Su Voluntad, no sólo le paga por la acción efectuada, sino que retribuye a cada miembro de su cuerpo que participó en el cumplimiento de la Mitzvá. No hay acto por pequeño o grande que sea que Hashem no lo premie. Y aunque no se vea el pago al momento, la retribución siempre llega; la mayoría de las veces en el momento en que más se necesita….
Estamos en medio de la fiesta de Janucá. El tiempo en el que profundizamos en los motivos y los resultados de la guerra que libraron los Macabim en contra del imperio griego. Ellos quisieron cambiar el judaísmo, los forzaban a sustituir su identidad por una vida de efímera satisfacción material. Lograron en su tiempo arrastrar a mucha gente hacia su ideología llena de ambiciones materiales y placeres mundanos. Pero los Macabim se resistieron, lucharon con gran valor y consiguieron demostrar a sus hermanos que lo más importante en la vida no es el poderío físico o material sino que la fuerza de Israel reside en la confianza que cada uno tiene en la salvación de Hashem.
Ellos encendieron no solamente la llama de la Menorá, el Candelabro que simboliza la Presencia Divina y la luz espiritual; también hicieron enardecer de nuevo los corazones del Am Israel... La cultura griega original, ya no existe. Tampoco existen las demás culturas que vinieron detrás de ellas, todas han pasado a la historia, y ya casi nadie las recuerda, sin embargo, el pueblo de Israel sigue y seguirá vivo mientras la luz de la Torá siga iluminando sus hogares pues Hakadosh Baruj Hu, siempre esta velando y cuidando a Sus hijos, irradiando la luz de Su Sabiduría en todos los lugares donde los judíos se encuentren….
Un Yehudí de Rusia Blanca, temeroso de Hashem, trabajaba con su carreta. Iba de ciudad en ciudad, y compraba mercancías que luego vendía, y así se ganaba la vida modestamente. Era un ferviente Shomer Shabat; siempre trataba de llegar a su casa el viernes temprano. Cuando se veía obligado a pasar Shabat fuera de su casa, llevaba una botella de vino Kasher con él y celebraba solo comiendo lo que podía.
Janucá también era una fecha que festejaba con un profundo sentimiento. Como estaba lejos de su casa y en las ciudades donde trabajaba no había Yehudim, llevaba con él una botella de un refinado aceite de oliva para encender las luminarias cada noche. Cuando oscurecía, hacia un alto en su trabajo; se vestía con ropas de Shabat; tomaba una Janukiyá que tenía en su carreta, y allí preparaba las luminarias de aceite.
Colocaba la Janukiyá sobre una piedra y la encendía. ¡Qué alegría! ¡Qué emoción! Aunque estaba solo, extrañaba a su esposa, cantaba, bailaba, y le pedía a Hashem: “Así como ahora estoy cumpliendo esta Mitzvá de encender las luminarias de Janucá; ¡Que Hashem me permita cumplir la Mitzvá de procrear hijos dignos y virtuosos que iluminen mi hogar!”.
Una vez, la cuarta noche de Janucá lo sorprendió en medio del campo, mientras caía una fría nevada. Llegó el momento de recitar Tefilat Arbit. Detuvo su carreta; se bajó de ella, y comenzó su solitaria ceremonia. Vestido con sus mejores ropas, encendió las luminarias pronunciando la Berajá en voz alta. Luego cantó y bailó, como era su costumbre. Todo iba muy bien hasta que de repente, vio frente a sus ojos a tres delincuentes, con sus rifles apuntándolo: “¡Danos todo el dinero que tienes!”, le gritaron. Luego de dejarlo sin una sola moneda, le dijeron: “Ahora, prepárate para morir…”.
El Yehudí sintió una terrible congoja. Estaba feliz cumpliendo la Mitzvá, y ahora se encontraba en las puertas de la muerte. Recordó a su esposa, y se puso a pensar si algún día se enteraría de lo que pasó con él. En medio de un mar de lágrimas, le pidió a los malvivientes: “Está bien; está bien. Sólo les pido que me concedan unos minutos…”. “¿Unos minutos? ¿Qué quieres hacer?”, le preguntaron: “Quiero hacer Viduy…”. “¿Eso qué es?”. “Es la confesión póstuma. Antes de morir, la persona tiene que admitir sus faltas”. “Pero… ¡Aquí no hay ningún sacerdote!”. “El Viduy que el Yehudí pronuncia, lo hace solo frente a Hashem”. “Bueno, pero apúrate. Esperemos que no tengas tantos pecados para confesar…”.
“En Janucá no se dice Viduy, pero el Yehudí consideró que ésa era una ocasión muy especial. Estaba en los últimos momentos de su vida… Y mientras pasaban los segundos, que para los ladrones se hacían eternos, se escuchan unos gritos: “¡Manos arriba! Los ladrones se voltearon, y vieron a catorce soldados del ejército ruso, que estaban apuntándolos con sus armas. Sin otra alternativa, los ladrones soltaron sus armas y se entregaron. Los soldados tomaron el dinero que le habían robado al Yehudí y se lo regresaron a su dueño, que no paraba de llorar. Luego le preguntaron: “¿Qué pasó? ¿Qué hace usted aquí en medio de la noche con las luces encendidas?”. Con el aliento entrecortado, el Yehudí les contó a los soldados que estaba encendiendo su Jaukiyá, porque esa era una noche en la que todos los judíos lo hacían. Uno de los soldados, luego de escucharlo le dijo: “Pues tiene que agradecer a esas luces que encendió, porque se produjo un verdadero milagro. Le voy a contar lo que pasó: Cuando cae un poco de nieve, nosotros salimos a acompañar al duque a cazar en el campo. Se hizo de noche y nos demoramos un rato. De repente, vimos unas luces a lo lejos y los perros corrieron hacia ese lugar. El duque nos dio la orden de que vayamos a revisar, y nos dijo que seguramente son unos conocidos y peligrosos ladrones que se escondieron entre los árboles para repartirse el botín de todo lo que le roban a la gente. Gracias a esas luces, pudimos atraparlos después de tanto tiempo que estamos buscándolos. Y de paso, usted salvó su vida….
Este Yehudí que siempre se cuidaba de encender tanto las luminarias de Shabat como las de Janucá, se salvó de una muerte segura. Hashem retribuyó el entusiasmo con el que siempre encendía este Yehudí las luminarias y la salvación llegó por medio de la luz; un simple acto de fe, se comparó al de los Macabeos. Pero allí no terminó la historia, al año siguiente, el Yehudí encendió las luminarias de Janucá junto a su esposa…. Y con un hijo en sus brazos.[3]©Musarito semanal
”Así como existe superioridad en la luz por sobre la oscuridad; en la verdad por sobre la mentira, existe la confianza real por sobre la simulada”.[4]
[1] Bereshit 41:42
[2] Midrash Rabá 90:3
[3] Shehasá Nisim 115
[4] Jazón Ish
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