No menosprecies nada, pues todo tiene una función especÍfica
"Y envió al cuervo, que fue yendo y retornando hasta que se secaron las aguas de sobre la tierra”. Bereshit 8:7.
La Perashá de esta semana, relata la cronología de las primeras diez generaciones que poblaron la tierra. Los descendientes de Adám corrompieron el mundo con inmoralidad, idolatría y robo, semejante perversidad contagió hasta los animales y las plantas. Y fue entonces cuando Hashem decidió destruirlos por medio de un Diluvio. Instruyó a Noaj, el único hombre recto de su generación, en la construcción de un arca para salvar a su familia y perpetuar a todas las especies que habitarían la tierra después de la inundación. Comenzó a llover copiosamente sobre la Tierra, las fuentes de los abismos y las ventanas de los cielos se abrieron y grandes cantidades de agua surgieron desde sus profundidades, las aguas se incrementaron y alzaron el arca, continuó diluviando durante cuarenta días y noches, las aguas cubrieron todas las montañas altas que había bajo el cielo, todos los seres que estaban afuera del arca perecieron bajo las aguas. Pasaron ciento cincuenta días y Hashem recordó a Noaj y a todos los seres que estaban dentro del arca, cerró las fuentes del abismo y las ventanas del cielo, las aguas se calmaron y fueron decreciendo paulatinamente. En el séptimo mes, el arca se posó sobre las montañas de Ararat. Al término de cuarenta días, Noaj abrió la ventana y trató de sacar al cuervo, más éste se negaba a salir, lo empujó hacia afuera y fue yendo y retornando hasta que se secaron las aguas. Luego envió a la paloma para ver si se habían retirado las aguas de la superficie de la tierra.[1]
Se entiende de los versículos, que la paloma tenía la misión de comprobar si había aparecido la tierra seca, pero al cuervo no le encomendó nada. Entonces ¿Para qué lo sacó en un principio del arca?
Realmente el cuervo no tenía ningún cometido, Noaj quiso expulsarlo del arca porque había transgredido la prohibición Divina de no cohabitar mientras diluviaba.[2] Además, esta ave rapaz posee una naturaleza cruel, no es piadosa ni siquiera con sus crías; después que nacen, las arroja dentro de otros nidos para que otras aves las alimenten y las cuiden por ella.[3] Pensó Noaj, un ser con semejante característica no hubiese sido capaz de traerle la nueva que las aguas se habían secado, pues esto implicaba la reconstrucción del mundo, y hacer algo en pro de los demás no era parte de su esencia.[4]
Los Jajamim preguntan: ¿A qué se refiere el versículo que dicta que el cuervo fue yendo y retornando hasta que se secaron las aguas de sobre la tierra?
De la respuesta podemos aprender un concepto esencial: Noaj sabía que el mundo se poblaría a partir de las especies que se salvaron en el arca. Una criatura que no sirve de alimento, ni tampoco de ofrenda, ¿para qué dejarla dentro? “¡Erradicaré así la naturaleza perversa del mundo!”. Sin embargo, Hashem le proporcionó una profunda y trascendental lección: “Esa ave que despreciaste, tiene asignada una misión y con ella su existencia está debidamente justificada: En la época de Eliahu Hanabí, las lluvias serán suspendidas a solicitud del Nabí para aleccionar al rey Ajab por haber permitido la idolatría; el mundo padecerá hambre debido a la escasez del agua y Yo enviaré a los cuervos para alimentar a Eliahu,[5]
(a eso se refería cuando dijo que se quedó revoloteando hasta que se secaron las aguas de sobre la tierra). Aprendemos que cada creación tiene una misión específica y nadie tiene permiso de menospreciar la obra del Creador del Universo: Ben Azay dijo: ‘No menosprecies a ningún hombre (grande, chico o gentil) ni tampoco a cosa alguna. Todo hombre tiene su momento, y cualquier cosa puede suceder’.[6]
La casa del Gaón Rabí Yeshayá HaLeví Hurvitz, autor del Shené Lujot HaBerit, y Rabino de la ciudad de Frankfurt, estaba abierta a toda persona. En una ocasión, desaparecieron de su casa dos cucharas de plata de gran valor. Luego de buscarlas sin resultado, los familiares sospecharon de un alumno del Rab que visitaba frecuentemente su casa. Las cucharas aparecieron en el bolso de aquel alumno y el incidente fue del conocimiento público, el alumno no pudo soportar la vergüenza, huyó de la ciudad y renegó de su judaísmo. Luego de deambular de lugar en lugar sin hallar consuelo, se radicó en la gran ciudad de Constantinopla (Estambul). Allí comenzó a trabajar como comerciante, y con el correr del tiempo fue progresando, convirtiéndose en un importante millonario. Se volvió conocido entre los ministros, e incluso era muy estimado por el sultán del imperio Otomano, quien lo designó ministro de los impuestos en la Tierra de Israel.
Pasaron los años, y Rabí Yeshayá decidió vivir sus últimos días en Yerushalaim. Preparó su equipaje y emprendió el viaje en barco. Al llegar al puerto de Yafo, el Rab no reconoció al alumno quien se encontraba allí. Al ver que la multitud rendía honores al recién llegado, invitó al Rab a su casa. El Rabino no pudo declinar al pedido del ministro y fueron escoltados hacia allá. El ministro le sirvió de comer y lo llevó a recorrer la casa, llegaron a un cuarto grande donde se exhibían armas de guerra. El ministro tomó de la pared un gran y filoso cuchillo, se dirigió hacia el Rab blandiendo el arma y lo amenazó: “Recite el Viduy (confesión), pues le he traído hasta aquí para matarlo...”. El Rab sintió un temor espantoso. Llorando comenzó a implorar por su vida. “¿Qué le he hecho? ¿Cuál es la falta por la que he de morir?”. El ministró no respondió y al ver que no había escapatoria, el Rab comenzó a confesarse en medio del llanto. Tras finalizar el Viduy, el ministro le indicó que se acostara en el suelo y le indicó: “Ponga su cuello y prepárese para ser degollado”. Lo tomó del cuello con una mano, y con la otra sostenía el cuchillo. El Rab comenzó a recitar el Shemá con mucho temor y listo para entregar su alma al Creador… repentinamente el ministro bajó su cabeza, besó el cuello del Rab, y le dijo: “¡Querido maestro! ¡Por favor perdóneme! todo esto lo hice por su bien... Soy aquel alumno que lo acompañaba constantemente, y que finalmente se desvió del camino abandonando su judaísmo”. El Rab recordó al alumno que había sido encontrado con las cucharas robadas, y que por el sufrimiento y bochorno que le causó el incidente había traicionado su fe. “Nunca pensé matarlo”, dijo el alumno, “lo conozco bien y sé que es un hombre justo. Cuando lo vi bajar del barco, de inmediato lo reconocí y recordé aquel incidente del robo. Pensé que no era bueno que mi maestro dejara el mundo cargando una falta tan grave. La vergüenza que sentí provocó que me desviara del camino correcto. Pensé que el sufrimiento y miedo que sentiría al pensar que lo mataría, serían suficientes para expiar el que un miembro de Israel se perdiera. El Rab no pudo pronunciar palabra alguna. Entonces el hombre se arrojó a los pies del Rab diciéndole: “¡Por favor, perdóneme!”. El Rab lo estrechó entre sus brazos y lo besó, finalmente fueron juntos y se establecieron en Yerushalaim, donde estudiaron de nuevo juntos.[7] © Musarito semanal
“No se debe menospreciarse nada en el mundo porque todo es obra de las Manos del Creador, y todo lo que Él Creó en Su mundo no lo hizo sino por Su Propio Honor”.[8]
1 Bereshit 8:8
2 Sanhedrín 108b
3 Sefer Maalot ha Midot
4 El Maaral de Praga (Gur Arié)
5 Melajim I 17:4
6 Pirké Abot 4:3
7 Extraído de la revista Pájad David; Perashat Noaj ;Rab David Pinto
8 Taanit 20b
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