Recalculando el rumbo

 

 

“Y retornarás al Eterno y escucharás Su voz….” (30:2).

 

 

La Perashá comienza relatando sobre el día en que Moshé debía morir, y que es cuando reunió al Pueblo de Israel, hombres, mujeres y niños, para confirmarlos como Pueblo Elegido por Hashem, no sólo para ellos, sino también para las futuras generaciones. Por otra parte, Moshé les advirtió que tuvieran mucho cuidado de no apartarse del camino para que no fueran acreedores a las fuertes medidas correctivas mencionadas en Perashá anterior. Menciona también el maravilloso regalo de la teshubá y las bendiciones a las que se hace merecedor aquel que decide retornar al camino de la verdad.

 

Hace muchos años, en una pequeña ciudad de Polonia, vivía un pobre huérfano a quien todos cariñosamente llamaban Yósele. Mientras aún era joven, fue a la Yeshibá y estudió Jumash como todos los demás niños; pero cuando creció, tuvo que salir al mundo a mantenerse. Los comerciantes se reunieron y cada uno aportó algún producto, y llenaron una canasta para que el joven fuera a ofrecer a las ciudades cercanas. Yósele empacó sus cosas y partió hacia su destino.

 

El joven comenzó a deambular por los mercados y comenzó a vender su mercancía. Un frío día, Yósele caminaba lentamente por una calle que se encontraba cubierta de nieve. Cargaba su pesada canasta mientras repetía los Salmos que sabía de memoria, y trataba de avanzar con las botas llenas de lodo. Le pesaban; la visibilidad era casi nula, pero siguió avanzando hasta que tomó un sendero equivocado. Pronto se encontró extraviado en la profundidad del bosque. Cansado, se apoyó en un árbol roto y trató de no quedarse dormido, por temor a morir congelado. Continuó pronunciando Tehilim hasta que lentamente sus ojos empezaron a cerrarse…

 

Un campesino pasaba por allí con su trineo y advirtió un bulto debajo de la nieve. Se acercó y descubrió la figura de un muchacho. Rápidamente corrió, quitó la nieve de encima de él y comenzó a masajear el cuerpo del muchacho, hasta que por fin vio que se movía. El campesino suspiró aliviado. Cargó al muchacho en su trineo y lo condujo hasta su casa, en un poblado próximo.

 

Después de pocos días, Yósele se recuperó completamente y agradeció al amable campesino y a su esposa por su bondadoso cuidado. La esposa del campesino le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. El joven se quedó pensando unos minutos y le dijo: “No lo sé. ¡No puedo recordar nada!”. El campesino intervino y le dijo: “No te preocupes. Te llamaremos John”. Por consiguiente, Yósele, o John, como se llamaba ahora, se convirtió en el hijo adoptivo del campesino, olvidando completamente que era un joven judío.

 

El verano llegó y John ayudaba a “su padre” en los campos. Un día, el campesino le dijo: “Mañana iremos a vender nuestra producción al mercado”. John estaba muy emocionado; no podía esperar a que amaneciera para cargar la carreta e ir a trabajar a la ciudad. Temprano, viajaron llenos de esperanza de retornar con la carreta vacía. Pero cuando llegaron a la plaza del mercado, la encontraron desierta. Al pasar por una sinagoga se percataron de que se encontraba completamente llena de gente. El campesino entendió que habían llegado durante una de las festividades de los judíos. El campesino deseaba regresar a su casa, pero John le rogó quedarse allí para observar lo que hacían los devotos. Sentía un impulso irresistible por mirar la sinagoga. El campesino accedió y partió a tomar un trago en una de las posadas, acordando con el joven encontrarse más tarde.

 

John se paró en la puerta de la sinagoga, maravillado por lo que veía. Los devotos, envueltos en sus hermosos talitot blancos, parecían muy interesados en sus plegarias. Muchos de ellos estaban llorando. John sintió que su corazón latía más rápido. ¿Cuándo había presenciado esta escena? Todo le parecía tan familiar. Cuando sacaron los sagrados pergaminos del Hejal sintió como si un rayo atravesara su mente, y esto le devolvió la memoria. La voz del jazán rompió su concentración. Toda la comunidad se unía como una sola voz pronunciando una fervorosa plegaria. La voz parecía hacer temblar las paredes de la sinagoga. Luego, gradualmente se calmaba en un solemne silencio. En la tranquilidad del aire, el sollozo del jazán se volvió claro a los oídos de Yósele, que se encontraba llorando. De repente, el sonido del shofar parecía apuñalar el corazón del joven. La voz parecía decir: “¡Yósele, tú eres judío! ¡Apresúrate...! ¡Ahora es el momento de regresar a tu Padre!”. Todo se tornó claro para Yósele, quien agradeció a Hashem por haberlo llamado a retornar a casa…[1]

 

Debemos prepararnos con plegaria y arrepentimiento para el juicio delante de Hashem. En pocos días estaremos parados todos delante del Juez Supremo. Pasaremos frente a Él como ovejas que son contadas. En realidad no tenemos argumentos para justificar nuestras faltas. Hashem sabe que somos de carne y que tenemos un instinto que nos hostiga sin cesar. Está escrito en el Talmud: “El hombre es juzgado de acuerdo con sus acciones en el momento del juicio”.[2] Hashem conoce los pensamientos de la persona. Si en el momento de la tefilá nos paramos con sinceridad y humildad, aceptando el Yugo Celestial y reconociendo nuestras faltas, demostraremos que deseamos apartarnos del camino que conduce al hombre a pecar.

 

Somos lo que hacemos; pero somos, principalmente, lo que hacemos para cambiar lo que somos. Esto es lo que Hashem espera de nosotros. Él ya sabe lo que hicimos; lo que Él quiere ver es hacia dónde nos dirigimos.

 

Una persona viajaba en un tren que iba a toda velocidad. Caminaba por los vagones para distraerse un poco cuando en uno de ellos se encontró a un amigo de la infancia. Se abrazaron y se sentaron a platicar acerca de sus novedades. El amigo le preguntó: “¿Hacia dónde te diriges?”. “Pues tengo pensado ir a la capital. Me informaron que es una ciudad formidable.” El amigo quedó atónito. “¿Qué dices? ¿La capital? Me temo que debo informarte que vas en la dirección equivocada. Es para el otro lado. ¡Mientras más avance el tren, más te alejas de ella!”. El hombre se paró y, sin despedirse, comenzó a correr en sentido contrario… ¡dentro del mismo tren!

 

¿Acaso este hombre está resolviendo su problema? Por más que corra, va a llegar sólo al final del tren, y seguirá alejándose cada vez más de la capital. Lo que debe hacer es bajarse de ese tren, tomar el que va hacia su destino y, aunque todavía se encuentra muy lejos, por lo menos estará en el camino correcto.

 

Cierta vez, Rab Meír de Premishlan dijo a sus alumnos: “Decimos en el Salmo: ‘Como está lejos el oriente del occidente, así ha alejado de nosotros nuestras transgresiones’.[3] ¿Alguno de ustedes puede decirme cuán lejos está el este del oeste?”. Los discípulos comenzaron a dar diferentes versiones; cada uno trataba de explicarlo.

 

De pronto, el Rab los interrumpió y les dijo: “¡Todos ustedes están equivocados! De este a oeste hay solo un viraje. Cuando uno está de cara al este y se da vuelta, instantáneamente queda mirando al oeste. Ésta es la proximidad de la teshubá”.

 

¡La voz del shofar suena! Nos dice: “¡Despierta! Revisa hacia dónde te diriges. Si te encuentras en el tren equivocado, cambia el rumbo… ¡Aprovechemos esta invaluable oportunidad! Debemos trabajar con extrema diligencia en el estudio de la Torá y, especialmente, en el estudio de Musar. Esto nos llevará al cumplimiento objetivo de las mitzvot.

 

Mostremos al Conductor del Mundo que deseamos cambiar, que queremos llegar a ser aquella persona que Él espera de nosotros y poder decir con orgullo: “Yo soy para mi querido y mi querido es para mí”.©Musarito semanal

 

“Abran una puerta de teshubá del tamaño del orificio de una alfiler y Yo les abriré un portal por el cual grandes carros y carrozas podrán pasar.”[4]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Descanso y alegría, pág. 79, Rab Mordejay Katz.

 

[2] Rosh Hashaná 16a.

 

[3] Tehilim 103:12.

 

[4] Shir HaShirim Rabá 5.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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