Perek 1, Mishná 13 continuación…

 

 

El solía decir: quien ensalza su nombre, lo destruye, quien no incrementa [su conocimiento de la Torá] lo diezma; quien no estudia [la Torá en absoluto] merece la muerte, y quien hace uso personal de la corona [del conocimiento de la Torá para fines egoístas] desaparecerá pronto.

 

Dice la Mishná: Aquel que no estudia [la Torá en absoluto] merece la muerte. Analicemos con detenimiento la máxima de Hilel: en la Torá aparecen varias transgresiones que quien las infringía se hacía merecedor a ser enjuiciado por un tribunal, y si el acusado resultaba responsable del acto, era condenado a la pena capital. Si buscamos en la lista de los delitos capitales, el no estudiar Torá no aparece en esta clasificación, entonces ¿qué quiso entonces decir Hilel?

 

Cada ser y cada cosa que fue creada en el universo tiene una función particular. En la naturaleza encontramos que, cuando algo no desempeña eficientemente para lo que fue creado, está condenado a la extinción; esto podemos verlo en lo inerte, en las plantas y también en los seres vivos. Todo organismo que no explota totalmente su potencial, tarde o temprano le tendrá que ceder su espacio a otro más útil y productivo. Los animales que viven en libertad luchan, cazan y se ocultan para lograr la supervivencia de su especie, aquel que se distrae caerá inevitablemente ante otro más fuerte o capaz que él. Un ejemplo de lo inerte sería nuestro automóvil, si lo dejamos de utilizar durante un tiempo prolongado, este se deteriorará incluso más que si lo tuviéramos en uso. El ejemplo de los seres vivos podemos encontrarlo en nuestro cuerpo, que también tiene esta tendencia: cuando un miembro no se utiliza, se atrofia y pasado un tiempo, se tiene que extirpar del cuerpo.

 

El propósito de la existencia de un Yehudí es para que estudie, observe la Torá, y crezca constantemente en espiritualidad, y esta debe ser su razón de existir. En el judaísmo, el aprendizaje es un proyecto que dura toda la vida y no está relegado solamente a los niños. Quien tiene en su corazón obtener aprendizajes del estudio de la Torá por motivos desinteresados. Si lo hace con humildad y esmero, lo llevarán a la sabiduría y a portar la corona de la Torá.

 

 ¡Seguro que la intención de Hilel no es la de ordenar al Tribunal Rabínico que ejecute a los ignorantes! Más bien, quiere decir que, el hombre no vino a este mundo a comer, dormir y trabajar; sin la espiritualidad de la Torá, la vida de un yehudí está vacía, carente de sentido y dirección. Todo aquel que solamente existe para satisfacer sus necesidades corporales, no será distinto a las creaciones de los reinos que se encuentran debajo suyo, el ser humano se distingue del resto de las creaciones porque posee la razón y el entendimiento para distinguir y reconocer que existe un Creador, y por ende, el propósito de su existencia es servirlo a través del aprendizaje y la acción, y quien deja de crecer estará perdiendo su “razón de ser”.

 

El Todopoderoso le encomienda a Yehoshúa conquistar Yerijó; una ciudad literalmente inexpugnable, cercada por gruesas y altas murallas que no podían ser demolidas con ningún tipo de maquinaria de guerra inventada hasta ese entonces. los residentes de Yerijó temieron ante la aproximación de Yehoshúa y sus tropas, corrieron y se guarecieron tras los muros, atrancaron con fuertes cerrojos los enormes portones de acero. Ningún ciudadano tenía permitido salir o entrar; los más fuertes guerreros de las siete naciones de Kenaán se atrincheraron y vigilaban todos los frentes. Yehoshúa se encontraba no lejos de allí, analizando la forma de poder entrar. Repentinamente, levanta sus ojos y ve a un hombre parado frente a él con una espada en la mano, en posición amenazante. “¿Eres de los nuestros o de los enemigos?, pregunta Yehoshúa. El extranjero le responde: “Soy el ángel Mijael, yo siempre ayudo a los hijos de Israel y he venido a decirte que tú no serás el comandante en jefe en esta guerra. ¡Soy yo quien ha venido a hacer el trabajo por ti! No tienes que preocuparte por Yerijó, el Eterno va a realizar milagros para que caigan en tus manos…”. Yehoshúa preguntó: “Si tú fuiste enviado en nuestra ayuda, entonces ¿por qué estás amenazándome con tu espada desenvainada?”. El Ángel respondió: “Porque además traigo otro mensaje: ¡El Eterno no está complacido contigo; te halló merecedor de un castigo!”. Yehoshúa preguntó con temor: “¿Cuál es mi pecado?”. “Anoche estabas tan ocupado espiando y pensando tu estrategia para conquistar Yerijó, que no estudiaste Torá debidamente, además olvidaste acercar el sacrificio cotidiano (Korbán Tamid) sobre el Altar (Mizbeaj)”. Yehoshúa cayó sobre su rostro y se arrepintió de inmediato.[1]

 

Hasta aquí la historia. Analicemos, Yehoshúa reunía las condiciones de profeta, juez y dirigente del pueblo a la vez, cargaba sobre sus hombros la responsabilidad de conducir al Am Israel hacia la Tierra Prometida. De su sagacidad y habilidad para planear y dirigir las operaciones bélicas, dependía el éxito de las tropas a su mando. Había dejado de caer el Mán y debía ingeniárselas para conseguir el pan para millones de personas. Debía transmitir la sabiduría que legó Moshé, y además juzgar todas las demandas que hubiese entre las personas. ¿Acaso una persona con semejante encargo podría desentenderse de sus obligaciones, para sentarse a estudiar Torá? Era un momento tan crucial… conquistar Yerijó no era cosa sencilla y la vida de sus hombres y el éxito en la misión dependían de él…

 

En una oportunidad, el Rab Yejezkel Abramski, representante de las Yeshivot en Éretz Israel, fue citado ante un comité gubernamental que se ocupaba de la absolución del servicio militar de los estudiantes de las Yeshivot. En un determinado momento, un miembro de ese comité se dirigió al Rab y le preguntó: “¿No piensa, que la obligación de proteger al Estado se antepone al de proteger a la Torá?”. El Rab le respondió: “Dos cosas ordenó el Creador a Yehoshúa ni bien ingresó a la tierra de Israel. Una, conquistar la tierra. La otra, cuidar la Torá. Por la primera, le fue dicho: ‘sé fuerte y valiente, pues tú heredarás esta tierra al pueblo’. Pero por la segunda le dijo: ‘sólo se muy fuerte y valiente, para cuidar y cumplir toda esta ley’:[2] sobre el cumplimiento de la Torá, ‘sé muy fuerte y valiente’, pues su cuidado es lo más importante”.[3]

 

Cada judío tiene la obligación de estudiar Torá, nadie está exento de esta responsabilidad, ya sea pobre o rico, sano o enfermo, joven o viejo. Incluso si es un pobre que deriva su sustento de la caridad, o si tiene obligaciones familiares con su esposa e hijos, debe todavía establecer tiempos fijos para el estudio de Torá, tanto de día como de noche y quien no lo haga, estará perdiendo su “razón de ser”, y por ende perderá además su estancia en el Mundo Eterno, ya que la persona fue creada sólo para trabajar y con su esfuerzo ganar el deleite en el Mundo Venidero. Bienaventurado aquél cuyo empeño está en el estudio de la Torá y los buenos actos.[4]©Musarito semanal

 

 

 

“Dichoso aquél que llega al Mundo Eterno con su estudio en la mano”.[5]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Yehoshúa 5:13-15.

 

[2] Yehoshúa 1:6.

 

[3] Extraído de la revista Pájad David; Perashat  Vayélej; Rab David Pinto.

 

[4] Pele Yoetz; esfuerzo.

 

[5] Ketubot 77b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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