La grandeza de los líderes de Israel
“Si encuentras el toro de tu enemigo o su asno extraviado, ciertamente se lo regresarás” (23:4).
La proximidad entre la perashá de la semana anterior, donde se describe la entrega de los Diez Mandamientos, con la que leeremos esta semana, donde se menciona la entrega de una lista exhaustiva sobre las leyes de Justicia Civil que dictaminan sobre asesinato, secuestro, daño personal y daño a la propiedad, ayuda a los pobres, retorno de objetos perdidos, entre otras, es para mostrarnos que el establecimiento de normas y ordenamientos que rijan la conducta de todos los miembros de Am Israel es la base principal de la Torá y que es por medio de su correcta observancia que el Pueblo de Israel se mantiene unido y subyugado a las órdenes del Creador.[1]
Dice el versículo de referencia: Si encuentras al buey de tu enemigo o a su asno que se ha extraviado, se los devolverás. Los Jajamim explican al respecto: “Si la Torá demuestra tanto interés por el bienestar de la propiedad de nuestro prójimo, ordenándonos que hagamos todo lo posible por devolverle su propiedad, aunque tengamos que hacerlo cien veces, ciertamente que mucho más debemos interesarnos por devolver a una persona a sí misma, tratando de acercar a nuestros hermanos y hermanas que han perdido su identidad de judíos, mostrándoles la belleza y la profundidad de la Torá”.
Esta semana conmemoramos el aniversario luctuoso del Gaón Rabí Yaacob Galinski (1921-2014), a quien recordamos por su ingenio y su capacidad única para impartir palabras inspiradoras de Musar. Él fue un gran Talmid Jajam, fundador y representante de varias yeshibot y kolelim, y mantenía una estrecha relación con los gigantes de la generación pasada: el Jazón Ish y el Steipler. Durante años, Rab Galinsky visitó varias comunidades y con su singular elocuencia inspiró y restauró innumerables almas perdidas por todo el mundo y las acercó al camino de Hashem.
Rab Yaacob Galinsky tuvo una juventud tortuosa; nació en Kreinik, Polonia, en el año 1921. Estudió en la yeshibá de Novardok. En el año 1941, los comunistas tomaron el poder en Vilna; él y todos sus compañeros de estudios fueron exiliados a Siberia, a campos de trabajos forzados. Tan pronto como llegaron allá, les arrebataron los libros y los Tefilín que llevaban con ellos y los arrojaron al fuego. Sólo lograron ocultar dos pares de Tefilín, que fueron utilizados por todos los jóvenes. Uno de ellos pertenecía a Rab Galinsky. Después de regresar del arduo día de trabajos forzados, juntaba a sus compañeros y los confortaba con cálidas palabras de emuná y bitajón. La desnutrición, la tensión y las condiciones precarias que debían soportar en Siberia provocaron que varios padecieran tifus. Rab Galinsky estaba entre ellos. Cierto día, se le acusó falsamente y fue obligado a sufrir una dieta de hambre durante 40 días. Al final de ese periodo se le dio, como un favor especial, un plato de lo que difícilmente podría llamarse sopa caliente. Mientras la sopa estaba frente a él, entró a la barraca un judío que evidenciaba bastante hambre; Rab Galinsky se apiadó y compartió su ración con él, acto que repercutiría años después en la liberación de casi un centenar de niños que habían emigrado del norte de África y cayeron en un campamento donde este mismo hombre era el dirigente, y como retribución al favor recibido en Siberia, autorizó la salida de los niños.
En 1949 llegó a Éretz Israel y se estableció en Bené Berak. De inmediato se convirtió en un seguidor del Jazón Ish. Un día encontró a un amigo de su infancia y le comentó que era el único sobreviviente de su familia, que estaba solo en el mundo y no veía ninguna razón para vivir; Rab Galinsky lo llevó con el Jazón Ish y el Gaón le dijo:
Voy a contarte algo que sucedió en el Bet Din donde legislaba Rab Itzjak Eljanan: un hombre decidió que había llegado el momento de dedicarse de tiempo completo al estudio de la Torá, para lo cual acordó con su esposa que ella se haría cargo del pequeño negocio que poseían. Él acostumbraba viajar una vez al año a la gran ciudad, donde adquiría mercancía para revenderla en su localidad. La mujer siguió las instrucciones de su marido y viajó a la metrópoli; buscó a los proveedores y antes de cerrar una transacción buscó el dinero que había llevado dentro de su bolso, y grande fue su sorpresa cuando se percató de que el patrimonio de un año de esfuerzo había desaparecido… De repente, todo su mundo se oscureció y la consternación comenzó a golpear su mente: “¿Cómo explico a mi marido que perdí todo el capital…? ¡No puedo regresar así a mi casa! ¡Tengo que hacer algo!”.
Se dirigió rápidamente con el Rab de la ciudad y le pidió que pregonaran que, si alguien encontraba su dinero, debían llevarlo al Rab. Un judío pobre vino y dijo que había encontrado un paquete con dinero. La mujer dio todas las señas demostrando que el paquete le pertenecía. Entonces el hombre se dirigió al Rab objetando: “Yo aprendí que si uno encuentra un objeto perdido en una ciudad que es en su mayoría de gentiles, se puede quedar con él, debido a que suponemos que los propietarios han renunciado a ello, debido a que un gentil pudo haberlo encontrado y, al no tener la obligación de seguir los dictámenes de la Torá, se lo queda”. La mujer suplicó: “¡Por favor, devuélvelo! Tengo un hijo por casar y necesito ese dinero tanto como el cuerpo necesita el aire para respirar y vivir”. El hombre se mantenía firme: “Yo también lo necesito. Recé mucho para que Hashem me hiciera el milagro y no pienso renunciar a él. Seguramente el Rab está de acuerdo con que, según nuestra ley, este dinero me pertenece”. El Rab estaba en un dilema: por un lado, la mujer describió a detalle el paquete demostrando su propiedad; además, la paz y el futuro de sus hijos dependía de ese dinero. Por otro lado, en esa ciudad la mayoría de la gente era gentil y, en ese caso, cualquier persona que encuentra un artículo perdido tiene derecho a quedárselo.
El Jazón Ish preguntó a Rab Galinsky: “¿Cómo crees que se resolvió el conflicto?”. El Rab se encogió de hombros y dijo: “Al parecer, el hombre tiene razón”. El Jazón Ish dijo: “Inicialmente el Rab de la ciudad pensó así, pero ante la duda envió la pregunta a Rab Itzjak Eljanan, el Rab de Kovno. Él dictaminó que, de acuerdo con la Halajá, el hombre debía devolver el dinero a la mujer. “¿Por qué se decidió así?”, preguntó Rab Galinsky. El Jazón Ish explicó: “Es cierto que, en un caso así, suponemos que los dueños, al darse cuenta de la pérdida, renuncian a su pertenencia. Sin embargo, el dinero no pertenecía a la mujer, pues lo que una mujer adquiere pertenece a su marido.[2] Éste nunca se enteró de que su dinero se había perdido; por tanto, él no renunció a su propiedad y, entonces, el hombre debe devolver el dinero”. El Jazón Ish volvió hacia el hombre que acompañaba al Rab y lo miró fijamente: “Estas palabras se aplican también a ti: ¿quién te dio el derecho de abandonar tu vida? ¡Ésta no te pertenece! Hashem es el Dueño absoluto y Él controla toda situación, y le asigna una misión en la vida. Lo único que nos queda por hacer es cumplir con lo que estamos obligados y rezar para que tengamos éxito…”.
Con tristeza vemos cómo en nuestras generaciones hay muchos judíos que van por la vida cual ovejas perdidas en un desierto espiritual; antes teníamos pastores como Rab Yaacob Galinsky, que por medio de sus sabias palabras y su decoroso ejemplo guiaban a los perdidos por el sendero que había de conducirlos de regreso a la luz de la conciencia judía. Nuestro mundo perdió a un gran líder. Pero él dejó un legado: miles de judíos cuyas vidas en Torá han sido profundizadas, enriquecidas y encendidas judaicamente por este gigante sabio. Y los líderes que él creó, los que él motivó, las instituciones que él inspiró continuarán enriqueciendo y profundizando en la vida de todos los judíos del mundo.©Musarito semanal
Los Tzadikim no necesitan lápidas ni monumentos para ser recordados. Sus palabras y sus acciones son sus vivos recuerdos”[3]
[1] Rab Moshé Sternbuj.
[2] Guitín 57a.
[3] Talmud Yerushalmí, Shekalim II, 5.
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