Perek 1, Mishná 15 continuación…

 

 

Shamay dice: haz de tu [estudio de la] Torá una práctica fija, habla poco y haz mucho, y recibe a todo hombre con un semblante agradable.

 

El segundo enunciado de Shamay fue: habla poco y haz mucho. Abraham Abinu ilustra este concepto básico en el judaísmo. Cuando él advirtió a los tres viajeros en el desierto, corrió hacia ellos y los invitó a comer a su tienda diciéndoles: “pasen por favor por un bocado de pan para que puedan alimentarse”,[1] y una vez que ellos entraron, les sirvió mantequilla y leche. Más tarde, les preparó tres terneros tiernos a fin de servir a cada uno una lengua con mostaza.[2] El Talmud califica este comportamiento como: Los justos dicen poco y hacen mucho.[3]

 

Hay personas que hacen lo opuesto, hablan mucho, prometen dar muchas cosas, pero cuando llega la hora de proveer, hacen mucho menos de lo que dijeron. Hay personas que hacen mucho alarde de sus acciones, incluso en el mundo del saber; no se debe adoptar la postura de un erudito, cuando solamente se guarda en mente algunos términos: habla poco y haz mucho, estudia más de lo que ya sabes, pues nunca se alcanza la cima de la sabiduría, siempre hay algo por aprender.

 

Continúa Shamay diciendo: y recibe a todo hombre con un semblante agradable. Rabenu Yoná explica las palabras: con un semblante agradable y dice: hazlo con buena cara y con alegría; cuando hagas entrar invitados a tu casa, nos los recibas de mal talante, pues quien los atiende de esta forma, incluso si les ofrece los presentes más finos y los manjares más suculentos, es considerado como si no les hubiese dado nada, es preferible recibir a toda persona con alegría.  Visitar a los enfermos, dar caridad a los pobres, dar la bienvenida a los invitados en la casa y dar regalos a los amigos, debe hacerse con un buen semblante, porque si lo hace con el rostro abatido, su buena acción perderá su valor.

 

Tres virtudes son primordiales en el judaísmo, las cita Yirmiyah en el libro de los Profetas: No se vanaglorie el sabio en su sabiduría; ni tampoco el fuerte de su fortaleza; ni el rico de sus riquezas.[4] Estos tres requerimientos también los recalcó Shimón Hatzadik en su máxima: El mundo está basado sobre tres cosas: la Torá, el servicio divino y los actos de beneficencia.[5] Estos mismos principios los menciona Shamay: Respecto a la Torá dijo: haz de tu [estudio de la] Torá una práctica fija. Relativo a la Abodá (servicio), Shamay aconseja decir poco y hacer mucho. Y respecto al Guemilut Jasadim (actos de bondad), Shamay dice: recibe a todo hombre con un semblante alegre.

 

Al respecto dijeron los Sabios del Talmud: Más vale mostrar cara amable a una persona que ofrecerle un vaso de leche.[6] La palabra Seber (semblante), proviene de la misma raíz que la palabra Sevará (un pensamiento u opinión), quiere decir que, aunque en tu mente guardes sentimiento de enojo o frustración porque las cosas no te están saliendo como tu esperabas, y en ese momento se te acerca una persona solicitando tu ayuda, deberás evitar expresar cualquier gesto negativo…recibe a todo hombre, el solicitante deberá tener la Sevará (en su mente) la impresión que fue tratado VeSeber con un semblante alegre, sea con tolerancia, afabilidad y una sonrisa.[7] Esto es tan fundamental que dicen nuestros sabios que una de las preguntas que tendrá que afrontar toda persona en el Juicio Celestial será: ¿Hiciste [reinar] sentir honorable a tu compañero? Quiere decir, fuiste cuidadoso en lo que se refiere al honor de nuestro prójimo en general,[8] y una de las mejores formas de hacerlo es por medio de recibirlo con un semblante alegre. Sonríe, que no hay prenda más hermosa que el brillo de tus dientes.[9]

 

 Le preguntaron a Rab Jaim Frinlander: “¿Por qué, cuando habla por teléfono, incluso que nadie lo está viendo siempre sonríe?”. Respondió el Rab: “Aunque esa persona con la que estoy hablando no vea mi sonrisa, sí puede escuchar que estoy hablando con una sonrisa, porque quien habla alegre y contento, se siente, aunque no lo vean.

 

No sabemos cuántos cambios podemos provocar en el prójimo con una simple sonrisa sincera, una mirada afectuosa mostrándole a alguien que es importante para nosotros y nos alegramos de verlo, esto puede cambiar su vida…

 

Un Abrej llego a su hogar luego de haber estudiado todo el día en su Kolel.

Encontró en el buzón un sobre rotulado con su nombre. Lo abrió y era una invitación a un casamiento. Leyó con atención los nombres de los novios y los anfitriones, pero para su sorpresa no recordaba el nombre de ninguna de las dos familias, ambas le resultaban desconocidas. Junto con la invitación había una nota que decía: Querido Shelomó: me alegraré mucho si vienes. Espero por favor que no faltes, tu presencia es muy importante para mí, ya que todo este festejo te lo debo a ti.  Al final venía la rúbrica del novio. Shelomó, con gran intriga, entendió que, a pesar de no conocer a ninguna de los invitantes, debería asistir a la boda.

 

Llegó el día de la fiesta, y se dirigió al salón esperando encontrar alguna cara conocida. Cuando tuvo la oportunidad, se aproximó al novio para saludarlo. A este le brillaron los ojos al verlo y con alegría exclamó: “¡A ti te estaba esperando! ¡Gracias por asistir, no sabes lo contento que me pones!”. Shelomó se sintió muy alagado por el recibimiento del novio, pero por más que trataba de recordar quien era el joven, no lo lograba. Por fin, un poco avergonzado se animó a preguntarle: “Quiero agradecerte por haberme invitado, la verdad es que me alegré mucho al recibir tu invitación, te pido me perdones, pero, en verdad por más que lo intento, no logro recordar quién eres”.

 

Sonrió el joven y contestó: “No te preocupes, te explicaré quien soy. Hace algunos años cuando comencé a ir a la Yeshivá no lograba ambientarme, sentía que ese no era mi lugar, no disfrutaba de estudiar, me sentía incómodo y muy solo.

 

Un día, decidí dejar de estudiar y enrolarme en el ejército, así que subí a mi habitación y empaqué el maletín con las pocas pertenencias que había traído conmigo, y luego de rezar Minjá abandonaría el lugar. Me encontraba parado con el Sidur entre mis manos, y de repente sentí que alguien tocaba mi espalda, giré la cabeza y estabas tu allí arreglando el cuello de mi saco, me dedicaste una gran sonrisa, y me hiciste sentir tan bien y tan importante, que en ese mismo momento decidí quedarme en la Yeshivá. Ahora, te pido me acompañes a la pista y bailemos juntos, ya que esta alegría que siento hoy es gracias a ti.[10]  ©Musarito semanal

 

 

 

“La sonrisa es como el sol, ilumina a quienes lo poseen, y reanima a cuantos reciben sus rayos”.

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 18:5.

 

[2] Ver Rashí.

 

[3] Babá Metziá 87a.

 

[4] Yirmiyahu 9:22.

 

[5] Pérek 1, Mishná 2.

 

[6] Ketubot 111b.

 

[7] Meiri.

 

[8] Reshit Jojmá, el portón del temor 12,61.

 

[9] Ruth Cohen.

 

[10] Extraido del boletin Meir Hashabat.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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