Según tu Esfuerzo, así Será la Recompenza
“Moshé vio toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Hashem ordenó a Moshé; así la hicieron. Y Moshé los bendijo” (39:43).
Al término de la construcción del Mishkán (el Santuario portátil), Moshé los bendijo. ¿Qué enseñanza podemos extraer de la ceremonia de inauguración y de la bendición otorgada por el gran guía de Israel?
Cuando construyeron el Bet Hakenéset de la ciudad de Berz, Rabí Shalom participaba junto con los obreros en la construcción. Preparaba la mezcla, alcanzaba los ladrillos y era como un obrero más. Su hermano mayor, Rab Leibush, fue a visitar a su madre, que vivía en Berz, y al ver a su hermano trabajando a la par de los obreros le reprochó su conducta: “¡Tú no deberías hacer esa labor! ¡Tú eres el Rabino de la comunidad y debes comportarte a la altura de tu puesto!”. Rabí Shalom hizo una pausa y dijo a su hermano: “Te voy a contar una historia: hace algún tiempo me senté a estudiar con otros dos excelentes Talmidé Jajamim. Una noche, me hicieron saber del Cielo que si estudiábamos Torá mil noches seguidas sin dormir, podríamos llegar a que Eliyahu Hanabí se nos presentara y estudiáramos con él. Era una oferta bastante atractiva y, sin pensarlo mucho, decidimos llevarlo a la práctica. Comenzamos el estudio y al poco tiempo nos dimos cuenta de que no era nada fácil pasar todas las noches estudiando; nos agotaba. Aunque dormíamos pocas horas de día, la falta de sueño nos afectó. ¡Queríamos llegar hasta el final! Así que seguimos noche tras noche. Luego de cientos de noches de estudio, uno de nosotros no pudo seguir más y desistió de llegar a la meta. Seguimos dos estudiando hasta que, en la noche ochocientos, mi compañero no pudo más y también se retiró. Quedé yo solo. Faltaban doscientas noches más y no quise renunciar a poder estudiar con Eliyahu Hanabí. Con gran esfuerzo, llegué hasta la noche mil. Esa noche se desató un temporal. Las puertas y ventanas del Bet Hakenéset iban y venían, y se golpeaban con fuerza. El viento era tan intenso que apagó las luces del Bet Hakenéset donde estaba estudiando. Pensé en volver a mi casa, pero la lluvia y el viento no me dejaban salir a la calle. Estaba solo, con mucho miedo y en la plena oscuridad de la noche número mil, pero sin luz no había forma de estudiar. Comencé a llorar en la oscuridad; me dirigí hacia el Hejal. Lo abrí y recé profundamente: ‘Hashem, apiádate por favor de mí; que todo mi esfuerzo no sea en vano’. Así estuve un rato hasta que el viento paró y dejó de llover. Escuché los pasos de alguien que venía al Bet Hakenéset; era un anciano. Nos sentamos a estudiar toda la noche. ¿Y sabes, querido hermano, cuál fue la última ley que estudié con el anciano? Las leyes del Bet Hakenéset. Ahora, cuando estamos haciendo uno nuevo, ¿tú crees que puedo dejar que otros lo hagan y yo no haga nada? ¡Ojalá tuviera la fuerza necesaria para poder hacer yo mismo los cimientos! ¡Si pudiera, yo solo construiría las losas, los acabados, todo lo haría con todo mi corazón! Por eso trabajo junto con los obreros”.[1]
Moshé recibe de las manos de los artesanos los utensilios del Mishkán y cada uno de ellos, nos cuenta la Torá, fueron hechos tal como Hashem ordenó a Moshé. Cuando él recibe todo el trabajo, los bendice diciendo: “Que la santidad de Hashem repose sobre estos utensilios, que todo el esfuerzo que invirtieron sirva para que la santidad de Hashem sea visible en la Tierra”. Moshé da un mensaje especial a los artesanos y también a nosotros mismos. Puede ser que alguien, al terminar algo, diga: “¡Ya está! ¡Yo ya cumplí! Hasta aquí llegué, no hago más…”.[2]
Hemos leído varias perashiot referentes a los trabajos realizados para la construcción del Mishkán. La Torá reitera en varias ocasiones que los trabajos fueron hechos tal cual Hashem ordenó a Moshé y sin ninguna variación. ¿Por qué la Torá repite la misma frase tantas veces?
Nuestros Jajamim nos instruyen que la Torá viene a enseñarnos la importancia de cumplir con la voluntad de Hashem, con cada mitzvá y mitzvá, desde el principio y hasta el final. Ésta no es una tarea tan sencilla. Es mucho más fácil hacer las cosas a medias y pensar que ya cumplió con su obligación Practicar todos y cada uno de los preceptos sin falla no es nada fácil. Por eso es que tantas veces se destacó que todo se hizo al ciento por ciento, como quiso Hashem, ya que no cualquiera logra cumplir las mitzvot con integridad, a veces porque nos cuesta, y a veces por falta de conocimiento.
Por eso es muy importante interiorizar en el estudio de las halajot y consultar ante mínimas dudas, aceptar que tal vez muchas veces nos hemos equivocado, mirando hacia adelante, tratando de superarnos y ser mejores día a día…
Moshé les dijo: “Ya nosotros cumplimos una etapa, pero el objetivo sigue siendo que la santidad de Hashem esté presente siempre. No podemos decaer, no podemos decir: ¡No me pidan más! Al contrario, si pudiste hacer algo, también se puede mucho más”.
Veamos algo que sucedió hace unos sesenta años:
Un joven iraní, integrante de una familia de buena posición social y económica, había aprendido muy bien el idioma hebreo. Tenía la ilusión de estudiar Torá en la Tierra de Israel. Le contó la idea a su padre y él se mostró renuente, y procuró distraer al joven con otras cosas. Sin embargo, el vástago se mantenía firme en la idea de irse a estudiar.
Se desató una guerra ideática entre ambos, hasta que el joven decidió cumplir su deseo a costa de lo que fuere. El padre, enfurecido, le exigió que firmara un documento donde constaba que renunciaba a toda la herencia de la familia… Él lo firmó con determinación, tomó las pocas pertenencias que poseía y salió de la casa. Después de varios días de andar a lomo de burro, logró llegar a la Tierra de Israel.
Comenzó a investigar acerca de las yeshibot; la más reconocida en ese tiempo era la yeshibá de Ponevich. Le indicaron cómo llegar. Cuando se paró frente a las instalaciones, estaba eufórico y se introdujo de prisa al edificio. Preguntó por el Rosh Yeshibá; en ese entonces, quien estaba al frente era Rab Kahaneman. Solicitó una entrevista. No podía creer que se encontraba frente a uno de los grandes de la generación. Con la dulzura que lo caracterizaba, el Rab le preguntó qué era lo que necesitaba. “¡Yo quiero estudiar Torá!”, le dijo el joven. Rab Kahaneman respondió: “Has tomado la mejor decisión de tu vida. Pero, dime, ¿qué es lo que sabes?”. “¡Sé hebreo!”, respondió. “Bien”, dijo el Rab. “¿Sabes descifrar una hoja de Guemará, o sabes estudiar una Mishná?”.
“No. Solamente sé hebreo”, fue la respuesta. “Entonces, me temo que tendrás que buscar otro lugar. Como podrás ver, esta es una yeshibá para gente que ya está preparada, con estudios previos...”.
De pronto, todo se oscureció para el muchacho; todo pasó delante de su rostro: la renuncia a la herencia, dejar la familia, las penurias del viaje, la ilusión de estudiar Torá… Sintió que su sueño se escapaba. No quiso llorar frente al Rab; cerró sus ojos con fuerza, pero por más que trató de evitarlo, unas lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.
Rab Kahaneman lo miró y le dijo: “¡Estás aceptado en la yieshibá!”. Lo abrazó y de inmediato llamó a uno de los Rabanim, y le pidió que buscara varios abrejim para que cada uno se sentara a estudiar con el nuevo integrante una hora al día. Sólo pasaron dos años y en ese tiempo el joven consiguió ser uno de los mejores alumnos de la yeshibá. Ahora es uno de los Rabanim, reconocido en varias partes del mundo. Se trata de Rab Eliézer ben David…[3]
Dichoso el que se esfuerza en la Torá y da satisfacción a su Creador.[4] Decir: “Yo no puedo”, surge de la falta de voluntad para esforzarse, ya que si realmente queremos, podemos. Sigamos con empeño, con esfuerzo y con ganas. Procuremos cumplir con la Voluntad de nuestro Creador con todo nuestro corazón y alma… ©Musarito semanal
“Solamente hay dos maneras de fracasar: ¡dejar de esforzarse o nunca intentarlo…!”
[1] Torat Haperashá, pág. 297.
[2] Extraído de la revista Or Torá; Rab Rafael Freue.
[3] Rab Shlomo Leveinshtein.
[4] Berajot 17a.
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