El hombre fue creado para dar

 

“Y recordó Hashem a Noaj, y a todos los animales que estaban con él en el arca” (8:1).

 

 

Noaj tenía 600 años de edad cuando entró al arca con su esposa, sus hijos y sus nueras. Fueron llegando a la embarcación una pareja de cada especie de toda la fauna; y de los animales y aves puras llegaron seis parejas más. Noaj, junto con su familia y miles de criaturas, debían permanecer dentro del arca por un largo periodo y necesitarían una gran cantidad de comida. Ellos tenían la responsabilidad de alimentar a miles de pájaros, bestias y animales domésticos. Cada animal requería su alimento en momentos diferentes. Noaj y sus hijos trabajaban arduamente de día y de noche. Hashem pidió a Noaj que tomara comida, que sea para comer, para ti y para los animales.[1] ¿Para qué otra cosa es el alimento sino para comerlo?

 

Rab Eljanán Wasserman explicó: “El Midrash nos relata la abundancia y la fertilidad que provocaba el clima que prevalecía en la Tierra antes del Diluvio. Noaj, quien era profeta, sabía que los frutos que brotarían después del Diluvio serían de menor calidad. Él podría considerar llevarse más frutos para sembrar sus semillas después del Diluvio y obtener así una calidad superior de alimentos. Hashem le advirtió que llevara únicamente la cantidad suficiente para alimentarse a sí mismo y a su familia durante el periodo de confinamiento en el arca. El motivo era que, cuando otros sufren, debemos compadecernos de ellos y no buscar nuestro placer.[2]

 

Era la víspera de Rosh HaShaná. Todo el mundo había estado muy ocupado preparándose para la sagrada fiesta. En el momento en que ya se había puesto el sol, todos se encontraban en el Bet HaKenéset de Lublin, aguardando a que comenzara el servicio. Rabí Yaacob Itzjak Horowitz, mejor conocido como el Jozé de Lublin, miró alrededor suyo. Faltaba alguien muy importante: Rabí David de Lelob, el gran tzadik, quien iba a pasar la fiesta en Lublin. “¡No podemos comenzar sin Rabí David!”, enfatizó el Jozé. “Envíen a alguien a buscarlo.” Los jasidim salieron corriendo. ¿Por qué causa podía haberse retrasado en esta noche tan importante?

 

Finalmente, después de mucha búsqueda, lo encontraron. Para su sorpresa, estaba parado junto a un caballo, ¡dándole avena de su propio sombrero! “¿Qué está usted haciendo?”, le preguntaron, sorprendidos. “Al parecer, el dueño del caballo lo hizo trabajar muy duro y olvidó darle de comer antes de ir a la sinagoga. El pobre animal se está muriendo de hambre. El hombre debe rezar, ¡pero primero debe alimentar a su animal!”.[3]

 

¿Cuál es el motivo por el cual Hashem creó a la persona como el ser más dependiente, a diferencia del resto de las creaturas? La mayoría de los demás seres que habitan este mundo apenas nacen y en pocos momentos ya son capaces de valerse por sí mismos. Sin embargo, el ser humano requiere de varios años para hacerse autosuficiente. ¿Por qué somos tan dependientes?

 

Una respuesta podría ser que Hashem creó al hombre de esta forma para ofrecer a los padres la oportunidad de “dar” y proporcionar todo lo necesario para el correcto desarrollo de sus hijos. ¿Hay un amor más grande y profundo que el de un padre a sus hijos? El motivo de este amor tan intenso es la dedicación y la entrega que los progenitores ofrecen a sus descendientes. No se da porque se quiere, sino que se quiere porque se da. La raíz de este sentimiento es que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Hashem y el Todopoderoso es el bien que nos da absolutamente todo sin recibir nada a cambio. Por eso también el hombre podrá amar al prójimo sólo después de haberse brindado íntegramente a él. Si deseas amar al prójimo, preocúpate por hacerle el bien.[4]

 

Cuando damos al prójimo parte de nuestro tiempo, ya sea para aconsejarlo o para incentivarlo por medio de palabras de aliento; o cuando nos desprendemos de un objeto o del dinero que obtuvimos mediante algún esfuerzo, todas estas cosas están impregnadas de nosotros y de nuestra esencia. El tiempo que invertimos, el esfuerzo que realizamos para adquirir aquello, dejó grabada en ellas una parte de nosotros. Esto es lo que entregamos al compañero; es como si lo hiciéramos socio de nuestra vida; lo estamos convirtiendo en parte de nosotros mismos. Este es el porqué del aprecio. Si aspiramos a querer a otra persona, o incluso a un objeto, dediquémosle tiempo, atención, y veremos cómo el amor brota y se mantiene durante todo la duración que sigamos dedicados a ellos. Podemos aprender esto de Hashem. Él creó este mundo solamente para dar, y en cada una de sus creaciones se encuentra una parte de Él. Ese es el motivo por el cual nos quiere tanto.

 

Estamos obligados a emular las virtudes de Hashem. Por tanto, necesitamos ayudar a otros proveyéndoles lo que necesitan y desean, así como Él satisface nuestras necesidades y deseos. Esto incrementa el amor al prójimo y es una de las bases que sostienen al mundo. La labor más gratificante del mundo es hacer felices a los demás. Dar algo a alguien en forma constante aumentará tu amor por esa persona.[5]

 

Un maestro caminaba junto a su alumno por un denso bosque. Cuando llegaron a la orilla de un riachuelo se detuvieron a observar la naturaleza. Cerca de ellos había una rama que colgaba encima del agua; un alacrán caminaba sobre ella y, justo mientras lo observaban, éste resbaló y cayó al agua. El alacrán se estaba ahogando y el maestro decidió sacarlo del agua; pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó. Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó y el animal cayó al agua, y de nuevo se ahogaba. El maestro intentó sacarlo otra vez, y nuevamente el alacrán lo picó. El alumno, que observaba de cerca, dijo a su maestro: “Perdone, pero no entiendo por qué intenta usted rescatar a ese animal. Seguramente cada vez que intente sacarlo del agua, lo picará. ¡Mejor deje que se hunda!”. El maestro respondió: “La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar”. Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animal del agua y lo depositó en la tierra…©Musarito semanal

 

”Todo aquel que muestra misericordia hacia las criaturas de Hashem, el Cielo se mostrará misericordioso hacia él.”[6]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 6:21.

 

[2] Ama a tu  prójimo, pág. 26; Rab Zelig Pliskin.

 

[3] Relatos de Tzadikim, vol. 1, pág. 32; Rab G. MaTov.

 

[4] Maséjet Dérej Éretz, capítulo 2.

 

[5] Mijtab MeEliyahu, vol. 1, pág. 36; Las Puertas de la Felicidad, pág. 176; Rab Zelig Pliskin.

 

[6] Shabat 151b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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