honradez ante todo
“y la tierra se había llenado de extorsión”. 6:11
El Gaón Hakadosh Rabí Abraham Azulay, el gran abuelo del Marán Hajidá, escribió en su explicación del tratado de Abot, sobre las palabras de la Mishná: "Diez generaciones enfurecían y llegaban delante de Él, hasta que llegó Noaj y recibieron el castigo de todos".[1] Cabe la pregunta: Si diez generaciones Lo enfurecieron, porque hizo esperar el castigo hasta la generación de Noaj? La respuesta está escondida en el texto mismo de la Mishná: "Diez generaciones enfurecían y llegaban delante de Él" los pecados de las primeras generaciones eran entre ellos y Hashem, estaba dispuesto a postergar el castigo hasta que hicieran Teshubá. Pero la generación del Diluvio corrompió sus caminos, ellos cometían fallas entre ellos y las personas. Y se corrompió la tierra ante el Todopoderoso, y se llenó la tierra de hurto. Y fue entonces que la Justicia Divina se hizo evidente, debido a que Hashem es más paciente con los pecados cometidos contra Él, en este caso, la idolatría y la promiscuidad sexual, que los pecados cometidos contra el ser humano, en este caso, la extorsión y el robo.[2]
El hombre había estado trabajando lejos de su familia por mucho tiempo, había ganado suficiente dinero como para proveer a su esposa e hijos. ¡Ansiaba verlos! En el camino, encontró a un comerciante en vinos que viajaba a la misma ciudad que él, se acercó y solicitó si podría llevarlo. El mercader aceptó y emprendieron juntos la travesía. Agarraba fuertemente su preciosa bolsa de dinero, representaba muchos años de ardua labor. Se detuvieron a descansar por la noche en una de las muchas posadas que había a lo largo del camino principal, le inquietaba que robaran su dinero. Cuando entraron al cálido mesón, se le ocurrió que podría guardar su tesoro en la carreta del comerciante, en el camino advirtió que las vasijas del valioso vino estaban selladas, era un buen escondite. Salió sigilosamente, destapó una, envolvió la preciosa bolsa de dinero en una tela impermeable y la apretó dentro del cuello de la misma, la selló y se aseguró que quedara igual a las otras. Al final, hizo una pequeña señal en la parte superior para poder identificar en cuál de ellas se encontraba la bolsa de dinero. Repentinamente observó que del otro lado del patio estaba el comerciante en vinos, al principio dudo si lo había visto guardando el dinero. Lo observó durante varios minutos hasta que se convenció que eran sus nervios los que estaban provocando el sospechar de todo y de todos y se metió a descansar.
A la mañana siguiente los dos hombres se levantaron al amanecer, oraron y volvieron al camino. El hombre conversaba amigablemente con el comerciante en vino mientras el cochero apuraba a los caballos rumbo a Praga. Varios días después llegaron a destino. Mientras trotaban por las calles de Praga, el mercader en vinos le preguntó. “¿Dónde puedo dejarte?” el hombre respondió: “No se preocupe por mí, iré a mi casa desde cualquier lugar al que usted llegue”. Una vez que arribaron al negocio del comerciante en vinos, despidieron al cochero y descendieron de la carreta. “Ahora regreso”, dijo el mercader, “voy a abrir el portón de mi bodega”. Entonces el hombre aprovechando la ocasión, fue rápido hacia la parte trasera de la carreta, identificó la vasija marcada, quitó cuidadosamente la tapa del recipiente y buscó en su interior. Miró fijo un largo momento hasta que se dio cuenta de la verdad. ¡La bolsa de dinero había desaparecido! Temblando examinó de nuevo el recipiente. ¿Quizás había abierto una pieza equivocada? No, ahí estaba la marca secreta que había hecho. Era la vasija correcta, pero el dinero que había ganado tan penosamente había desaparecido. Ocultó el rostro en sus manos, sintiéndose abrumado por la desesperación. ¿Cómo había ocurrido? ¿Quién podía haberlo tomado? Entonces recordó la noche en que había ocultado la bolsa de dinero. El mercader había estado afuera. En ese momento pensó que el comerciante lo había visto esconder su tesoro. Se armó de coraje y entro al negocio a reclamar su dinero. El comerciante estaba ocupado preparando el lugar para meter las nuevas vasijas de vino y apenas lo miró. Con voz vacilante le explicó que su bolsa de dinero había desaparecido. Aunque no quería acusar a nadie, parecía que no había otra persona que pudiera haber sido responsable de la pérdida del dinero. ¿Podría ser que el comerciante en vino...? No tuvo oportunidad de terminar la frase. El mercader lo miró evidentemente furioso: “¡No lo puedo creer!” rugió. “Te hago un favor ¡¿Y tienes la desfachatez de acusarme de robar tu dinero?!”.
“Por favor” rogó el hombre “No se enoje, yo sé que usted es un judío honesto, por favor, tenga compasión...”. “¡Vete de aquí, ingrato!” dijo fríamente el comerciante. El hombre se retiró del local desamparado, ¿Qué debía hacer? ¿Cómo recuperaría su dinero? “Decidió ir con el Nodá BeYehudá. Seguro que de alguna manera él sabrá descubrir la verdad. Después que Rabí Yejezkel Landau escuchó atentamente el reclamo citó al comerciante a un din Torá”. El mercader estaba furioso por la citación. Fue inmediatamente a la casa del Rab e irrumpió gritando insultos. “¿Cómo puede el Rab sospechar que un hombre honesto robó? ¿Acaso vamos a escuchar a un desagradecido que traje hasta aquí sin cobrarle un solo centavo? Y en lugar de reconocer el favor me acusa de ladrón? ¡Nunca tuve en mis manos el dinero que dice!” “Un momento”, dijo Rabí Yejezkel. “Hasta ahora nadie te está exigiendo que devuelvas el dinero. La ley de la Torá no nos permite dictaminar sin pruebas ni evidencias”. El comerciante se relajó y sonrió. “Me alegra que el Rab comprenda la situación” dijo. “Al mismo tiempo” continuó el Noda BeYehudá “debemos tratar de determinar que ocurrió con la bolsa de dinero. Él asegura que alguien tomó el dinero y tú afirmas que no lo tocaste. Entonces debemos hallar a otro culpable. Tengo entendido que quien conducía la carreta era un campesino”. “Si, así es” respondió el comerciante. “Es un gentil que he contratado en otras ocasiones”. “¿Podríamos suponer que él tomo el dinero?” El comerciante asintió: “podría ser”. Entonces, el rostro de Rabí Yejezkel se puso serio. “Si este es el caso, vamos a prohibir tu mercancía; como sabes, el vino que ha sido tocado por un no judío cae en la categoría de Yain Nesej, y ese vino no puede ser consumido.
El comerciante apretó los labios. ¡Esta posibilidad no se le había ocurrido! Si el tribunal judío prohibía su vino, no habría un solo judío en Praga que se atreviera a probar una sola gota de él. Entonces el comerciante alzó la cabeza y pidió hablar a solas con el Rab. Rabí Yejezkel llevó al hombre aparte. El comerciante miraba al piso avergonzado y confesó: “Yo tomé el dinero, vi al hombre ocultando la bolsa en la vasija y la tentación fue demasiado grande para mí. Le prometo Rab que devolveré hasta la última moneda, pero por favor, no prohíba mi vino”. El Rab miró al hombre con expresión severa. “No estoy seguro de poder creer tu confesión” dijo “¿Por qué no admitiste la verdad antes? ¿Cómo puedo saber si lo que confiesas es verdad? Tal vez lo dices para no perder la ganancia que lograrás al vender tu caro vino. No puedo arriesgarme a que el vino sea realmente Yain Nesej. Debes darme una prueba”. “No, no, ¡realmente yo soy el ladrón!” dijo rápidamente el comerciante. “Puedo probarlo. Tengo la bolsa de dinero dentro del negocio”. Rabí Yejezkel miró seriamente al sudoroso comerciante. “Muy bien” dijo al fin. “Estoy dispuesto a declarar que tu vino está permitido, pero hay una condición. No sólo debes devolver el dinero, sino que también debes darle una donación adicional para ayudarlo a casar a sus hijas mayores”. El comerciante aceptó con presteza, y Rabí Yejezkel declaró oficialmente que el vino era kasher.©Musarito semanal
“El malvado obtiene ganancias engañosas, pero el que siembra rectitud tiene recompensa segura”.[3]
[1] Mishna Abot Perek 5, mishna 2
[2] Sanhedrín 108a
[3] Mishlé 11:18
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