Perek 1, Mishná 10 continuación…

 

 

Shemayá y Abtalyón recibieron [la Torá Oral] de ellos. Shemayá dice: Ama el trabajo y detesta asumir altos cargos; y no te des a conocer al gobierno.

 

Establece la Mishná: Ama el trabajo, incluso en el caso de que tengas una buena fuente de ingresos para mantenerte, aun así, estás obligado a ocuparte en alguna labor. Ya advirtieron los Jajamim: la ociosidad cansa más que el trabajo,[1] pues la pereza provoca aburrimiento, y esto conduce a la depresión e incluso al libertinaje. A partir de este punto, el hombre se encuentra expuesto a caer fácilmente dentro de las redes del Instinto Maligno y transgredir los mandatos del Eterno.[2] El deseo del perezoso lo matará, pues sus manos se rehúsan a trabajar.[3] El haragán solamente piensa en descansar y sus manos se rehúsan a hacer cualquier trabajo con el cual mantenerse, hasta llegar a la situación de no tener lo que comer y morir de hambre. [4] Y aunque este individuo tenga muchos deseos de salir adelante, ya que él acostumbró a sus miembros a estar inactivos, estos ya no le responden, porque él perdió el dominio sobre sus manos y demás capacidades físicas que posee, y el hábito de la pereza y el descanso son quienes asumen el control de sus miembros.[5] En el invierno el perezoso no arará, y en la temporada de la cosecha, buscará pero no habrá.[6] La época del arado es durante el invierno, cuando el aire es frío, el perezoso se queda descansando en casa; en el tiempo de la siega él pide cereal a los cosechadores, y no le darán a causa de su pereza y morirá de hambre.[7]

 

El tiempo del arado es también una alusión a la vida terrenal; cuando el alma se separa del cuerpo y llega al Mundo Venidero es considerada la temporada de la cosecha; quiere decir: una persona que no se dedicó a “arar” en su vida, no tendrá nada que recolectar, porque es allí donde se percibe el pago por las acciones realizadas en vida:[8] la mayor ganancia de nuestro trabajo no es lo que nos pagan por él, sino aquello en lo que nos convierte.

 

El Eterno tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo trabajase y lo preservase.[9] Quiere decir, primero Adam debía trabajar y custodiar la tierra,[10] y una vez concluida la labor, entonces el Creador le concedió: …de todos los árboles del jardín podrás comer.[11] Más adelante ordena la Torá: …seis días trabajarás ... y el séptimo día descansarás,[12] esto nos enseña que, así como en el séptimo día es mandamiento no trabajar, así también en los primeros seis días es mandamiento trabajar. Observemos que primero menciona el trabajo y después el descanso, porque tener un oficio u ocupación es esencial para el ser humano, primero, porque le permite vivir y gozar de los frutos de su esfuerzo con plenitud y dignidad. Segundo porque el descanso será para él una oportunidad para recobrar fuerza para proseguir con su labor.

 

Cabe mencionar que cada persona en particular viene a este mundo con una misión, y por ende viene con virtudes, y también con carencias, completamente distintas a las de los demás. El hombre debe saber exactamente cuál es el lugar que le corresponde y qué es lo que debe hacer en este mundo, explotando al máximo las cualidades de su naturaleza y de sus medios, para que su servicio al Creador sea el más eficaz y apropiado dentro de los estándares de la sagrada Ley.

 

Continúa la Mishná diciendo: Y detesta asumir altos cargos, libérate del orgullo y no digas: “Soy un hombre importante y sería una vergüenza para mí trabajar”. Como lo relata el Talmud: Dijo Rab a Rab Kahaná: “Despelleja pieles en el mercado recibiendo salario y no digas: “Soy cohén y esta labor es denigrante para mí”.[13] Cuando Rabí Yehudá iba a la casa de estudio, cargaba una jarra sobre su hombro diciendo: “Grandioso es el trabajo, porque honra a quien lo realiza”.[14]

 

Es importante saber que nadie puede tocar nada de lo que el Creador haya destinado para cada ser. La vida de cada persona se desarrolla de una forma independiente a la de los demás, incluso en los detalles más sutiles. Cada uno tiene y recibe lo que le corresponde y es totalmente independiente a lo de los demás, ya que todo depende del decreto Divino para cada persona. Bienaventurados aquellos que su ocupación es la Torá y también aquellos que los apoyan para lograr su cometido, y hay que saber que, aunque aportan este importante sostén, nadie en absoluto está exento de dedicar su tiempo al estudio de la Torá y al cumplimiento de las Mitzvot.

 

Cierto día, después de una disertación del Gaón Rabbí Yehudá Tzadka sobre el tema de la educación, se le acercó un hombre con la siguiente inquietud: “Escuché que recomendó en su discurso que nuestros hijos no trabajen y se dediquen en cuerpo y alma al estudio de Torá ¿es correcto?”, el Rab asintió con la cabeza y el hombre preguntó: “¿No cree usted que ese lujo es solamente para los hijos de los millonarios? Yo no se si es de su conocimiento que la mayoría de los jóvenes de esta localidad no tienen una buena posición económica. ¡No vengo a decir que no todos deben estudiar…! Pero ¿no sería mejor que lo hagan por las noches, luego de su jornada laboral, como lo hago yo y miles de personas del mundo…?

 

El Gaón le respondió con una pregunta: “Seguramente sabrás explicarme lo siguiente: Es sabido que casi todos los miembros del cuerpo tienen que estar en constante movimiento, la lengua al hablar, los dientes al comer, las manos al trabajar, las piernas al caminar, pero los ojos no necesitan hacer un gran movimiento para mirar un objeto, ¿Por qué crees tú que el Creador los acomodó de este modo?”. El hombre encogió sus hombros, en señal de no conocer la respuesta, “…nunca pensé sobre eso” se disculpó. Siguió el Rab con sus palabras y le explicó: “Hijo mío, tienes que saber que los ojos tienen un rol muy importante, estar atentos y observar todo, por ejemplo: cuando un hombre martilla, sus ojos deben estar muy atentos a que el martillo golpee en el clavo y no en los dedos; o al cortar con un cuchillo, estos se fijan que corte solamente el pan y no la mano, lo mismo al ir por la calle, los ojos están prestando atención de no tropezar con nada y caer...

 

Lo mismo ocurre con los estudiosos de Torá, llamados por esta: “los ojos del Pueblo”. La función de los Jajamim (Sabios) es estar atentos y advertir al Pueblo de diferentes peligros espirituales, fijarse que todo sea como lo ordenó el Todopoderoso en la Torá, y que nadie se desvíe del camino correcto. Para eso ellos no necesitan esforzarse físicamente haciendo un gran trabajo como el resto del mundo; sino observar desde la santa altura en la que se encuentran...”.[15] ©Musarito semanal

 

 

 

“La flojera viaja tan despacio que la pobreza la alcanza muy rápido”.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Tzavaat Gueonei Israel.

 

[2] Ketubot 59b.

 

[3] Mishlé 21:25.

 

[4] Metzudat David.

 

[5] Rabbenu Yoná.

 

[6] Mishlé 20:4.

 

[7] Rabbenu Yoná.

 

[8] Késef Tsaruf.

 

[9] Bereshit 2:16.

 

[10] Ver Pirké DeRabbí Eliezer.

 

[11] Idem 2:17.

 

[12] Shemot 20:9.

 

[13] Pesajim 113a.

 

[14] Nedarim 49b.

 

[15] Extraído de la revista Pájad David; Parashat  Ekeb; Rab David Pinto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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